hombre,
tó Go
levarla a
rás la capota, y ella vio sus ojos. El c
nada
on era un soldado con experiencia, el remero tenía ya la mano en la empuñadura d
de ella la locura. Empuñó la daga que llevaba en la cintura y atacó. El remero gritó de dolor y de rabia, y respondió al instante. Fiona
separarnos, después de todo, porque el cielo
adr
sonido no procedía de ella. Mientras el mundo se apagaba, fue vagamente consciente de que el remero empujaba el bote lejos de la orilla y de