da; bañarla y cambiarle los pañales... Coño, hasta había empezado a cantarle esas mierdas para niños que, como por arte de magia, le calmaban. Síp, bueno ya me sabía todas las de Disney, tú sol
y un tipo rudo. Siendo sincero, lo que me volvía loco era n
prarle lo básico a mi hija: pañales, comida y un poco de ropa. Además de que obtuve algo para mí mismo, pero cuando se acabó comenzaron las dificultades. Yo necesitaba drogas, lo siento. Podía hacer un cóctel con analgésicos, inyectarme cafeína o lo que fuera; y aun así no servía de nada.
mente en los peores momentos: cuando yo estaba en medio de una crisis. Recuerdo haber pensado que si salíamos vivos de es
oso de no estar muriendo
lla, por lo que tomé la sabia decisión de no interferir. Mi hija tenía carácter, ¿qué puedo decirte? Sin embargo, no estaba funcionando para mí. Todo me molestaba: las luces, el aire, incluso su risa. Y yo sabía que no era su culpa, sino
í. Esto no estaba funcionando, sobre todo porque el otro Adrián estaba saliendo a la luz como el monstruoso hombre verde que siempre estaba furioso. Quería gruñir y gritar, de
enzar a golpearme a mí mismo contra las
nía importancia. Alguien, lo-que-fuera. No obstante, desde que comencé a cuidar a Daila, todo lo que hacía era pensar en ello. ¿Cómo habría sido mi vida de tener un padre cuidándome? Ya sabes, de esos que te llevan a la escuela y te enseñan cosas; que están presentes en los días esp
o: le enseñaría a caminar, hablar y comer sola. No en ese orden, pero lo haría. También le enseñaría a odiar el reggaetón, bachata, vallenato y cumbia, al igual que muchos ritmos la
pero ya estaba sentado en el suelo, retorciéndome. Mis manos literalmente picaban y el sudor frío me goteaba por todo el r
murié
tad y amor. Pura mierda. «Sácala. Sácala. Sácala. ¡Ya, ya, ya!». Mis desordenados pensamientos iban todos dirigidos hacia Daila. Ella tenía que i
no, la abstinencia no era una cosa bonita. Es difícil ser coherente y mantener a tu yo bueno al mando cuando el otro asoma sus garras y tú solo quieres aliviar el dolor. Ser un adicto no es nada fácil; es vivir constantemente en una lucha contra las dos personas en las que te has convertido, y n
erdadero yo. Como un niño miedoso, escondido en un rincón vién
ba en e
recía lo que estaba sufriendo, me lo busqué el primer d
rdadero Adrián: aterrado de sí mismo, observando desde el fondo cómo la bestia tomaba el control y veía con ojos furiosos a su hija. Puede que yo no hu
arme. Respirando profundo, me senté de nuevo. «Su culpa. Sácala. Su culpa. Sácala. Su culpa. Su culpa. Sácala. Sácala.
ía qué
y a los que no hice caso, dinero, comida... Era como la madre que Amarilis no quiso ser para mí. Lástima que hubiera llegado veinticuatro años ta
de Florencia. Ella debía de estar ocupada a esta hora, pero yo no tenía a dónde ir. Llamé a la puerta y esperé. Estaba segu
er desarrollados o una cosa de esas. No sé cómo lo hacía, sin embargo, ella era capaz de percibir mi presencia y la de cualquie
e salió una mueca que debió de ser horr
voz me pareció lejana-.
íbula s
, Flor -admití
mi hija lloraba con cualquiera excepto con nosotros.
do. Como no me moví, ella mir
ramos los mejores amigos; aunque nos tolerábamos. Solíamos tener nuestras discusiones constantes por su obsesión con el pop, oriental y occidental, para maricas. La verdad, no terminaba de entender qué tenía
l black meta
maya, ¡agárralo!
describir, sobre todo porque tenía esa aura de museo y antigüedades que me erizaba los vellos, aunque lo que siempre capturaba mi atención eran las máscaras de porcelana que colgaban de
ro estaba temblando incluso más que antes. Florencia dejó a Daila en
miste,
-n
a N
y hazle una arepita . -Sus ojos
de confesarle la ún
. Y que-quema... -Gemí--
da en el culo y me echó de su vida. Bueno, después de que quedé en bancarrota. Mi vecina, en cambio, parecía sufrir por mí. Quizá fue
ir así, Adrián.
ya
había en mi mente era una cosa: drogas. H
-Respiró profundo-. Dios te ama,
no tuve nada que ofrecerles. Me amaba tanto, que mi mujer me cambió por un cara-de-
e eso había sido mi c
voy a
retó la mano. Su contacto qu
cómo salir de esta vai
e
nte por tu hija. -Respiró hondo. Cuando habló, l
mucho que me odiaba mi madre; pero decir que tenía un valor real... Las lágrimas picaron duro en mis ojos. No quería llorar. No ahí, no con
ra, hasta que me calmé. Después me miró
ano y la cerró-. Déjame a la niña aq
.. gr
triste m
a arepita
S
en contra de sus creencias. En las de cualquier persona con un poco de sentido comú
pagarte, Fl
etó mi mano-. Págame
rlo. Era mi hija. Además, ¿realmente deseaba estar limpio? Miré los billetes en mi mano, consideré el dolor recorrién
inmediat
i chamita.
za, con una s
e la
er
asó con el pa
l, no era un tema que quisi
N
que a ti, pero él no volvió. -Echó un vistazo rápido hacia atrás-. Pare
ía dado dinero a su hijo? ¿Fue una
, es
res a
ra mi sangre y la hubiera encontrado en un basurero, pero era mía. Y un padre simplemente no dejaba de
da a rehabilitación, pont
on la comida. No una, sino tres arepas que me hicier
a, Daila comenzó a llorar. E
idar bien mie
una lágrima que le
o pro
mirar el
si estoy limpio, po
sí, mijo.
ano, que es
a acompañ
vo, as
Cielo. Te van a ayudar, mi amor, te lo prometo
fueron patadas en el culo y desprecio a lo largo de la vida. Esto, no obstante, era tanto hermos
o padre, pero limpio. Sobrio. No
edarme tod
me había dado una madre horrible que jamás me quiso, hoy estaba rec