/0/21469/coverbig.jpg?v=0562bedae1d922405805e77a3e059838)
me prometió que nos casaríamos en 99 días. Pero después de salvar a una socialité, Frida
accidente automovilístico, Bernardo la defendió en el fun
empujó al suelo y la eligió a ella por
nsolar a la mujer que destruyó mi vida. Su
internet y huí a Parí
, Bernardo apareció, rogando por una segunda oportunidad.
más. Esa noche, la madre de Frida, buscando
golpes que eran para mí. Mientras yacía sangrando,
alvado, y le dije: "Ahora tengo una nueva vida,
ítu
lquier estrella durante diez largos años. Bernardo Wise, el heredero de un imperio inmobiliario en la Ciudad de México, se suponía que s
había dado, el que prometía nuestra boda en 99 días. Cada día que pasaba era
n una excursió
la ciudad un zumbido distante debajo de nosotros. Entonces la tierra misma gritó. El suelo bajo nuestros pies se abrió, un torrente de lodo y rocas cayendo
en el camino del deslave. Su rostro era una máscara de terror. Sin dudarlo, Bernardo se abalanzó, po
ardo, su voz un susurro teatral. "Me salvaste la vida, Bernardo. Te lo debo todo". Sus ojos, sin emba
de la conversación, agudos y fríos. "La familia Tanner es crucial para nuestro próximo proyecto en Santa Fe, hijo. E
e días, Adela", dijo, su voz más suave de lo habitual. "Noventa y nueve días para pagarle a Frida, para asegurar la alianza de n
mi rostro. "Está bien", susurré, la palabra sabiendo a cenizas. "Noventa y nueve días". Me dije a m
tan equ
do durante meses se cancelaban con un mensaje de texto cortante. Mis llamadas no eran respondidas. Cuando llamaba, a menudo era para decir que estab
nté llamar a Bernardo. No hubo respuesta. Volví a llamar. Aún nada. Mi teléfono finalmente murió en mi mano temblorosa. Más tarde supe que había estado en una 'fiesta de recuperación' para Frida, quien aparentemente había suf
arrastrada a una bodega abandonada, el frío piso de concreto mordiendo mi piel. Exigieron información que no tenía, amenazándome con una navaja oxidada. Luché, grité, rogué. Incluso grité el nombre de Bernardo, una súplica desesperada al vacío. La navaja se desliz
visible como invisible. Me visitó durante una hora, sus ojos distantes, sus disculpas palabras huecas que no significaban nada. D
después de un largo turno, cansada pero feliz, planeando hacer mi sopa favorita. Frida, mientras tanto, había estado conduciendo a toda veloc
con sus margaritas pintadas a mano, fue em
tor se desdibujaron en un zumbido monótono. "Hicimos todo lo que pudimos, Adela. Lo
nductora, la señorita Tanner, está bien. Unos cuantos moretones leves. Estaba en su teléfono, dij
ecto al buzón de voz. De nuevo. Siempre buzón de voz. Lancé el teléfono al otro lado de la habitación, viéndolo hacerse añicos contra la pa
ueco en mi pecho. Entonces, los vi. Bernardo, impecablemente vestido, con una expresión sombría en su rostro. Y a su lado, Frida, pál
da de dolor e ira. Me abalancé sobre Frida, mis manos extendidas, queriendo desgarrarla, ha
e! ¡Esto es un funeral!". Sus ojos, generalmente tan suaves, eran duros y acusadores. Me empuj
ra su agarre, mis ojos clavados en los suyos
ida nunca lastimaría a nadie intencionalmente". Protegió a Frida con su cuerpo, sus palabras un frío y cruel d
durante diez años, el hombre que se suponía que se casaría conmigo en unos pocos días, la estaba protegiendo. Fue entonces, de pie
cia, su lealtad inquebrantable a una socialité manipuladora. El amor que había constr
o. Me dijo que me odiaba, Adela. Admitió que estaba distraída. S
n destello de duda en sus ojos. "¿D
s de que me apuñalaran, después de que mi madre muriera por su negligencia? ¿Y todavía la defiendes?". Sentí una
nto ni el lugar para esto. Estás desquiciada". Extendió la mano, no para consolarm
ientras ella destrozaba mi vida. Me apartaste, pieza por pieza, hasta que no quedó nada". Sentí como si me estuvieran arrancando el cora
dela? ¿Crees que tienes una oportunidad contra la familia Tanner? No tienes nada". Se burló, una mueca torciendo sus labios. "Eres una artista de cla
ue estrellas danzaran detrás de mis ojos. Un pinchazo de dolor me recorrió, pero no fue nada comparado con la agonía de mi alma. Lo m
que siempre me cuidaría. Que nunca dejaría que nada me pasara. Ahora,
absoluta desesperación. Una risa que reconocía la cruel y retorcida ironía de todo. "¿Crees que soy débil
vor. No empeoremos esto. Estás molesta. Podemos hablar de esto más tarde, cuando pienses con clari
nas un susurro, pero llevaba el peso de una década de sueños destroza
rrándose más fuerte al brazo de Bernar
aquí. No te hará daño". La acercó, murmurando palabras de consuelo. Me dio la espalda, un muro sólido entre nosotros, un
gido a ella. La beca para París a la que había aplicado en secreto, la que había descartado como un sueño imposible, de repente se sintió como mi única
voz apenas un susurro lleno de una promesa de retribución. "Te arrepentirás de esto más que de nada". Me di la vuelta, ignorando las miradas, ignorando el dolor,

GOOGLE PLAY