img Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas  /  Chapter 2 CAPíTULO II. | 8.70%
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Chapter 2 CAPíTULO II.

Word Count: 1754    |    Released on: 04/12/2017

del alma.-Evocaciones y recuerdos.-Un ateo.-El camarín del Botocan.-Almuerzo al borde del abismo.-Chismografía al por menor.-Cuentos y an

la segunda combinar colores que remotamente se aproximen á la realidad. Me decía un pintor en una ocasión que presenciábamos la puesta del sol:-Vea usted ese horizonte desconocido completamente fu

n popularizado haciendo á sus hirvientes espumas, cómplices de amargos desenga?os; mas soy franco, ni la tradicional leyenda, ni el fugaz artículo, ni el profundo libro, ni el cuadro, ni la narración, ni nada de lo que hasta entonces había leído, visto ú oído referente á la cascada, se evocó á mi memoria cuando llegamos al borde del grandioso precipic

; millones de preciosos cambiantes con los que se ilumina la granítica cárcel, en la que el Sumo Hacedor guarda una de sus más bellas creaciones; sombras queridas que forja la fantasía envueltas en transparentes encajes de espuma; tiernas evocaciones de otras edades y otros tiempos; gratas reminiscencias de seres amados; consoladoras fantas

carna con el cuadro que presencia, se paralizan sus sentidos y el éxtasis alienta las más tiernas creaciones. Un poeta ante la c

peyas; las medrosas siluetas de las esfinges faraónicas con sus impenetrables jeroglíficos; los derruídos circos romanos, compendio de la salvaje barbarie, al par que del sibaritismo de los antiguos imperios; los truncados altares druídicos con los tiernos recuerdos de sus vestales, y lo horrible de sus sacrificios; los almenados cubos de las feudales torres, con

*

s aguas del Botocan, no tiene rampa,

a es muy limitada, tanto, que cuando las aguas son caudalosas, rompen en el muro paralelo al

pasos del borde solo se ve un bello paisaje y un raquítico río, con un puente de bongas y ca?as; percibi

on una oración murmurada por mis labios y un profundo suspiro arrancado de mi alma, dirigiendo la primera al cielo, y el segundo al tranquilo y lejano hogar que guarda mi cuna. Una de las veces que visité el Botocan, fuí acompa?ado de un amigo que tiene sus ribetes de ateo. Observé cuidadosamente las impresiones que reflejaba su cara á la vista de aquel cuadro,

a sombra de un rústico camarín levantado en uno de los bordes más altos de la roca. Allí se sirvió el almuerzo, encontrándonos envueltos en los frescos efluvios, pudiendo jurar á m

y andaluces, y tras la facundia de estos y el enga?o de aquellos, se recordaron escenas amorosas. De relato en relato, de idilio en idilio y de desenga?o en desenga?o, vinimos á parar á las mujeres del país, y cada cual opinó á su manera. Unos decían que la in

en este país, ni las mujeres aman, ni l

ué blasfemia ha dicho usted! En esa especie de aforismo, solo se compendia una

n-dijo uno.-Que nos demuestre q

que las flores huelen

ruebe, que lo pruebe, que

erpelado.-Allá va, no una leyenda, sino un verí

ismo; y ?saben ustedes á qué? Pues á recoger los últimos restos de un

del país,-

detalles, porque no lejos de aquí viven parie

ruebas!-a?adi

fecho? ?No? p

ios que pisábamos, á la cascada, á un grandioso puente sin concluir que se encuentra no lejos de aquel l

que conservo el autógrafo de su autor, el cual me lo dejó como prenda de amistad.-Oídos que tal oyen,-dije en mi interior.-Puesto que ex

rones que nos preservaban de sus rayos, montamos á caballo, di

nombre que leímos en un tarjetón de madera clavado en la primera casa. á l

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