en menos la aguarda -
*
nos la persona que bajó del taxi. Santiago la observó con l
ló la cuarentona al ver a
odiaba
por el resto del centro comercial. Sus ojos cariñosos lo esc
ontraatacó Santiago
entornó
anjó agitando un de
u hijo se tomaba la libertad de bromear con eso. La señora Karen Cisneros ya no sentía siquiera tristeza o a
quirió, pues cinco minutos antes le había enviado
dónde esta
ra solo por gusto, claro que le encantaba ir de shopping, pero en esa ocasión había hecho las compras de improviso por la razó
nsor, Santiago apretó los dient
hecho crujir los dedos de no ser porque
, verduras, frutas, pollo y unas prendas que Karen no
ca burlona al momento que su progenitora l
gusta la ropa? -titubeó tomando dos bo
stas en esta ciudad. Ah, espera... Nunca
la mayor parte del tiempo no había ningún tipo de represión en la relación
un día común y corriente en la universidad hasta que Eliot le mostró u
ca era esa la de tu ventana y ella m
acosando, quizás por eso no le dijo su nombre. «Amargada y odiosa» masculló al recordar ese preciso instante en el que se conocieron, o, mejor dicho, en el que ella lo conoció porque todavía él no
ada -¿qué? ¿Había dicho eso es vo
, estaba pensan
amargada? -su amigo no tenía ni pizca de verse molesto.
liot todo lo sucedido con respecto a la música, la c
ip hop -comentó después de no hallar alguna opinión sobre el
mencionó más d
*
Karen en el sofá
ue parecía haber crecido de un solo tirón ¿cómo podían crecer los hijos tan rápi
mpo, cariño -le siguió el juego.
lo, también castaño aunque más claro, de su hijo, arrullandolo, como se permitían algunas tardes en
do y se levantó tratando de no ser brusco con su mamá. Desde hace mucho tiempo eran solo ellos dos, aunq
ntebrazos en el marco de la ventana «¿Será posible?» Al m
de agua se dirigi
-¿qué no pens
ión -mintió-. Acaba de dejarme un mensaje
aciendo un l
agitó una mano y se volv
nti
rta ya estaba
lo que te de
contenido de ese papelito,
r aquí media hora antes? -asintió-. Tambié
uación «Si dos más dos son cuatro. Entonces, los t
la primera, y única vez, que había estado allí. El silencio arropaba por completo la construcción oscura a consecuencia de la falta de música. El salón donde se había encontrado a la muchacha estaba solo,
*
radeció haberlo hecho, pues el idiota que la había interceptado esa tarde había deja
ndo una cancioncilla suave y repiqueteando con los dedos las paredes. Su estado era tan profundo que su leve sonrisa no se esfumó cuando atisbó la figura masculina de Santiago sentado en el
í! -bramó sobresa
esto un mono jogger que se ajustaba a sus generosas caderas y una blusa gris corta como la que traía puesta el día ante
hablando -rezo
s palabras que obt
tratado con mucha simpatía; quizás l
los labios de San. Ella lo captó,
al -sacó las zapatillas de su mochila y se contuvo de s
después de sujetar bien las cintas de razo a sus t
doce -se había puesto de pie, la mochila
scifró como ejercicios de calentamiento, hizo caso a la petición de la muchacha y se sentó de nuevo a espectar atento a la preciosa ba
mpre bailaba de la misma manera y que no había razón por la cual cuestionarse si estaba siendo más sibarítica de lo que acostumbraba. Pensó por último en que debía dejar de recurrir ese lu
ejó llevar por s
*