a Arna
Me revolví en la cama, los ojos fijos en el techo oscuro, las palabras de Andrés repitiéndose en un bucle cruel: "Ivanna es diferente... deberías aprender de ella". El dolor de la traición se mezcla
a no me oprimía, sino que me envolvía como un manto protector. Me preparé en automático, cada movim
ba a asomarse, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas que contrastaban con la oscuridad de mi alma. Entré al edificio, mi nombre reg
mitiendo una compasión silenciosa que agradecí más que cualquier palabra. Me sentí vacía, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Una pa
ome con la manta, permitiendo que un torrente de lágrimas silenciosas fluyera por mi rostro. Lloré por el futuro que nunca sería, por el amor que
as sobre los cuidados postoperatorios y una receta para analgésicos. "Natalia", dijo, su voz suave, "no estás sola.
dí, mi voz ronca y apenas
un espacio de posibilidades, un lienzo en blanco esperando ser pintado con nuevos colores. Mi cuerpo
io firmado era un paso más hacia mi libertad, una desvinculación de la jaula dorada que Andrés había construido para mí. No que
s, centradas en su agenda y en la forma en que Ivanna se estaba adaptando a su nuevo rol como su "mano derecha" en la capital.
es... refrescante", me dijo un día por teléfono, la implicación era clara: yo ya no era ref
Ivanna sería un gran activo para tu carrera". Cada palabra era una flecha envenenada, disparada con precisión,
en la gala de recaudación de fondos de la próxima semana en la capital. Será la presentación oficial
rfecto. "Claro, Andrés", respondí, mi voz un poco
Pero no de la forma en que él imaginaba. Sería la foto donde todo terminaría. Donde el m

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