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icardo
s y doblar voluntades. Era un silencio de caoba antigua, de alfombras persas que absorbían el sonido de los pasos y de ven
ndas bajo la neblina nocturna. Llevaba diez minutos esperando. Él siempre hacía eso: citarme a una hora exacta y hacerme esperar. No era desorganización;
milimétrica. Ricardo Márquez de la Fuente. El heredero. El prodigio financiero. El títere. A mis treinta años, había cerrado tratos que ha
iato. Escuché el sonido característico de su bastón golpeando el suelo
voz era como lija sobre pie
l no se sentó. Se dirigió al pequeño mueble bar en la esqui
o que ese era el motivo de la reunión nocturna-. Las acciones han subid
de la edad, no temblaba. Sus ojos, de un gris acero idéntico a los míos, me escrutaron con una frialdad que helaba la
presión neutra. La "máscara de mármol",
e trata? -pregunté,
ó caer una carpeta de cuero negro sobre la superficie pulida.
Se trata de deudas. Y
a el año 2035, padre. ¿Qué más has decidido? ¿A
a sonrisa carente de humo
nsejo. Es un
trimonios por conveniencia eran un cliché del pasado, o al menos, se disfrazaban de romances casuales entre
sa nerviosa-. Creo qu
ntes cabeza y asegures el linaje, pero más importante aún, es hora de qu
surdo de la situación-. ¿De qué deuda hablas? Somos dueños de la
, y por primera vez, vi una grieta en su armadura. Había ira allí, pero
la, pareciendo de repe
ó. No con préstamos bancarios, sino con su propia reputación. Avaló mis movimientos cu
s de mi adolescencia. Un hombre que solía venir a las cenas de Navidad y
o de muerte, le hice una promesa. Le juré que cuidaría de lo único que le importaba en es
rialdad-. Créale un fideicomiso. Cómprale u
nua. Ella ha estado... -hizo una pausa, buscando la palabra, como si le doliera-... dando tumbos. Intentando construir algo por sí misma, fracasando
de mi boca antes de q
mo d
he vivido en esta casa fría siguiendo tus reglas absurdas. Pero no voy a casarme con una desconocida p
terradora. Caminó lentamente has
, durante la gala de la fundación. Tienes ese tiempo para hacerte a
i me
ojos eran dos
lo que debería. Hablo de todo. Te cerraré todas las puertas. Me aseguraré de que ningún banco t
sabía que no mentía. Él no hacía amenazas vacías. Era capaz d
eniendo durante años. Miré a ese hombre, rodeado de su imperio, y me di cuenta de que, a pesar
a que decir. Giré sobre mis ta
espaldas, imperativa-. Si cruz
a tras de mí,
s de mármol de dos en dos hasta llegar a mi habitación. Era una suite que costaba más que la ma
fondo, en un estante alto, una vieja bolsa de deporte que usaba cuando
de jerséis de cachemira que parecían simples pero abrigaban bien. Mis manos temblaban, no de miedo, sin
i mirada cayó sobre mi muñeca izquierda. El Patek Philippe Nautilus brillaba bajo la luz halógena. Era un regalo de mi padre por mi gra
ortable y extremadamente valioso por si las cosas salían mal. Me bajé la manga de la camisa para cub
aba para transacciones discretas. Dejé mi smartphone oficial, c
con la destreza de quien ha estudiado su propia prisión durante años. El aire de
r a una avenida principal donde
ó el conductor, un hombre
-. Al centro. Déjeme cerca de la
s dulce del mundo. Saqué el teléfono prepago. Necesitaba un lugar donde dormir. Un lugar donde
deslizaron por la pantalla, descartando áticos y l
enas unas horas. No tenía fotos profesionales, solo una imagen un
ción en depart
ionales serios. Se busca persona responsable y orde
. No prometía lujos, ni vistas exclusivas. Prometía tranquilidad.
, leyendo la dirección en el anuncio-.
ana. Las luces de los rascacielos financieros quedaban atrás, empequeñeciéndose en el espejo re
te aterrador. Y absol

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