. Un inten
chequeo de rigor, entré al salón de espera a grandes zancadas y con una inevitable cara de cumpleaños. Mi exultación no me dejaba estar quieto; ya iba de un lado a otro, ya saludaba ef
ecuerdos, para sopesar qué podía llevarles de regalo a mis parientes. Pronto desistí de la idea ante los abultados prec
en la lectura de una Biblia, aunque enseguida la cerró y la colocó en su regazo, para responder a mi
tar, sin intención empero de congraciarme, porque,
ulcro y agraciado inglés, lo cual dio pie a una conversación que me pe
cia allí, debido a algún desperfecto técnico. Etienne me señaló al resto de los pasajeros de su avión averiado, que esperaban dispersos por el salón ser transferidos al vuelo
o de tul negro aplastado sobre la cabeza. El vestido, también oscuro, descendía bajo las rodillas y sus largas piernas, enmalladas con medias de luto, terminaban dentro de unos zapatos de tacón ancho. Unos horribles lentes de aumento, enmarc
tó ser buena
le propuse en cierto momen
za. Mas resistí a pie firme mi envanecimiento y en la cafetería, mientras hurgábamos con las cucharillas en los sabrosos potes de coppelia, continuamos liados en animada cháchara. Ya saciados vo
iosa, en determinada región muy agreste de las Montañas Azules, en la parte meridional del país. Un año atrás la hermana había perdido a sus hijas gemelas, de apenas doce años de edad, en c
quinos que databan de dos años antes, cuando había tenido lugar el triste episodio. Contenían ref
arissa se habían escapado de sus casas en el pequeño poblado de Sundrak, para irse a jugar lejos, en la ri
taque de los caimanes, sino que habían sido asesinadas. Pero como no había evidencias suficientes para continuar la investigación y el denunciante jamás dio la cara, la policía decidió desestimar esta hipótesis.
le iba muy bien, que estaba contenta porque que sabía que sus hijas no estaban muertas de verdad, sino en un lugar mejor que esta tier
ro, por cuanto había pensado buscar quien le asistiera en una investigación privada, para sacar a la luz la verdad de los hechos. La pobre mujer debió haberse imaginado que yo tenía prerrogativas a la manera de los funcionarios de la ley en
― Y harías bien en hacerlo, pues no tengo ninguna otra per
de qué manera pueda ayudarla, tenga en cuenta que Jamaica es un país donde
ración y se hundió sobre sí misma, en repentino silencio. A las diez de la mañana s