Una cena e
ultar o enterrar lo sucedido, pues lo vi en la piscina al mediodía recostado en una poltrona, leyendo. Yo pasé por su lado pa
quedaba deuda de sueño y de cansancio como para dormir el resto del día, pero me fue grato ver por la ventana como toda la tropa de los Qwindong, cada uno armado con una caña de pescar se alejaba alegremente hacia la faena de pe
presentaron suculentas porciones de carne de res mechada, lo cual luego supe que fue e incluido en el menú por mi causa y a sugerencia de los primos, condolidos de saber que esa clase de alimento era casi una prohibición en mi isla y de que yo debía «matar» las ansias de carne, antes de hacer cualquier otra cosa. Y realmente me centré tant
confituras se trajeron al final a manera de postre. En cuanto al magnifico ron jamaiquino, del cual colocaron dos botellas al centro de la mesa, al concluir mi hartazgo
me fue imposible, pues quedé al borde de la asfixia. Muy tarde me di cuenta de que lo que había echado en mi garganta era fuego líquido, ¡literalmente hablando!
anquete, llamé por teléfono
je― que estuvieran ustedes
egría al saberme emoci
s eran mejores, hace mucho― me recordó mi progen
sa capacidad y fuerza para mantener unida una familia; solo lo entendimos cuando partieron de este mundo y a raíz de su partida se rompieron los lazos de afecto familiar y cada quien se disgregó por su lado. U
os en las camas, en el suelo, o por el patio. Increíblemente, siempre había chance de repetir. Todavía no entiendo cómo se las apañaban nuestros mayores entonces, pero en esa época siempre quedaba algo en el caldero para quien llegaba con retraso o