jos, el mismo que había visto años atrás, cuando eran tan solo un par de adolescentes inmaduros que
era mucho más feliz porque tenía a
preguntó cómo podía llegar a ser así de reservado. Él daba la impresión de ser frío y distan
actitud contradictoria, se hallaba a su lado junto a Lily, su prometida. Él estaba molesto debido a la inespe
onado con el padre de Damian y una humillación pública hacia Sebastian. Hizo memoria. Ese día ella había estado ocupada en otros asuntos, pero el chisme se regó como pólvora: un asiático alto, magro y con cara de perro rabi
por no ser capaz de decir una frase entera-, c
el mismo chino bastardo e hijo de papi
ajó la cabeza, sintiéndose nerviosa de una forma aterradora. Era como si el odio
A pesar de dirigirse a Sebastian, continuaba viendo a Emma-
en, chino
. No obstante, se vio interrumpido por
Mírenla, por Dios. Es el funeral de su
de disculpa. Emma le mostró una sonrisa amabl
-susurró, y se r
ás, no le apetecía. Tampoco era el lugar indicado para iniciar una disputa verbal qu
-habló de nuevo, entre
ul místico como el cielo y el mar; como lo impos
se atrás. Le había entregado las flores, eso era todo. No era como si después de la ceremonia volvería a
Yo... yo... te lo agra
tad de los labios. «Respira, cálmate. No voy
ida, encantadora y hermosa. Lo opuesto a
ad nada tenía que ver con vivir atado a una persona que no amaba. Desde el inicio su corazón había pertenecido a Emma Davies, aunque no importaba en aquel m
ía ser educado. Ya sabes cómo es esto, Davies: si no ob
. ent
pieza a chillar como histérico y te
ió con una
en Lago Púrpura unos días, que pronto tendría que volver a Japón y que, hiciera lo que hiciera, Emma Davies no s
ueva nariz. Con discreción se llevó la mano al rostro: todo estaba bien, no tenía nada de más; aun así, ella seguía con la mirada puesta en él. Frunció el ceño y la
flor de piel. Había estado a punto de tocar a Emma, como siempre lo deseó. Cuando L
la mirada fija en las rosas, al mismo tiempo que trataba de contene
os por la mejilla de Emma Davies, limpiándole las lágrimas. También le sonrió sin un atisbo de
pensó. «¡Lo has
*
sin cesar sobre el césped. El sacerdote abrió la Santa Biblia, bajo la sombrilla que lo resguardaba, ante los presentes que -al igual que él
ó impasible, aparentando que la escena d
ara el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramo
os momentos de Christian le vinieron a la cabeza. Ella no supo cómo enfrentarlos. Una duda le llenó el corazón: d
fe en alguien en quien antes no creía y, aunque las dudas causaban estragos en su interior, ella prefirió no preguntar. Él poseía una
nto que no fue capaz de contener los lamentos. Se tapó la boca con ambas manos, para que nadie pudiera escucharla, pero era tarde: el llanto se
Ch
e su vida, su mejor amigo, su otra mitad. El hombre que una vez, con un
ja de jugar, vamos. Chris, ¡Ch
hasta hacerse un lame
vos de la boda. Quería que Christian viera lo hermoso que había quedado el vestido de novia, que le diera su opinión sobre los manteles y
Quie-quiero ir a casa. Llévame a
aún conservaba en el cabello, le llegó a las fosas nasales. Aquello era trágico, casi poético. Sus amigos lo vieron atónitos y, de
-sus
e, hacia el automóvil en el que llegó junto a su familia y los hermanos McAdden. El chofer todavía esperaba por ellos. Emma necesitaba desca
daba?, no era como si alguien fuera a echarlo de menos.
rta por su sombrilla negra, y permaneció o
qué?
y fingió naturalidad, pese a estar empapad
e q
m-
curvó la comisura de su labio. Estaba sorprendido, L
hay co
éé, dím
o para tus estu
y tu cara de no-me-imporDa-nada. Sabes que eso no fu
rne
nota por cómo la miras. ¿Des
fuera, ¿
sa... ¿Y te irás de nuevo, así como un cobarde? Eso nunca lo hubiera esperado de ti. Eres el hi
a el árbol detrás del que estuvo escondida. Ella soltó el paraguas temblando, per
segundos
mporta. ¿Crees que es fácil ser quien soy, vivir consentía dentro de sí mismo. La dejó libre y siguió su camino h
tros, colocándose el casco-. Fue
e antes. Todavía llevaba esa sonrisa tatuada en la mente: la que no le obsequió a él y, con todo, atesoró por años. Él continuaba anhelando ser
s pensó llegar a sentir nada aparte de
haber r