sti
os, el escritorio. Me sentía furioso, o más que eso, sentía cosa
―me rogó mi mejor
gar? ¡No! Eso lo arrancó mi padre de cuajo de allí porque no quería nada que le recordara a su mujer; tú sabes l
a lo que tuviera que hacer, tampoco es que los terrenos se estén vendiendo con mucha facilidad. Y la mujer que lo compró es una empresaria que se enamoró del lugar en el mismo mome
sabí
favor, tampoco es pa
llí surgió el problema que
o motel el problema, y no puedes decir que no. La casa de
puede ha
a legal, aunque dudo que la deje ahora, pues estaba fascinada, ella tiene una florería en el sector alto de la ciudad y muy pronto abrirá una sucursal en el centro,
e era una de estas tipas estiradas que miran por encima del hombro a todos lo
jarás que se que
tengo
deci
te por mí ―iron
sa, eso te lo puedo asegurar, ama las plantas tanto como t
cho más que árboles
ya está todo salda
cuenta de un pequeño detalle q
é pa
se entere que el terreno colindante
jar allí los camio
qué mejor que allí, lejos de todo y, sin embargo, a mano para devolve
fico todo el día, así que su
, pues tendr
los documentos, ahora me voy porq
os a tu Usí
so ―res
s, pero que, por la misma razón, a Gustavo no le llamaba la atención, por más que ella se le declarara abie
, sería tener el recuerdo de ella latente y no quería. Ella tuvo un amante y nos abandonó, no de presencia, pues su alcurnia no le permitía un divorcio, pero sí lo hizo en casa. Su jardín y su casita eran lo más important
con un problema, uno de los camiones había chocado pues se le ha
l camión debía ser llevado a reparación. Por suerte, nadie había resultado afectado, solo un vehículo menor t
iarias, a pesar de trabajar codo a codo con ellos, pues mi empresa era de distribución de todo tipo a lo largo del país: Transportes Uribe. Mi mamá odiaba ese apellido, lo encontraba tan poblacional, y siempre me pregunté que, si lo consideraba ordinario, ¿por q
cibido para mí. Y creo que para nadie. Parecía una mariquita a la que le habían borrado los puntos, pero al acercarme
o y me pregunté cómo era que nunca lo había visto en la ciudad,
dar mis camiones en las noches. Allí estaba instalando un galpón para cubrirlos en invierno, el que ya estaba pronto
los trabajos de limpieza para luego instalar todo lo nec
á descubrió su pequeño secreto en el jardín, y él nunca lo pudo superar; al final, la tristeza y la depresión se apoderaron
iedra afuera de mi oficina, mientras me tomaba un café, mi bebida preferida. Desde allí observé a la mujer del lado, se había agachado al lado de la casita, no vi pa
ina? ―se burló mi am
poco
ecir que no, si sí ―
¿quieres
la
cina. Salí de mis terrenos, al mismo tiempo que lo hizo Gustavo. Mi
si se enco
zó un caballo blanco, ¿él está bien? ¿L
allo blanco, señorita,
por hacerle el
ningún caballo blanco,
cinturón de seguridad y se
a un rato, ¿dó
, le di al
había visto de su cara estaba llena
ver a un médico
lo coloqué en la herid
ve mu
que yo no
tamp
angrand
r malo. La s
adie sangra
; sus ojos se movieron en todas dir