casa. Juró y perjuró que no utilizaría las últimas por nada del mundo; solo l
. Sin embargo, el dinero no le sobraba y resolvió acudir andando. Se animó pensando que, a la vuelta, se permitiría alquilar el mejor coche de caballos, para poder tra
sentado el barón de Casstel. Se trataba de un conocido jugador de de naipes, considerado como una baja amenaza debido a sus desafortunadas jugadas. A su lado se hallaba su hijo mayor, un joven desgarbado, de escaso
-se interesó Raph
es originario de las tierras del norte, pero se llama a sí
, eso significa engañarnos. ¿Qué hombr
incuenta mil libras -aclaró el banquero
atro asistentes alzaron las miradas hacia el poseedor
escubierto un rostro ovalado con facciones regulares. Sus ojos, de color marrón bronce, estaban salpicados de manchas oscuras. Sonreía, pero no con amabilidad. Su aspecto general intimidaba. Ocupó la quinta silla e invitó a la primera ronda de licores. Rapha
ompartió la última mano solo con Robert Cameron. Muy esperanzado, sacó un full de damas que fue abatido al instante, por la escalera del conde. Ante eso, Raphael sintió el sudor recorrerle la espalda y una imperiosa sensación d
dó vigilando el juego. De esa manera, pudo comprobar que el conde no seguía una estrategia especial, ni se tomaba
ado. «Quizás estoy a tiempo de ganarlo», se an
e el bienestar de su familia y una buena vejez. Raphael rebuscó en su carpeta y sacó las escrituras de su casa. El barón de Casstel y
a casa con los bolsillos lle
segundas escrituras so
usted
Raphael poseído por u
s, pensó que aquello no le estaba ocurriendo en realidad. Empujó las escrituras hacia el ganador, esperando un milagro. Robert las aceptó, con un gesto indiferente dibujado en la cara. Las esperanzas
de caballos. Puede utilizarlo si quiere, y
el conde arqueó sus pobladas
ción brilló en su mirada oscura-. Esta ta
a de que había convertido a un desconocido en el dueño de su casa y de su hacienda. Salió sin d
mirada las calles desiertas de Inverness. El hilo de sus pensamientos se estancó en su mujer, Victoria. Hija
da Madisson? Era apenas una niña. La niña de sus ojos. Y él, su padre, acababa de dejar a sus hijas en l
agro y el conde decidiera perdonarlo y devolverle las escrituras, sería una d
a remediar la situación, pero no parecía haber ninguna. Subió los peldaños de la escalera y se refugió en la biblioteca para pens