ice. Me levanté temprano muy a pesar de que, el día que se levantaba, er
ramente, porque la necesitaba lista para que, quienes pasaríamos el re
té algunos números telefónicos que me encontré en letreros por todos lados, esos que anunciaban servicios a domicilio, p
a las repisas del baño, entonces volví a la cocina para
mioneta conducida por mi mejor amiga. Me acerqué a ella, la saludé con una sonrisa y, encaminándome al asiento trasero
o la cabeza de pequeño azabache de
on la voz ronca, antes de
alabra me hacía realmente feli
gunas maletas de su auto mientras los de l
lo abrazaba con todo el amor que era capaz de sentir por él. ¿Y cómo podía no ama
ijo Diego rato después,
ra capaz de despertarlo, eso era el hambre, esa en nosotros siemp
minamos a la cocina, donde solo
mi abuelo siempre dijo que primero está comer que
osas no muy pesadas, pero, de vez en cuando, Chío y yo fingíamos dejarlo ayudarnos a mo
burló mi amiga cuando solo
grandaban. Desde afuera, mi casa seguía
ncié para mi amiga-, ven
y continuamos
ués. Y me levanté para atender a la puerta que sonaba-. Seguro es
él, pero lo que me encontré fue j
tioné con los ojos
e estaba imaginando. Ni siquiera había alcanzado
y asentí, entonces le in
podía apartar la mirada de ese homb
guía siendo el hombre fuerte que yo recordaba, por eso mis ojos se llen
preguntó Chío, acercán
or amiga, lagrimeando un poco más-. Amiga,
e una amiga suelen ser un gran lugar para desahogar las
-señaló Chío, dándome una excusa para ace
agua, un vaso y me dirigí al jardín donde se encontraba parte de
us espaldas y mi abuelo solo me miró-.
l solo me miró y yo suspiré pensando que de
or, y lo sabes -dijo,
has cosas -recordé con melancolía-.
e miró por unos segundos y l
ado, iba a pedir su perdón y a pedir que me dejara regresar a sus vidas, pero no pude decir una palabra, pues D
-dijo Diego, tirán
sonrisa. Ese niño sí que me hacía bien
le con fuerza, sintiendo cómo pegaba
evando sus brazos al cielo mientras
rdad me hac
a la pizza -pedí-, e
ras interrumpirme y asentí. A ese niño yo n
rer a la casa, yo
uelo, rompiendo esa burbuja de felicida
lo que mi abuelo pensaba, yo no podía culparlo por pensar mal de mí. Yo lo había defraudado antes, le ha
, así que solo lo miré dolida y entré a mi casa; en
anunció Chío, entrando a l
ativa. Yo no podía hablar y mi amiga lo
tanto, nena -
én lo la
spedimos a Chío, que debía volver a Santa Clara, la ciudad que, siete años atrás, me había recibido con