como rey y señor del universo conocido. La estupidez me impidió comprender que el imperio gobernado solo existía en m
ta a la que falta el destinatario porque va dirigida a
versión libidinosa? -La doctora Nambindengue clavó en mi r
ta de mi yate o haciendo una de las mías bajo las sábanas de una linda chica. El llanto de Micaela Rodríguez siempre me ha puesto a l
ental. Como un cachorro amaestrado, le obedecí. Opté por comportar
e, responde! Dante, llamando a Micaela. Inventa que el fantasma de la abuela te ha revelado la ubicación de un tesoro, o que Donald Trump te ha propuesto matrimonio, o di que
clavaba en mí una mirada aterradora no era la amorosa mujer que se había
ernas, Dante. Te compor
a en su cerebro un sitio macabro o por la antipatía que produce un mujeriego en los cr
él. A una mujer le era mucho más engorrosa la comprensión de mis... llamémosle preferencias sexuales y así no suena tan mal. Ellas se en
la voz se me acuarteló dentro de la boca. Cuanto lograba decir se resumía en un par de suspiros. Créanme q
interrogante? -emitió un alarid
de mis manos y no al esfuerzo de mi cerebro. ¿Cómo iba a contestarle si siquiera tenía idea de lo que ella hablaba? Para hacerlo debía
s de ganar algunos minutos de libertad, hubiese consultado el Intern
o es lo mismo pensar en frío que hacerlo c
onderá o pasamos a un punto
a la clara aversión hacia mí. La situación er
. ¿Formularía su inter
la lengua y suspiré a pulmón lleno.
cía un idiota, después de despegar los labios fui pasado al grupo de los l
or Mu
llamarm
presenciar el pase de lista en la puerta del infierno. Apreté los puños y bosquejé la s
los bolsillos de su pantalón. Con gusto
o funesto: la telepatía no funciona. Al menos, no cuando está de por medio un a
e generar sus deseos carnales más violentos y convertirle en un cazador sin escrúpulos, un vicioso del sexo con tendencias libertinas, un ser sin sen
xpresión furibunda. El aire se cargó de violen
a, y una promesa a una madre siempre ha de ser cumplida. No podía esfumarme y dejar a la doctora con los colmillos afilados y sin probar la sangre de su víctima. Ya
darme que, pese a que era mi cuenta bancaria la que pagaba la conversación más cara de la historia de la humanidad, mi actitud le
s riñones en la carretera para pagar el cheque d
pero no valía la pena alimentarme con falsas esperanza
ercaron y giraron en un frenesí desordenado. Poco a poco,
smaban. Pero, por más que lo intenté, no encontré una respuesta que sat
rna. Acorde a mi antigua maestra de la catequesis, se debía a las largas piernas rasuradas de mi profesora de preescolar. Mientras los pueblerinos de Calabazas se gastaban e