/0/21710/coverbig.jpg?v=28a91d6bb2121c58d215c3852d92c851)
quiátrica mientras estaba embarazada. Me robó a nuestro hij
ia, criando en secreto a nuestra hija, I
r. Su amante, Kiara, empujó a Isabel, cuya cabeza se esjé caer. Era el diario de su hermana muerta, que contenía la verdad que
d. Cree que puede comprar mi perdón. No tiene ni idea de que e
ítu
ista de Ji
taba al otro lado del gimnasio de la escuela. Reconoció mi rostro, pero no a
stro hijo, con el rostro contraído en una mueca de furia.
El vestido delgado que llevaba, remendado de tantas lavadas, no ofreció ninguna protecci
el dedo. Su voz era aguda, un eco de la autoridad resonan
rdo-, sostenía un dibujo a crayón de un pájaro azul. Era idéntico al que Ad
stados rechinando en el piso. Me arrodillé junto a Isabel, atrayéndola hacia mí, buscando raspones. Su respiración
hí, flotando como una sombra, reforzando la mentira. Alisó el uniforme perfectamente planchado de A
yor, más afilado, más formidable. Seis años. Seis años desde que había destrozado mi mundo. Se había esculpido a sí mismo hasta convertirse en
l dolor era ahora una molestia sorda, enterrada baj
resa que no podía ocultar del todo. Era una calma ensayad
de pie, limpiando el polvo de su vestido. Se apoyó
a y yo. Hubo un destello de algo indescifrable en sus ojos mientras se
se escondió detrás de la pierna vestida de seda de K
.. naturalmente propensos a los
e, mi mirada
le falta disciplina -mi voz era plana, desprovista de
rcó, su presen
reguntó, yendo directo al grano, co
i hija tenga las mismas oportunidades que tu hijo. Una educación adecuada. Una vi
una leve sonrisa j
nuando que t
inquebrantable-. Tú creaste esta situación
ismo castaño rojizo profundo que el mío, luego a la curva de su mejilla, antes d
ra sí mismo. Dio un paso involuntario hac
ivo. Coloqué sutilmente a Isabel detr
ertí, mi voz un su
nó, su mirada pene
argada, una verdad peligrosa. Me reí, un sonido áspero y
ue me encerraran, embarazada y sola? -mi voz se elevó, cada palabra un da
, la acusación d
cimiento y dolor en sus ojos-. Me odiabas lo sufi
mi voz bajando a un suspiro cansado-. Solo e
sacar un pañuelo para Isabel. Mis dedos rozaron un pequeño dia
ndo abierto en el suelo entre sus lustrados zapatos de cuero. Las p
ocimiento, luego un destello de intensa emoción -duelo, quizás, o shock- cruzó su rostro. Era un
sobre las delicadas páginas.
hé el m
a Gerardo por completo. Nos movimos rápidamente a tra
uda e insistente. No era una pregunta
bía que no me alcanzaría. Todavía no. Conocía a Gerardo. Era un tiburón. Olf
s, el diario apretado en su mano, sus ojos escudriñando la distancia por donde yo había desaparecido. Parecía perdido, un
evolvió en
tó, su voz pequeña e inocente-.
, mi cuerpo eléctrico por la adrenalina. Me veía casi saludable, casi vibrante. Era un marcado contraste con
Mi sonrisa se desvaneció, reemplazada por la famili
bel, su pequeña mano trazando el contorno d
cinco años, pero era lista como
tiempo -dije, eligiendo mis palabras co
ada pensativa. Isabel heredó los rasgos llamativos de Gerardo, suavizados por
e las palabras sabían a ceniza-. Es solo... un puente que
i escape, palpitaban en mi cadera y hombro. Las cicatrices bajo mi ropa se sentían como marcas al rojo vivo. Las delgadas suelas de mis zapatos no ofr
y ruinosa calle, una elegante camioneta negra, demasiado cara para est
y algo completamente diferente: una desesperación cruda y frenética que no había visto desde... desde a
i suplicante-. Déjame ayudarte. Esto no es
po retrocedió, un instinto primario para pro
-escupí, comenzando
ta en un instante,
ó la mano, su mano flotando
na y el hombre desconocido, gimió, hundien
grosa. Intenté pasar junto a él, pero fue sorpren
verla. -Sus ojos estaban fijos en Isabel,
ncontraron con los de él. Un momento de silencio se extendió entre ellos, un reconocimiento mudo pasan
Pa
se aflojó. Se le cortó la respiración, un temblor visible recor
ajarse. No esperé. Pasé junto a él, la adrenalina corrien
ó, por s
acaba de decir? -su voz
u presencia. Se quedó en el pavimento agrietado, su costoso traje completamente fuera de lugar. Sus ojos recorrieron l
susurro, como si las palabras mismas estuv
apartamento de la UNAM rebosante de libros y luz, la vida cómoda que mis padres habían construido para nosotros. Mi padre, el Dr. Horacio Miranda, un respetado p
cima de la vida cómoda y académica en la que nací. Recordé sus ojos hambrientos
nte timbre del teléfono de Gerardo. Lo buscó a tientas, sus ojo
rando una apariencia de control, aunque t
a arquitecta de gran parte de mi sufrimiento. Siempre fue la titiritera, moviendo los hilos de Gerar
de Gerardo, ahora ahogada, mientras discutía con Kiara. No esperé a oír más. Subí volando las crujientes escaleras, mis viejas heridas gritando en
ntes, luego retrocediendo. Se había ido
ba confundido. Tenía el diario. Y Kiara, su leal cómplice, ya estaba a la
d. Su incapacidad para confiar de verdad, su necesidad de controlar. Desmenuzaría
rincipio. La prime

GOOGLE PLAY