img Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas  /  Chapter 1 CAPíTULO I. | 4.35%
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Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas

Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas

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Chapter 1 CAPíTULO I.

Word Count: 4163    |    Released on: 04/12/2017

Nicolás.-Canteras de Guadalupe-El Santuario.-Herrera.-Malapadnabató.-Cueva de Do?a Jerónima.-Pueblo de Pasig.-Pateros.-Sa

os ambulantes.-Laguna de Bay.-Unión de dos mares.-El pantalán de Santa Cruz.-Mi amigo Junquitu.-Madrugada del 1.° de Julio.-C

en camino-por más que no sea ni aun vereda,-que dirige al modesto embarcadero que en la margen del Pasig, y al pié

o amarillo y grasiento por el uso, principió la maniobra de largar. Silbó el vapor, desatracam

as horas á las cercanías del puente colgante, cargadas unas de cocos, verduras, le?a, piedras, ladrillos y tejas, y conduciendo otras gran número de alegres cigarreras que tienen su trab

ia, así llamado,-se entiende cuando esté concluído [1] porque pondrá en comunicación las dos orillas del Pasig, siendo la principal base y

a, constituyendo un verdadero palacio á la moderna. Dicho palacio es de hierro en su mayor parte; en sus jardines, cortados á la inglesa, se encuentran estatuas en gran profusión, y por las entreabiertas vent

el barrio de Nagtajan, desde el cual las orillas del río principian á tomar otro carácter. La piedra, el hierro y el ladrillo, son sustituidos por la ca?a, la nipa, y la palma brava, los cuidados jardines, por las revueltas y compactas agrupaciones de plátanos, bongas

o en aquel lugar, un piadoso establecimiento de monjas,-y no sin trabajos, en los que hubo que emplear el tiguin para evitar los cientos de salientes que forman las revuelt

quina-los pueblos de San Pedro Macati y Guadalupe, el vadeo de San Pedrillo,-que pone en comunicación el barrio de ese nombre con aquel pueblo,-y las ruinas de San Nicolás, con su hi

, pariente del inmortal Herrera, á quien se debe el Monasterio del Escorial. El que dirigió el alegre santuario, dió más tarde ancho campo á la vale

jesuítas; á la salida de estos, fueron comprados sus

e piedras toscamente labradas, procedentes de las canteras de Guadalupe, las que suministran y llenan en gran parte las necesidades de Manila y sus arrabales. Dichas piedras, aunque muy porosas, y po

sta tiene en aquellas graníticas paredes preciosos ejemplares de gigantescos musgos. Casi frente á la pe?a de Malapadnabató se halla el vadeo de aquel nombre, en el que, una rústica garita, y uno menos rústico camarín, se?alan un puesto de carabineros, llamados á vigilar las importaciones que lleva á Manila el Pasig. En las cercanías de la garita, y visible perfectamente desde el vapor, se destaca la entrada de la cu

de Pasig. Aquí, el horizonte se ensancha y se aprecian distintamente

enidos por los mejores bogadores de la provincia de Manila. Son, en efecto, muy fuertes, y m

sig para ver el uniforme que usan los serenos, de q

surco en que ha de fructificar el arroz. En este dilatado trayecto va ensanchándose el cauce, contándose en él gran número de sarambaos, en cuya plataforma no solamente se alzan los cruzados brazos de ca?a que sostienen la red, sino que también un cobacho de nipa, en el que vive toda una familia, cuyos individuos, durante la

uce siguen la mayor parte de los miles de romeros que visitan el santuario, y después de una cort

reinaba en estas diversiones, la convierte en libertinaje M. Le-Gentil en las descripciones que de ellas hace en sus Viajes. Dicho francés, que dignamente precedió en exactitud en la manera de narrar costumbres á otros compatriotas suyos, vino á estas islas el a?o 1767, por orden de su rey á estudiar el paso de Venus por el disco del

valor que los de su libro, no me extra?aría se le olvidara hasta el saber escribir, lo que es difícil, pues literariamente hablando el libro es bueno. En cuanto al autor de la Memoria, solo diremos que muy formalmente afirma en el prólogo llevar estudiando diez a?os de colonización filipina, y en efecto ...

ogaba el calor de la caldera, la estrechez del barco, lo limitado del horizonte, y más que todo, el agua dulce, que en tres palmos de fondo batían las palas de l

tiquin, la falta de olas, de horizonte, de grandiosidad, de espacio y de luz, traían al bueno del capitán de un humor que había ratos en ni él mismo se podía sufrir.

ato de pesca?-le dije se?alándole

ó-más aparatos de pesca, que los arpones balleneros y los

en ser muy peli

?Mil rayos y bombas! ?Capitán de río, sin rol, sextante, ni brújula, con cuatro rajas de le?a en l

Agonía, drama en que Larra dice por boca de un viejo contramaestre de los que acompa?aron á Colón, ?que las tormentas en tierr

uido conjunto de Bertita, que vestía ligera y limpia bata de viaje, recogido sombrero de terciopelo con pluma, cuello y pu?os á la marinera, cinturón de piel de Rusia, y diminutas botitas color café.-?Les gusta á ustedes el tipo?-Sí.-Pues á mí también. El capitán, de cuando en cuando, la miraba de reojo, y hasta creo que el buen hombre se olvidaba de todos los horizontes de los trópicos, por el peque?o cielo que constituía la risue?a cara de Bertita, en la que no había mas nubes que un picaresco lunar puesto en el labio superior con más malicia que queso en ratonera. A la mitad del almuerzo, ya nos había contado quién era, adonde iba, porqué había venido, quién era su padre, su abuelo y hasta un primito á cuyo s

de lata, enga?an la credulidad de los indios; sirviéndoles otras veces de pretexto, media docena de plantas parásitas, que ni entienden, estudian ni clasifican. Al lado de estos últimos, los hay-y yo me honro con la amistad de algunos-que recorren los bosques de este país con el afán de enriquecer la ciencia, sufriendo toda clase

observaba y comía el

e á estos brebajes recordando el Moka que se tomaba en casa del Ministro, el primo de este. Pues no digo á ustedes nada, del que se servía en la embajada de Ru

ije para mis adentros

dije-cuando V. se instale, y lleve algú

ción, al par que nos anunciaba la llegada á

uró colocarse lo mejor que pudo, tan

osa la navegación en peque?as embarcaciones. Varios naufragios registra la crónica de la laguna de Bay, y según algunos pesimistas, aquella es una constante amenaza par

eblecito así llamado por tener unas termas de reconocidas propiedades medicinales,-son lugares que encontramos en los itinerarios de la mayor parte de los turistas. Las playas de aquel peque?o mar-pues no otro nombre debe dársele-están salpicadas de bonitos pueblos, los cuales de día en día, ven con creciente temor que las aguas van invadiendo sus territorios, fenómeno fácil de explicar, si se tiene en cuenta la cantidad de agua y arenas que arrastran las treinta y tres vías que alimentan la laguna, con la desproporción de s

ués de no pocas varadas, atrac

ino un fuerte abrazo, dado por mi querido amigo D. Ma

el cual se levanta un magnífico puente, construido en estos últimos a?os. La cárcel, hecha en peque?o bajo el modelo de

ondadoso Alcalde D. Antonio del Rosario con una se

do todo dispuesto para se

a por dos pencos. Palo aquí y atasques allá, llegamos al cabo de hora y media á Magdalena, en donde mudamos de caballos

uando reinan las aguas, en cuya época, lo accidentado del terreno y los aguaceros torrenciales que manda el Banajao, ponen el camino intransita

polita, y de aquella actividad incansable. Interpretaba al piano con envidiable maestría las más delicadas melodías de Beethoven, y fotografiaba con su cáustico lápiz, ó su correcta pluma, las costumbres

intorescas monta?as de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una afección al hígado, que le condujo al sepulcro siendo aún joven. M

e?o museo que constituía la casa del Sr. Tóbler, quien con su acostumbrada amabilidad explicaba objeto por objeto. Pájaros, mariposas, reptiles, herbarios y parásitas, había por doquier. Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y Cervá

de costumbres filipinas, que más tarde mandó litografiar á Alemania, fo

, yendo en busca del lecho, en el que no tardé en quedarme d

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