o a mi trabajo. Bajé corriendo y murmurando entre dientes: «¡Tengo que hacer más ejer
edificio y caminé con paso
si hablara con Dios. Salí corriendo de nuevo y busqué la odio
como si tuviese joroba. La tercera me hizo mutar de persona a perro y terminé de subirla a cuatro patas. Cuando estaba por finalizar mi trayec
a hacer deporte, mañ
do; pero mis rezos no sirvieron, ya que escuché una maravillosa voz. Esa tan
cuentra
a con gesto extraño y me tendía u
yo em
cuando me ponía nerviosa,
caí
pensara eso. Yo siemp
la sangre de mi cuerpo se instaló en mis cachetes
qué lo p
ción, que no note que estás pa
ente, deberías mirarlo
l alien e intenté e
de. -Intenté escapar tan rápido que casi tropecé co
algo duro y sentí como un líquido caliente me quemaba el pec
a?! Me tiraste todo el café. -Frente a
a preparando mi entierro. Aunque, si seguía accidentándome, lo mejor sería que
cúlp
s ponerme a llorar para
isa? Más de lo que tú ganas en un mes. Ni se te ocurra pe
s! Lo que
actura -murmuré a la vez que me
ficiales y odiosas, muy lindas eso sí, pero unas perras sin corazón que se dedicaban a hacerme la vida imposible
omo los de Bruno, era el cerebro del mal de las dos arpías, aunque dudaba que,
os como toda ella. Ambas lucían un par de protuberancias, estáticas y redondeadas que salían de sus torsos. Estaba segura de qu
por lo cortas que eran deberían ser cinturones anchos. No era por ser mal
rosa y humillada al
-pronuncié después de llamar a la
emblante preocupado y caminó hacia mí-. No es por
de tener una
a. Estaba tan nerviosa y agotada que
arte el golpe
más que me recordaba el do
en casa, si me permites voy al bañ
si necesitas
alí del despacho. Ella y Adán era
so a seguir, que no sería otra cosa que colgarme con los cordone
s de bebida de la odiosa. Aquello no servía. El bulto se expandía por la frente, tenía oje
reprimir se dieron paso sin con
vieran así, o la vergüenza de ese día aún no habría terminado. Recogí con rapidez mis cosas y me es
pe riéndose con tantas ganas que parecía que les faltaba e
nunció una de ellas sin dejar de r
ole el cabello, o quizá ella misma con su len
én la embarazaría? La bola t
ó el café encima, hoy hubi
ballena, enviaré a lavar toda mi
én era la víctima, ahí estaba,
a que sus palabras no me dañaran, pero dolía. No tendría que ser así, después de tantos años deber