andeando el cabello acaramelado. Pese a que en su rostro crecía un grano del tamaño del monte Ev
le perseguí por los pasillos. ¡Con qué gracia removía los pantalones acampanados! Era el
edos, creí que tenerlos era el equivalente a morir de vergüenza. Aquella mañana, eché las sábanas a la lavadora sin que mi ma
interés en una joven trae consigo consecuencias funestas. En aquel entonces nadie me lo advirtió salvo Pa
animales trabajan en el circo porque provocan
a una diosa.
o para una estrella de mirada
zones en mi contra. Sin embargo, mis oídos se
beso, o pídele una cita -insist
erra. No obstante, aquella tarde, pasé por alto su agresión. El ena
mbargó una extraña sensación y se elevó sin contar con mi permiso. Funcionó como una cosa con vida propia de
rdí en la punta de la lengua una justificación inapropiada y asumí mi culpa. Era culpable, sí, porque no había ma
aria, debí haber huido a un sitio remoto del planeta; pero ningún escondite me habría resguardado de la astuci
ba a simple vista que no era un ejemplo de belleza femenina. Su cuerpo todavía no había desarrollado las deliciosas curvas que dan gracia a una mujer. Las greñas que, escapaba
o existente entre nosotros. El invierno venía haciendo de las suyas. En un santiamén, las
a sabiendas de que a ella le de
. Con mucho gusto lo hubiese alzado, sacudido el churre y zampado de una mordida. En esta historia busco, ante todo, ser franco. Así que aquí va mi mayor m
njugó los ojo
una tormenta en un vaso de agu
tres», conté en silencio y esperé el estallido de su có
ada. Tu silencio me martiriza -insistí colocando la mejilla, tal como nos h
e perder a la única c
Me hizo sentir desnudo pese a que había resguardado bien mi cuerpo con trapo
un pájaro recién nacido y los miedos se destilaron a través de la piel. Aunque suj
echamos el ojo a los dos únicos dulces s
me soltó un trancazo que la dejó tiesa. Se colocó los b
avado! -me esp
eas un varón -tartamudeé en
espinazo y ensayé en mi mente una sarta de recién aprendidos insultos. Sin emba
porque llamarle pene suena vulgar. ¿No cr
lo lo hacen los maricas -l
para pensar.- Tiene que ser algo sugestivo, a
luces que remedaba el cielo al atardecer. Me estremecí desde el pelo hasta los callos porque c
n estaba tomada y era irrefutable. A partir de ese día tuve a Tembo entre las piernas.- No te preocupes por encontrar una explicación r
abía tardado en relucir. Él se agenciaba la c
stico a la cintura para no tener que zafarse el cinto si el deseo sexual les aniquila el razonamiento. Los Muñoz hemos sido aves de paso en cuestiones concernientes al amor y al co
la cuando apenas era una chiquilla de dieciséis años. Luego de embarazarla, le dej
lvada de los Muñoz, pero fui un iluso. Tal como auguró la comadrona el d
an mi curiosidad; por otro, no cesaba de temer. Dejar llanto y s
on uno de mis chistes aburridos. Ella chupaba el azúcar que recubría al buñuelo. ¡Qué clas
lana -le recl
r eso somos los mejores amigo
o, Pequeñaja -gemí en u
o pintaba a perversión
untó con el tono iróni
s preparándome para escuchar un d
rla de un mordisco. ¡Oh Dios, qué tormento es tener algo justo
mbos y, sin dejar de saborear el
stoy presenciando tu deb
así. Era un insulto de baja cuantía que la Pequeñaja me espantaba en la cara. Fuese mereci
onuncié las sílabas con lenti
sión me zumbó
cho de ser una persona normal. Si
dichos de Micaela. Ya lo sabía, pero oírle confesar mi
que quedaba en la fuente. Le lancé un par de ofe
Pequeñaja. Sin embargo, a partir de ese momento, ella siempre soltó u