a P
ante de esperanza en mi pecho. Moriría por Arleen. No por mí. Nun
n, su rostro pálido de pánico. "¡Sr. Nash! ¡Señorita Coffey!
lla como impulsado por una fuerza invisible, un rugido primario escapando de sus labios. "¡Arleen! ¿D
or estalló, una agonía aguda y candente que me hizo gritar. Mi brazo se enrojeció al instante, ya se estaban formando ampollas. Pero Damián se había ido.
ado lejos, sus pasos de pánico desvaneciéndose por el pasillo. No quedaba nadie par
o por el shock, buscaron a tientas el plástico frío. Finalmente, llegó una enfermera, sus o
ena de una desesperación furiosa que nunca había presenciado. Estaba despotricando contra un grupo de médicos y enfermeras, s
con un esguince de tobillo y un pequeño corte. A mí, con una pierna fracturada, una conmoción cereb
. La enfermera, una mujer de rostro amable, aplicó suavemente ungüento en
una habitación cercana, su voz baja pero audible. "Y su t
elta, cortó el silencio. "¡Tomen mi sangre! ¡S
. Nash, ya ha donado bastante esta sem
ora. "¡Ella lo necesita! ¡Le daré cada gota que tengo! ¡Moriré por ella, si eso es lo
dos veces". Acababa de decirlo. Y ahora, lo estaba demostrando. No solo diciéndolo, sin
sin humor. Nunca me había ofrecido una sola gota de su sangre. Solo me había
a visitarme. Parecía haber olvidado que existía. Las enfermeras, sintiendo mi aislamiento,
fey. No se ha apartado de su lado". "¡Qué devoción! Es como algo sacado de una película". "No
tratando de comunicarnos con el Sr. Nash con respecto a sus facturas médicas y los arreglos para el alta. N
plemente confirmaron lo que ya s
al, apoyándome en un par de muletas. Cuando llegué a la entrada, un elegante coche negro se detuvo. Damián salió, ayudand
en una sonrisa preocupada. "¡Dora, querida! ¡Qué bueno verte de pie!". Hizo un
casi indiferente. "Oh. Bien por el
tentó ayudarme, ya sabes. Antes de... bueno, antes de que tuviera su accidente". Sus palabr
importa". Abrió la puerta trasera para Arleen, luego se volvió hacia mí, su voz aguda. "Mi madre quiere verte más tarde, Dora. Está muy preocupada por Ar
o abiertamente, descaradamente, justo en frente de mí. La casa, mi santu
vesó mi alma. Le abrochó el cinturón, le alisó el cabello, luego se inclinó para susurrar algo que solo ella pod
to, viéndolos alejarse, dejándome sola en la entrada del hospital, finalmente lo entendí. Mi corazón, que creía muerto, sintió una extraña y escalofriante sensación de calma.

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