melia
ría las familiares calles de Polanco en la Ciudad de México. Mi mente repetía las palabras displicentes de Gabe, su traición casual. El recue
iente para evitar que mi voz temblara, para alisar las líneas de dolor de mi rostro. Te
tanto como el suyo. El nombre, "Ávila-Gabe Diseños", brillaba en neón sobre la entrada, un cruel recordatorio de las vidas
a Brenda, levantó la vista, con lo
a Ávila? Re
sonrisa ten
osas que acl
niforme, no
erso compartido. La puerta estaba entreabierta. Una ola de nerviosi
rostro. Y allí, posada en el borde de su escritorio, estaba Cortney. Su cabello rubio, usualmente peinado meticulosamente, estaba ligeramente despeinad
, ahora tenían un destello de triunfo, una satisfacción engreída que me heló la sangr
ulce. Prácticamente saltó hacia mí, extendiendo el pap
con una dulzura venenosa, sus
al pánico. Mi aparición repentina claramente lo había tomado por sorpresa. Tragó saliva, su fachada cuidadosamente construida resquebrajá
? ¿Qué h
fuera una distracción inoportuna. Ni siquiera
tomarías uno
a y luego esperaba que yo me hubiera ido, fuera de su vista, fuera de su mente. La ironía era un
eca del Tec de Monterrey que había rechazado para ayudarlo a construir esta firma. Pensé en las innumerables noches en vela, los sacrificios, las vece
y amor. Me había prometido una boda grandiosa, una celebración de nuestra unión, un fu
ontenía las argollas personalizadas. Los ojos de Gabe, fijos en Cort
n toque de inquietud final
ron bajo las luces de la oficina, un símbolo c
ra y firme-, se suponía
la, no con una oferta de amor
ralas de
uego a mí, con el ceño fr
¿qué mosc
nuevo a mí, un destello
cer una escena por u
e, colocando una mano en su brazo. Me pestañeó,
a. Solo fue un poco de diversi
n sacarina, carg
era "tonto". Mis siete años no eran "diversión". La profundidad de su desprecio, la crueldad casual de su desd
A quien corresponda en AG Diseños", comencé, "Por favor, acepten este correo como mi renuncia formal a mi puesto de Arquitecta en
la pantalla, me vieron enviar
¿qué ha
a baja, p
ajo duro, mi propia identidad. Había vertido mi alma en cada plano, cada presentación a clientes, cada noche en vela. Recordé los días incipientes, el departamento apretado que usábamos como oficina, la esperanza desesperada en nuestro
ambiado todo por una "apuesta estúpida" y una becaria. Mi apellido, Ávila, grabado para siempre en el orgu
pero resonaba con una fuerza recién descubierta-. Y a p
como una reliquia olvidada. El dolor era inmenso, un dolor sordo que amenazaba con co

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