img Los espectros  /  Chapter 6 No.6 | 100.00%
Download App
Reading History

Chapter 6 No.6

Word Count: 34453    |    Released on: 06/12/2017

en todos los hospitales, destinada a tal fin; se le lavó y se

peque?a, consumida por una larga vida de sufrimientos, parecía un bultito negro, de faz pálida y cabellos blancos. Derramando lágrimas heladas de anciana, empezó a contar prolijamente de qué manera en la familia amaban a su hijo Sacha y el terrible golpe que había sido para ellos su enfer

torturaba su barba, miraba por la ventana y daba a entender claramente, con su actitud, que las palabras de su madre le desagradaban. Tenía su opinión sobre la enfermedad de su hermano, muy sabia, fundada en los datos de l

o ya contenerse, in

nos vayamos. Estamos mo

mío. Dos palabra

saba que estaba loca; que abajo, en los aposentos cerrados, había locos; que su hermano, que acababa de morir, estaba también loco, y no paraba de inventar historias ridículas, viendo enemigos por todas partes, figurándose que se le perse

hay que

oche junto a mi Sacha? ?Está solo el pobrecito! Nadie en nues

chó a

Por el camino, la anciana comenzó de nuevo a decir cosas insensatas; su hijo hacía gestos de

el día inquietante anduvo de un lado para otro por la clínica. Asistía a todos los servicios religiosos fúnebres, distribu

resante, misterioso y grave que estar muerto y yacer en el ataúd. Mientras andaba por toda la clínica, de un lado para otro, pensaba en las palabras conmovedoras y solemnes que acababa de oír durante el servicio religioso: ?Difunto?, ?llamado por Dios al reino de los cielos? y otras. Tales palabras, y cuanto pasaba aquel día

d que haga algo? Me pa

rque el doctor no había vuelto, algunas noches

todo. Le estamos muy agradecidos yo y el doctor. ?

Temía haber deja

resuradamen

corredor no estaba alumbrado sino por una lamparilla, y apenas se veía en él. En la cámara mortuoria ardían tres gruesos cirios, y otro, muy fino, alumbraba el breviario que leía en alta voz una monja llamada

ta-propuso Pomerantzev a la monja

s muertos, aceptó muy gustosa la proposición y se retiró a un ángulo del cuarto. Había to

ta cana temblaba; su rostro era tan pulcro en su senilidad como si se lavase diez veces al día

incoherente, saltándose muchas líneas. La monja se aproximó a él sin que lo advirtiese, y, suavemente, le quitó de la mano el breviario. En pie ante el ataúd, con la cabeza ligeramen

, hermano mío! No

pobre Sacha?-preguntó

se volvió

do-; era mi mejor amigo.

usted hablar así de mi pobre Sacha.

escuchaba las quejas de los enfermos. Adoptando una actitu

Tenga la bondad de sent

ga usted, ?no es verdad que mi p

antzev-. Era el mejor de los hombres que he conocido. Claro

Es un gran consuelo para mí... Diga usted, ?mi pobre Sacha no se quejaba nunca de mí? ?Pobrec

ograrlo. Se diría que tanto ella como Pomerantzev, que apoyaba tranquilamente el codo sobre el ataúd, se habían olvidado del muerto; la vieja estaba tan cerca de la muerte, que no le atribuía una gran importancia y l

Todo se arreglará lo mejor posible. Yo haré todo lo qu

usted tan bueno! Se lo a

ogió la mano a Pomerantzev

hombres que ya peinan canas y tienen arru

mos! ?Se les besa l

de la

lguno, como si anduviese sobre una espesa alfombra. Durante largo rato, uno y otro guardaron silencio. Marchaban emparejados y sumidos en sus reflexiones. El corredor parecía interminable. Se veían a ambos lados blancas puertas cerradas; detrás de unas reinaba un silencio absoluto; detrás de otras se adivinaba una ligera ag

tzev a San Nicolás, s

el otro, sin levant

uy

en!-confirmó

, sumidos uno y otr

cho, bajo el corazón, algo que me

de locos no puede uno meno

ree

ás. Este le miraba con afecto y sonreía dulc

Sonríes y lloras

ambién sonrí

ndo, sumidos en

-dijo Po

espondió S

rzas, andas sin cesar, vuelas sin descanso sobre la tierra y no te cuidas

llevo pantuflas. Con bo

uier parte, ?te parece? Porque, ya ves, me aburro a

emos!-aceptó

ola

s cerradas oíase la charla de los enfermos que no conocían el descanso. En el e

-qui-

onómetro se despertaba a media noche, a las tres y a las seis, agitaba los brazo

otra vez tranquilo. Detrás de una puerta, del lado izquierdo del pasillo, el enfermo seguía golpeand

rán Babilonia se habían apagado ya todas las luces, y él seg

H

A PAR

o. Una escalinata ennegrecida y casi en ruinas. Sobre las copas de los árboles se alza la masa sombría del castillo. Todas la

Aparece en la escalinata semirruinosa del castillo del viejo conde. Le precede su fiel servidor, el viejo Astolfo,

se retire! ?Que se acompa?e a los barones a sus aposentos! Es hora ya de que todo el mundo descanse. Harto hemos esperado al novio, y aunque nos l

denes del conde en lo que se

os. No, Astolfo; dales, más bien, a mis barones de comer, pues están no menos hambrientos que yo, y guarda los restos en la cueva. Nos l

vuestras órd

sar a su hija, se nutrió durante medio a?o con los restos del festín nupcial. Escatima cada pedazo, pés

por la ma?ana están esperando al duque, a

ara, me parece que no. (Reparando en su hija.) ?Ah, estáis ahí, condesa?

interna sobre la b

r. Desde por la ma?ana tenemos abiertos los brazos para recibir al noble huésped, y sólo abrazamos el vacío. ?No creéis

ha prescrito, como medicina, un yerno para uso interno, como dicen los médicos. ?Ja, ja, ja! Sí, para uso interno, y nosotros hemos abierto ampliamente la boca... es decir, la puerta, para recibirle; pe

ido una desgracia. Tengo un presenti

a, yo estaba seguro de que era a nosotros

imiento doloroso. Y todo el día he sido presa de temores. El sol se ha

ón del propio emperador, avanza tranquilo a través de nuestras tierras. Se burla del odio de mis barones hambrientos, que rechinan, rabiosos, los

ace largo rato que ha anochecid

s no estuviesen punto menos que en ruinas; si mi castillo fuese una fortaleza sólida y amenazadora, como en tiempos de mis abuelos, entonces el duque no se retrasar

es el elegido

al mismo tiem

dio al emperador, empezaste a odiar

su caseta, porque le tienen miedo al hambre. Son traidores a nuestra libertad. Ellos han arruinado mi castillo, en los agujeros de cuyos muros, en otro tiempo terribles para nuestros enemigos, hacen ahora sus ni

ue es honrado y noble. ?No te ha ten

y yo no he ace

nuestro matrimonio, mientras que tú, c

los blancos para la acogida del novio. Sé audaz y noble como tu prometido, Elsa. Es verdaderamente irritante: ?un conde miserable se opone a esa boda, grata a los ojos del emperador! Si el pobre conde se obstinase,

d de mí, padre m

ecido a ti, la hubiera echado como a una ínfima esclava, como a una innob

l pediros mi mano, yo me postré a los pies del emperador, rogándole que tuviese pied

n su poder divino

u protección, os dirigió una orden en la que me

a irónicament

r duque. He hecho mal ordenando que se apaguen las luces. En seguida van a encenderlas de nuevo. Voy a ordenar que se enciendan todos los fuegos, que ard

erdónam

ego la destrucción del nido. (Finge que llora.) ?Adónde irá entonces el desgraciado conde? ?Dónde encontrará un asilo? Es pobre, va mal vestido. Los perros de la aldea le morderán las piernas; las mujeres y los ni?os harán mofa de él. ?Adónde irá entonces el de

adre! ?Te lo su

que le sean desconocidos. De ni?o andaba a gatas por las losas del patio. Desde sus torres, siendo mozo, miraba a lo lejos, so?ando conquistar el mundo y

n piedad de mí. ?Si supieras cómo le amo! ?Sufro tanto! ?Qué le ha sucedido? ?Qué ha pasado? ?Por qué no viene? Un terror loco se apodera de mí. He estado temblando todo el día. Te

stillo está dispuesto para el recibimiento del noble prometido. Voy a mandar

.-?P

o tenéis más que mandarlo. Pero no; el amor prefiere la soledad. Perdon

r la esc

jo estanque, cubierto de musgo verde... Lo aborrezco. Me da miedo, sobre todo hoy. Está lleno de ranas que saltan ruidosamente de la orilla al agua. Cuando he visto esta noche reflejarse nuestro castillo, con sus ventanas iluminad

eja escapar un grito. Sale e

-?Qui

?Amor mío! ?Mi

-?Enr

s juntas en un beso. En lo alto de la escalinata apa

ustia y desesperación. Ense?adme la faz... Si sois vos... eres tú... ?Por q

Sí, soy m

ios de tal modo? Los labios de

ama del infiern

odo tus ojos? Los ojos de los e

o. ?Amor mío, novia querida! ?Si supieras cóm

ara mí qué

avanzan tan lentamente, de una manera tan solemne!-, y he corrido aq

ro qué extra?

do que me reconociesen aquí. No soy yo, Elsa; soy mi

o estar

sonidos de sus trompetas, y

or mucho

baja. En lo alto de la escalina

edamente.)-?

bién quedament

.-?Es e

nde.-

e ser, si no, ese ho

ero esa no

mbargo, le recono

ndesa traiciona a su noble prometido, y mientras él vuela hacia aquí en alas del amor

cha a

-?Bromeá

. Lo que estás viendo

os aseguro q

a noche, por cualquier agujero, como un ladrón, como una zorra en el gallinero para robar gallinas. El duque, en efecto, no

tener dudas. Vos vei

s, la noche es

-Sí, muy

ndo está obscuro, es

fácil. ?Decididame

nte en su misma noche de bodas! Pero vamos a defe

no es él. Aho

hija, a la novia del pobre duque!... Sí, coge tres hombres y acechad a ese intruso. Cuando pase por delante de vuestro escondrijo, c

estoy convencido de

de.-?S

va

te has hecho

mis pies. ?Mil obstáculos, mil aventuras, mil desgracias! Ya es mi caballo, que cae muerto sin que se comprenda por qué; monto otro caballo, veloz como el vient

nza un gr

.-?Qué

oír algo. Decías que un río

tacan. Una batalla sangrienta sobr

-?Y d

uncidas, aunque intrépidos, se muestran recelosos y no quieren avanzar más. Insisten en que nos detengamos; pero yo grito: ??Adelante! ?Mi amada prometida, mi hermosa, me espera! ?Adelante!? Y heme aq

el sol de hoy e

-Ya se h

estás aquí, junto a mí. Pero no, no eres tú; es tu

las tro

el duque

-Sí, es

le confesaré mi traici

ene gracia; me inspira algo así como celos el f

nera solemne, acompa?

vemente se adelanta su magnífico cab

atro sombras, y desaparecen al punto en las ti

-?Adiós,

n moment

no los respondo a la tercera llamada, invadirán el patio d

mi padre e

mis ruegos, el emperador se ha dignado devo

Qué bue

e venido a tu lado por breves instantes, como un espectro, y dentro de

Un mome

tercera vez l

recen muy inquietos. A

, amado mío, te espero. ?Dime algo

Luego desaparece. Al punto se oye un ruido ahogado de

habrá lanzado ese gemido lastimero? Quizá no ha

trompetas se hac

co; pero hay que perdonárselo: se ha retrasado besándome. ?Ah, Elsa, liviana doncella! No tienes pudor. ?A quién acabas de besar en la obscuridad? Tus mejillas enrojecidas te denunciarán...

nzan aún algunos

entre esos guerreros, de cuyas costumbres no tengo la menor

A través del follaje se

al resplandor de las antorchas. Cuando tú, Enrique, me mires con una sonrisa maliciosa, me moriré de con

barones del viejo conde, con las cejas fruncidas, gru?endo, llenos de una cólera sorda. Las antorcha

desa? ?Dónde está el duq

rendo lo que

s por todas partes y no le encontramos. Os suplico, con

terrible! ?Insu

o yo no le

nos ha dejado para correr ju

ceros.)-?Qué insolencia! Llama

cho esperar

en a acusar de liv

eremos s

remos que se

escalinata apare

a acusar de liviandad a mi hija? ?Y qué gen

rones del duque En

nobleza caballeresca, conde. Pero nuestro amor al duque no es menos grande. Debéis comprende

mo? ?No h

está entonces? Desde muy de ma?ana esperamos con los brazos abiertos a

rumpen en exclama

nor caballeresco, se atreve a blandir los aceros en nuestro castillo, pretende reemplazarle?

nde, os toca decir

nde.-

que estaba aquí. Ved la pr

ritos de in

o aquí, donde tenía un

de indignaci

as puertas están abiertas para él de par en par. No tenemos motivos para amar al duque; pero le debemos respeto por el rango que ocupa. Y aunque sois tan amigo suyo, le conocéis muy poco si

del duque hacen gestos amenazador

traré de arriba

tá entre vosotros? Eso me inquieta: temo que haya sido víctima de un advenedizo. Yo no quería revelar este secreto sino al propio duque; pero puesto que sois

oca! ?Por qué todas esas antorchas? Lanzan u

la comedia, hija mía! Sin embargo..

os aquí, en este

aprisa, muchach

criado, abrazar a la condesa. ??Qué desgracia!-me dijo el conde-. Mi hija le

?Más apris

hombres, cae sobre el malhechor, át

ho? ?Oh, cielos! ?Dónde

len

con la mano.)-Ahí, en

ión entre lo

do de los labios ardientes! ?Vo

mue

o al emperador! ?Prended fuego por los cuatro costados a ese castillo maldito! ?Que no quede nada de este nido lúgubre! ?Que la i

E

STI

o, por ejemplo, los reporteros judiciales-se hallaban allí muy a gusto. Encontrábanse con sus desconocidos; como en el teatro, asistían diariamente a la representación de

s melancólicos que se veían a veces no turbaban la alegría general: al contrario, son precisos con harta frecuencia para hacer más pintorescos el cuadro, sobre todo en lugares donde se representan dram

ya en sus puestos. Un reportero, mientras llegaban sus demás colegas, disponía ante él las cuartillas y examinaba muy contento la sala. El

l es el patron

Petr

ted prestar

S

izquierda... ?Karasev!

ey Eg

ted prestar

S

uierda. ?

a orden; otros parecían sorprendidos por la llamada del presidente, ponían cara estúpida, miraban en torno, sin comprender nada, como si hubieran olvidado su propio nombre o como si creyese

a preso por distracción de fondos y operaciones financieras sucias. A veces, al oír el nombre de cualquier t

, y miraba por la ventana caer, en gruesos copos, la nieve. Había dormido bien aquella

testigos, cuando el presidente tropezó,

ted prestar

ndió una vo

on la mirada entre los testigos a la mujer que le había contestado tan rotundamente, y todas las m

lova! ?Quiere usted prestar

N

la moda, su aspecto no era el de una mujer de posición o ilustrada. Llevaba grandes pendientes semicirculares; con la

sted es

S

iere entonces p

iró y no

restar juramento?... Dígalo francamente, sin temor.

N

o pertenece usted

N

obligada a decir cosas que no querría decir. Pues bien: la ley le permite a usted dejar de

N

oven que el rostro-, clara y l

nó hacia el juez, que se hallaba sentado a su

contestó

ordinario. No

tribunal quiere conocer las razones que la hacen negarse a prestar juramen

igo respondió algo, pero con voz ta

a. Más alto; t

ió, y luego di

na pro

eflexiones, levantó de pronto la cabez

iluminar l

os jurados y los testigos levantaron la cabeza y miraron las lámparas encendidas. Sólo los jueces permanecieron

gracia e

testó e

e que sea usted una prostituta no es una

o acento con que estaba habituado a pronuncia

, con todo

. Si fuera cristiana,

erda y se dispuso a hablar; pero cayó en la cuenta de que también debía consultar a su colega de

?comprende usted? Su oficio no le interesa al tribunal, sino solamente a usted y a su conciencia. Nosotros no podemos mezclarnos en eso. Su oficio no puede impedirle a usted el ser cristiana. ?Comprende? Se pued

a, como si buscase

a esta cuestión. Si usted practica los ritos de la religión crist

N

ue no? ?

o quiere usted que y

usted a

N

joven, acaso también a causa de la emoción. A cada una de las respuestas, el público se miraba, diverti

roclamó, en voz tan poco queda,

ted...-preguntó

; mas hace ya tie

encontraba a la izquierda del

a las demás mujeres? ?Acaso ta

omó la lista de

d también, a lo que

dió con apresuramiento, casi con orgull

tribunal, donde todo le gustaba. Había ya ca

Quiere prest

n mucho

o se opone a prestar juramento...

sculina, Kravchenko, una mujer

án dispuestas a prestar jurament

va no r

uiere

N

en voz baja, después de lo cual el presidente, con una expresión amable y al mismo tiempo respetuosa, punto menos que re

r, ?quiere usted tomarse el trabajo de persuadi

omponerse, dio dos

olesto. Muy colorado, se acercó al

idente-. ?Se lo suplico a usted! Si n

l pecho, el sacerdote, más colorado aún, se

s le hacen a usted honor

no soy c

nfuso e impotente, al

sacerdote; él se lo e

e sacerdo

tro destino. Sin la voluntad del Todopoderoso, ni un solo cabello puede desprenderse de nuestra cabeza. Por grandes que sean nuestros pecados y nuestros crímenes, no tenemos derecho a condenarnos nosotros mismos ni a alejarnos de la Santa Iglesia por nuestra propia voluntad; ser

nada orgullosas de nuestro ofi

cisiones del Juez Supremo y se atreve a apartarse de la Sa

N

ed en Nuestro S

he de

en Nuestro Se?or debe s

zgó en el deber de

rende usted? Basta creer en

o lo que quiera; pero con este oficio... Si yo fuera cr

a un icono, se marchó para no asistir a la ceremonia. Nuestros esfuerzos para retenerla fueron in

uó el sacerdote-perdonó a la muj

o me he ar

hora en que ust

tomarse en serio semejante arrepentimiento: peca una toda su vida, a?os y a?os, y luego, cua

divertiría, cantaría, bebería, recibiría hombres, y luego, de la noche a la ma?ana, a hacer penitencia! N

Asombrábase de no haber visto hasta entonces a aquellas mujeres

gesto de desesperaci

ez semejante... Dispense

s manos, mientras arreglaban la cruz que pe

eda, el artesano de los últimos bancos, volviendo a

etraso causado por la obstinación de

unal de

sidente, furiosísimo-. Es una verdadera imbé

izquierda-. En la Edad Media, los tribunales condenaban a la hoguera a mu

idente-. En ese caso deberíamos comenzar por examinar las facultades

a la atención del tribunal. Se removía en su asiento, se alzaba de él, se apoyaba sobre la mesa hasta casi tenderse, balanceaba la cabeza, sonreía y, cuando el presid

fiscal?-le preguntó al fin el pre

usted una

uso de pie, y, fijando los oj

tigo, ?cuál es s

ru

a?o, Agrafena, ?no es eso? Es un nombre cristiano. Así, pues, ha si

me pusieron el no

ted de afirmar que

a; mas mi verdadero

! Ento

sidente le

lista también figura con el nombre d

tengo nada m

a, y, lanzando una mirada severa a

La situación se ib

el dedo, trataba de restablecer el silencio para mantener incólume el prestigio del tribun

dente-. Ujier, si alguno hab

urado, un viejo delgado, huesudo, con una la

egunta?... Karaulova, ?hace much

ho

hacía us

cri

so a usted en el mal camino f

l amo

to le di

he de plata y un corte de traje.

perdió usted pa

usted? Yo era

usted

un mu

ha sid

en un

s no ha tenido

N

, volvió a ocupar su asi

stiana. Por diez rublos pe

fensa de Karaulova, su amiga Pustochkina-. No hace much

soltó la

tochkina, el presidente-. ?No tiene usted

embro del Jurado se

n quiere hacer

rueso comerciante, formado todo él de esferas y semiesferas: su vi

se a Karaulo

istiana; quizá ma?ana cometas un robo o envenenes a uno de tus clientes: de mujeres como vosotras puede esperarse todo... Haces mal en obstinarte y separarte de nuestra Santa Igle

o peor todavía... Desde el mom

iante sentóse, y

rar en razón! ?Tiene la

ado, el adjunto del

e su verdadero nombre es Pelagueia. Por consiguiente, se la bautizó con tal nombr

a, y dijo a su colega de la

aciendo perd

e a Karaulo

d? Según sus document

mbargo, n

?or fiscal, no q

ia, que solía funcionar con mucha regularidad, sin ningún entorpecimiento. Era hasta ofensivo; con toda su modestia aparen

costaba mucho trabajo restablecer un silenc

o no es ya un tribunal, sino más bien una casa de

d que yo le haga? Lo peor es que las otras mujeres están de p

n tercer miembro de

el presidente-. Haga el favor de darse

poeta y de manos finas. Hablaba con mucho trabajo, como si se viera obligado a vencer, a ca

que tiene usted del cristianismo es falsa. El cristianismo es algo de más monta que las virtudes y los pecad

dente-. Karaulova, ?comprende ust

N

rado: no le entiende a usted. Tenga l

risto. Las virtudes y los pecados no son sino categorías pasajeras, emanacion

presidente-. Yo tampoco comprendo nada. ?N

o-. No se puede hablar de las cosas místicas en términos vulgares...

no se puede estar en comunión con Dios. Ni siquiera me a

taban fa

cueste!-dijo uno de los jueces

jurado, se lev

presidente-. ?Usted ta

ermitido hablar al se?

onía el presidente-. Bueno, está usted en su dere

legante con su mano derecha, se

torios del se?or ad

, no puedo per

o, ob

tornados, las cejas fruncidas. Los jurados y el público le miraban con interés, esperando algo extraordinario; sólo los jueces, habituados a las maneras oratorias de aquel se?or, permane

urados y se

fuerte para ser oído; ora gritaba, ora hacía una larga pausa, fijando los ojo

adjunto del fiscal. Estarán, sin duda, de acuerdo conmigo si les digo que la pr

uí a los representantes del poder establecido. Si contin

gado s

en una hoguera y con todos los horrores de la Inquisición, lo que, por fortuna, es imposible en nuestra época. En la persona de la se?ora Karaulova vemos,

. En su entusiasmo oratorio, hasta sintió u

azado, de modo elocuente, el camino por donde ha llegado a esta terrible situación. Muchacha inexperta, ingenua, que acaba, acaso, de dejar la aldea, con sus alegrías se

s una prostituta. Los se?ores jurados no son unos ni?os y comprenden muy bien, sin que haya que explicárselo, có

?Se?ores jurados! La veis ahí tranquila, casi sonriente; pero ?sabéis cuántas lágrimas amargas han vertido esos ojos en el silencio de la noche, cuántas flechas agudas de remordimientos de conciencia se han clavado en ese corazón de mártir? ?Acaso no querría ella ir a la iglesia, como las mujeres honradas, y confesarse con el sacerdote, vestida con un traje blanco, símbolo de pureza, y no como mujer menospreciad

al abogado y a los jueces--. ?Miren! Este dinero lo he ganado con mi oficio. Este traje también, así como este sombrero y estos pendientes. No tengo nada, absolutamente nada que no haya ganado así. Ni mi cuerpo me pertenece; está vendido por tres a?os, quizá por toda

. Lágrimas abundantes caían sobre su

como ha dicho el se?or abogado, sino que hasta evito pasar por delante. No rezo, y ni siquiera sé rezar. Ignoro con qué palabras debe una dirigirse a Dios. ?Y qué pedirle? ?Ganar el reino de los cielos? No creo en él. Aquí abajo, las oraciones no dan gran resultado; yo recé en otro tiempo para que mi hijo no se s

ova ha mencionado aquí casos de sacrilegio, yo quisiera, en mi calidad de representa

tó Karaulova-. Estaban todos borrach

fiscal se sen

ted juramento?-interrogó

N

guntó, dirigiénd

ras ac

al adjunto del fiscal a dar su opinión. Al fin

de Karaulova, el tribunal le permite que

aron al altarcito, ante el

roclamó en alt

se levantó y volvió la

a mano!-dijo

obedec

lo que v

e voz, continuó en

rometo y

ron en voces diferen

rometo y

deroso y ante su

deroso y ante su

estaba arreglado, y el mecanismo judicial, después de aquel e

o Karaulova, fueron

sted no prestar juramento; pero no olvide usted que debe d

erlo, porque no

xclamó con desesperación el presidente-. Le

lo que

de nuevo regularmente. Las preguntas eran seguidas de respuestas. El adjunto del fiscal tomaba notas. El r

nte de Piedad, tengo el hon

tro veces: el 21 de diciembre, el 7 de enero, el 25 de enero y el 1 de febrero. Las tres primeras veces todos mis gastos fuer

a gusto. Fuera caía, en gruesos copos, la nieve. La

-TO

ificó en el Gólgota, entre dos bandidos, a Cristo, ese mismo día, el comerciant

ión singular, como si se le hubiera elevado un poco sobre las otras; cuando la rozaba con la lengua, sentía un ligero dolor. Pero después de comer, la

tarde anterior o las demás contiguas a ella. Toda la boca y toda la cabeza le dolían, como si estuviese mascando millares de clavos ardiendo. Se enjuagó la boca con un poco de agua del cántaro; durante unos momentos el dolor se aplacó, y Ben-Tovit experimentó una ligera tirantez en las muelas. Dicha sensación, comparada con el dolor de hacía un instante, era incluso agradable. Ben-Tovit se acostó otr

a salida del sol-de aquel sol que estaba predestinado a ver el G

u mujer se levantó, le dijo mil cosas desatentas, lamentándose de que le hub

marido. Le auxilió, solícita, con no pocos remedios: una cataplasma, en la mejilla, de estiércol seco y pulverizado; una infusión muy fuerte

l dolor volvía a empezar con redoblada fuerza. Durante los escasos momentos de tregua, Ben-Tovit procuraba olvidarlo completamente, poniendo el pensamient

esús Nazareno. Ben-Tovit se detenía entonces un instante para escucharlos; pero ponía luego cara de pocos amigos, hería iracundo el suelo con el pie y echaba a los ni?os; aunque era un hombre de buen corazón y aunque amaba a sus hijos, se enojaba con ellos, lleno de fastidi

los bandidos; quiz

dió colérico Ben-Tovit-

de muelas se le aplacaría si miraba a los bandidos, y se acercó a la barandilla. La

io de la multitud, encorvados bajo el peso de las cruces, avanzaban los condenados. Por encima de sus cabezas, semejantes a serpientes negras, chasqueaban los látigos de los

parecía un mar agitado cubriendo con

biera horadado la muela con una aguja. Lanzó un gemido lastimero y se apartó de l

nándose las bocas muy abiertas, con l

s demás, quizá más fuerte aún. Al pensar en esto, se hizo más cruel su sufrim

o su mujer, que no se apartaba de la

onde pasaba Jesús, que avanzaba lent

o burlón-. ?Si posee, en efecto, el don de

corto sile

o! ?Ni que fueran un reba?o! Debían de

spertó, el dolor había desaparecido casi por completo; sólo el lado derecho de la mandíbula parecía ligeramente hinchado; tan ligeramente, que apenas se notaba. Al me

n-Tovit le ense?ó su nuevo asno, y, lleno de orgullo, e

enido dolor de muelas, cómo sintió al principio la molestia en el lado derecho de la mandíbula, cómo se había despertado al amanecer, atacado, súbitamente, de un dolor insoportable. Par

ío! ?Es

recientes. Refirió por segunda vez cuanto le había sucedido. Después recordó que hacía ya mu

tado tras las colinas lejanas. En el firmamento, hacia el Oeste, llameaba, semejante a un rastro de sangre, una ancha banda roja. Sob

ido hacía tiempo. Com

l dolor que había tenido. Así, charlando, caminaban Gólgota abajo. Ben-Tovit, animado por las exclamaciones de compasión que profería de vez en cuando su vecino, daba a su rostro una expresión de sufrimiento, cerraba los ojos

BRE OR

saciones, alrededor de las mesas lejanas y del ruido ahogado de los pasos de los cr

encantan l

había pronunciado tales palabras una mirada de asombro; todos volvieron la cabeza para ver quién había dicho aquella cosa extra?a. Y t

an con él, como aquel día, en un restorán, y, no obstante, se les antojaba que aquel día lo veían por primera vez. Lo vieron y se llenaron de extra?eza. Observaron que no era feo del t

r largamente su mirada de a

o Se

pronunció con cierta

evich, ?le gustan

gustan

o a todos los empleados sentados

e gustan las neg

nunca. El mismo Kotelnikov se rió, un poco confuso, y enrojeció de gusto; pero a

nte?-preguntó el subjef

las mujeres negras un gra

xót

uido, cuando conocía una palabra tan extra?a: ?exótico?. Luego empezaron a discutir, asegurando que no era posible que

gustan!-insistió mo

-. Yo, por mi parte, detesto

pirraba por las negras. Con este motivo, los comensales de Kotelnikov pidieron seis botellas más de cerv

losísimo de su papel. Ya no encendía él sus cigarrillo

acías, se pidieron otras seis. El grueso Po

? Ya que desde hace tanto

ente! ?Con mucho gus

a de verse, al fin, comprendido y admirado,

ebió con Troitzky, Novoselov y otros camaradas; cambiaba

udeschaft? con él, pero

is hijas verán con curiosidad a un

eaba un poco a causa de la cerveza, t

on a la calle, tropezando con los transeúntes. Kotelnikov march

puedes comprenderlo. En l

olsikov-. No sé lo que puede encont

es de gusto. La n

nunca en las negras, y no acerta

n tempe

dejaba convencer y

Nuestro amigo Kotelnikov tendrá sus razone

se a Kotelni

te por tus negras. Estoy tan contento,

sistía Polsikov-. Del color del betú

ía a su vez Kotelnikov-. Porque

rrachos, hablando en alta voz, tropezando

teros de todo el barrio, por los solicitantes que acudían a la oficina, hasta por el agente de policía de servicio en la esquina de la calle. Las se?oritas mecanógrafas de las secc

exótico que había en ellas. Las muchachas menores parecían un poco confusas; pero la mayor, Nastenka, que gustaba de leer nove

mente las negra

Lo cierto era que a ella le había caído en gracia. Nastenka también le causó cierta impresión a Kotelnikov; pero él, como hombre a quien sólo le

seas y le dieron ganas de llorar y de escribirle a su madre, residente en provincias, que acudiera inmediatamente como si un grave peligro le amenazase. Al cabo logró dominarse. Cuan

elnikov, le presentó a un revistero de teatros. Este, a su vez, le condu

as negras; las demás mujeres le repugnan. ?Un original de primer orden! Me alegraría mucho si usted, Jacobo I

v. El director, un francés de bigote negro y belicoso, miró al c

las negras, quedará satisfecho: tengo prec

e no advirtió el director, absorto en s

un billete gratuito p

ctor co

y la pupila no más grande que una olivita. Cuando, poniendo tal máquina en movimiento, jugaba ella los ojos con coquetería, Kotelnikov sentía recorrer

pretes voluntarios que se encargaron gustosísimos de la delicada misión de

a un gentlemán tan guapo y simp

cida al teclado de un piano, y volvía a todos lados los platos de s

ecirle que en las ne

taban tan

Un viejo comerciante, incluso lloró de entusiasmo en un acceso de sentimientos patrióticos. Después se bebió champa?a. Kotelnikov tuvo palpitaciones, g

la oficina, le dijeron que su ex

el bigote, y, lleno de terror, ent

e a usted... q

or buscab

sted le gust

celentís

ojos asombrados a K

?por qué le g

lo sé, excel

de pronto que el v

r en mis subordinados cierto espíritu de independencia... naturalmente, si no traspasa ciertos límites defin

lgo exótico, exc

o a la baraja con otras personas importa

o a quien le gustan las negras. Pásm

aron al oírle un poco de envidia; cada uno de ellos tenía también a sus órdenes un ejércit

excelencias-, tengo un empleado con un

na barba, no ya como aquélla, sino policroma, no tenía impo

que hay en las negras algo

aba veintiocho a?os de servicio y sostenía una numerosa familia, declaró de repente que sabía ladrar como un perro, y no tuvo ningún éxito. Otro empleado, muy joven aún, simuló estar perdidamente enamorado de la mujer del embajador chino; duran

al, notábase entre los empleados públicos cierta inquietu

r original, acabó por decirle a su jefe una porción de grose

o a las negras. Sin embargo, no mucho después, un periódico publicó una interviú con él, en la q

o en el terrible destino reservado a aquel aficionado a las negras. Kotelnikov, sentado a la mesa, sentía sobre él las miradas de piedad de toda la familia y se esforzaba en dar a su rostro una expresión mela

lloraba desconsolado, porque amaba a Nastenka

motivo, se convertía a la religión ortodoxa y abandonaba el café cantante del se?or Jacobo Duclot.

os felicitaban a Kotelnikov, que les daba las

, excepto Nastenka, que se iba a su cuarto de vez en cuando a llorar a sus anchas, y que, para ocultar las huellas del

honor suyo. El propio subjefe, que se había excedido un

cirme de qué colo

ayas!-obser

clamaron, asombrad

lanca, otra negra... Como las cebras-explicó Polsikov,

exclamó Kotelnikov, p

imas, y, sollozando, huyó a su cuarto,

e. Hasta fue recibido un día con su mujer por el propio director. Cuando llegó a ser pad

a casa, y, cuando volvía, se detenía largo rato ante la puerta. Cuando su mujer salía a abrirle y le ense?aba su dentadura, semejante al teclado de un piano, y lo blanco de sus ojos, grande

da mía!

aquel ni?o de labios gruesos, gris como el asfalto; pero lo cogía en brazos y procuraba sim

ran asombro, recibió una respuesta alegre. También ella estaba satisfecha de que su

a su mujer, acarició su espesa barba y lanzó un profundo suspiro. El también sentía cierta admiración por Kotelnikov, c

o a ese di

lencia, del subsidio que le habían dado, de su subjefe, de

negras... Hay en

sonrisa feliz, y con la sonrisa e

ó sus huesos con los de otros muertos. Pero en los círculos burocráticos se habló todavía mucho tiem

AY PE

bundantes y sedosos, cubren su cabeza de una manera tan graciosa, que al mirarlos se piensa sin querer en mil cosas amables: en el cielo azul sin nubes, en las canciones primaverales de los pajarillos, en el florecer de las lilas. Se piensa tamb

elo, como si quisiera acelerar la marcha del tranvía, que avanzaba muy despacio. Nada de esto se le había escapado a Mitrofan Vasilich Krilov, que poseía el don de la observación. Iba de pie en la plataforma del tranvía, frente a la muchacha. Por entretenerse, la contemplaba, un poco distraída y fríamente, como una fórmula algebraica sencilla y muy conocida que se destacase en la negrura del encerado. En los primeros momentos, la contemplación le divirtió, como a cuantos miraban a la muchacha; pero eso duró poco, y no tardó en caer de nuevo en su mal humor. No tenía motivos para estar contento. Al contra

hubiera olvidado sin dificultad; pero se hallaba fren

a a cualquier rincón. Naturalmente, ella se pirra por las conversaciones, por las discusiones; tiene sus ideas políticas y sociales. No estaría de más que se cuidas

sapareció de su rostro y fue reemplazada por una expresión de miedo infantil, mientras su mano izquierd

es; todas estas muchachas están seguras de que un hombre con gafas azules es un espía... Lleva probablemente proclamas escondidas en el corsé. En otro t

uida los ojos. Ella le miraba, como mira un pájaro a una serpiente que se

pretende salvar a la humanidad! ?Necesita aún una ni?era esta revolucionaria! No estamos en sazón todavía para la revolución. En vez de Lasalles, entre nosotros, se dedican los chiquillos a la política. ?

tina. Era una idea inspirada por el cielo gris de noviembre, por el suelo fangoso

ciosa, propia, a su juicio, de un espía, y lanzó una mirada severa y escrutadora a la muchacha. E

v-. Parece que huirías de buena gana; pero ?

mal tiempo, se dedicó a la imitación de un espía, con tanta habilidad como si fuera u

e alegría pérfida; su mano derecha, que llevaba en el bolsillo, oprimía con toda su fuerza

que ocupaba él solo la tercera parte de la plataforma se estrechó de pronto, se hizo peque?ísimo y volvió la cabeza. Un hortera, debajo de cuyo gabá

esentar un papel antipático, en que los demás le odiasen y le temiesen. En el fondo gris de la vida cotidiana se abrían a modo de abismos obscuros, llenos de misterio y de sombras movibles y mudas. Se acordó de la clase donde daba

su vida tanto como un revolucionario. A veces la práctica del espionaje cuesta la c

representar; pero su oficio de profesor era tan odioso para él, tan monótono

na angustia terrible y un deseo loco de huir. En aquel momento so?aba quizá con tener alas. Dos veces se movió un poquito, disponiéndose a descender, y, al sentir sobre sus mejillas ruborosas la mirada inquisitorial de Krilov, permaneció como clavada

gana huirías; ?pero no, peque?a! Será una buena lección para ti. Esto

misterio, de horror y de alegría... Era perseguida, y hay algo de singularmente delicioso en que un malvado, hostil y temible, tienda las manos aprehensoras a nuestra garganta y pr

l extremo de no afeitarse sino una vez al mes; sus ojos, con gafas azules, y se convenció, con un placer maligno, de que parecía, en efecto, un espía. Sobre todo, a c

ofunda melancolía invadió su corazón. El cielo, la vida, las gentes, todo se to

semejante a la de la muchacha. Y todo

e inescrutable; ahora veía su aproximación callada; admiraba las luces que se encendían una tras otra; percibía algo de solemne en aquella lucha entre el

es obscuros, que invitan, en la sombra, con una elocuencia misteriosa. La muchacha miraba con angustia a las altas casas, que estaban como defendidas

tranvía, Krilov debía descender; pero la muchacha

billete hasta l

co sucios, viejos, casi rotos; no se puede pagar a los espías en buen dinero; de lo contrario, serían gentes como las demás. El cobrador, silencioso, parecía también compre

que no te impide robar a la C

lito y, cuando menos lo esperase, le denunciaría a la Administración. Lueg

lí siempre. No había

urosa del tranvía, en la esquina de una ancha calle, donde se cruzaban los rieles. Otros viajeros estaban también a punto de

-le dijo él, trata

ía pasar. Por el otro lado impedían el paso el conductor y el comerciante gru

clamó Krilov con cólera-. Con

jar paso!-dijo el conductor,

hubiera jurado que el comerciante le oprimía ex profeso con su voluminoso cuerpo. Sofocado,

ncia a Krilov, casi echó a correr, no disimulando ya el temor. Krilov apresuró también el paso. En aquella callej

acabar!?

corriendo, casi ah

ó a ella y, sonriendo amistosamente, la miró a los ojos. Con la sonrisa quería decirle que la broma se había term

ana

espués divisó Krilov su silu

gafas, empezó a reflexionar. ?Era estúpido todo aquello! La chicuela ni siquiera le había dejado abrir la boca para explicarse, y le había lanzado en pleno rostro el despectivo insulto. Debía, no obstante, comprender que sólo s

yos de ambos sexos que un espía le había perseguido. Como es natur

a Universidad, y no soy inferior a voso

l gabán; pero temiendo coger

odo punto necesario poner fin a esta farsa. Hay que hacerles saber que tengo un diploma universitario y que odio a la Policía tanto como ell

os, miró la larga fila de ventanas

como ellos. Me corto el pelo ahora, porque empieza a caérseme; pero eso no prueba que yo sea espía. Claro es que está uno más a salvo si lleva me

y lo tiró en seguida; n

s: Se?ores, ha sido una broma. Pero no, no lo cree

a. Podía hallarse ya en su casa muy cómodo, haber comido, haber tomado el te calentito y estar tendido en el canapé, leyendo el periódico y sin la menor inquietud. Al otro día, sábado, se jugaba a las cartas

asa y se volvió a cerrar con violencia

y resuelta actitud, s

úntes, tropezando con los faroles, los caballos, los coches. Se detuvo en una ancha avenida, que le costó mucho traba

n cigarrillo, y apenas se l

erculosis en perspectiva... Por fortuna, no me han dado alcance los estudiante

a distancia. Krilov los miró con ojo

a y tortuosa, se detuvo. ?Iba a huir de todos los estudian

de nuevo en la avenida. Se sentó en un banco y co

! Tanto peor para ella si me toma por un espía. ?Qué me importa a mí? No me conoce, ni los estud

l pensamiento, cuando, de súbito, una

una hora entera ha podido estudiar mi ros

na serie de posib

atros, a los museos; y en todas partes se exponía a toparse con la muchacha, a quien, seguramente, saldría a aco

tremeció de

nte a toda su banda con el dedo, dicien

ás, el médico quizá se enga?e y puede que yo no necesite gafas. En cuanto a la barba... verdaderamente no me cambiar

sto son tonterías. Aunque me reconozca, no hay por qué apurarse. Sería necesario p

quila, su inocencia. Todo era claro, convincente. Las frases se seguían en un orden perfecto, como fó

fórmulas exactas están muy a menudo en contradicción con la vida; de que en la vida hay poca lógica y de que él no encuentra manera de demostrar que n

n de fe? Su espíritu hallábase vacío, y no veía nada seguro sobre qué p

encontraba ante los jueces-. Todo el mundo con

e como encontrar en un montón de trigo un grano determinado. Sucede a veces que alguien dice algo fuerte, violento, que queda grabado en la memoria de los demás, aunque lo diga en estado de embriaguez o sin reflexionar. No muchos a?os antes, el maestro de caligrafía de su colegio, un viejecito modesto y callado, en una comida en casa del director, como hubiera bebido algo más de lo justo, exclamó de repente: ??Insisto en la necesidad de la reforma radical de la ense?anza!? Naturalmente, aquello provo

Sí o no? No lo sé, no sé

está sentado en un banco del bulevar y fuma; ?pero es él, en efecto? Los árboles, la menuda ll

bruscamen

no se trata de convicciones, sino de a

? ?Qué había hecho? Buscó en los repliegues de su memoria, recorrió mentalmente los a?os pasados,

do-. Es idiota creer que soy un espía. ?Yo espía? ?Qué inse

r? En su mundo se le consideraba un hombre inteligente,

y su mujer le había dicho: ??Eres demasiado bueno!? Pero ?aquello pro

anta, y ni aun lo advirtió. Sólo sabía que era tarde, que estaba rendido y que tenía gana

casa! ?Qué aspecto

bomba de dinamita, y poco después se d

sta forma, por ejemplo: ?Se?orita, un hombre a quien ha tomado usted por

abrió con trabajo la puerta. Entró, con gesto decidido y severo. En

Una joven estudianta acaba

le interes

rtero comprendió en seguida; hizo con la cabeza un signo que daba a en

pero estrechó con fuerza la mano

mi casa!-inv

é? Yo sól

u habitación, Krilov, apretando los d

tomado por un es

o había en él una silla, en la que

quiera me invita a sen

s a cabeza, con una mirada indiferente e insol

ustedes... Uno rubio, con gran

conocerle?.

usted... que reco

ov-. Todo eso me tiene s

o caso de sus pal

s? El rubio me dijo que ci

on una alegría maligna que el rostro de

es otra cosa... ?Quier

de menos su pitillera japonesa, su gabinete de trabajo, los cuadernos azules de

: el tabaco era desagradable, mal oliente. ?

es con frecuencia?-

escu

no les peguen a ustedes. Como no les rompen ningún hueso, no tiene importan

iraba sonriendo

Krilov; pero el otro l

es preciso que en la fisonomía no haya nada de extraordinario que llame la atenc

-. No tengo tiempo que perder.

el portero preguntó cómo era la muchacha a quien se refería. Cu

s amigos del tercero derecho... No deben tirarse l

oyó al portero despedi

o de g

uy radical, atrevido y bello. Con todo lujo de detalles acudió a su imaginación aquella velada inolvidable, y pensó en su cuartito, en el tabaco esparcido sobre la mesa, en el orgullo y el entusiasmo con que escribió aquellas líneas firmes y enérgicas... No

la puerta

e preguntó llena de a

mente el gabán, el pro

lena de gente, y no hay nadie q

gió a su

comer!-le d

ranquilo!

cuadernos de sus discípulos, lo rechazó indignado. Sentado en el suelo, buscaba nerviosamente en el cajón inferior del armario, lanzando suspiros de desesperación. ?Po

pronto, se acordó. Hacía cinco a?os, con motivo de un registro practicado por la policía en casa de un colega suyo, se había asustado

ietantes. En las habitaciones próximas jugaban los ni?os, gritando y riendo. Se oía el ruido de los platos en el comedor, donde hablaban, iban y venían; pero allí, en su gabinete, todo estaba en silencio como en un cementerio. Si un

pero puedo acordarme de su contenido. Lo escr

ie las recordaba, en ningún corazón habían dejado huella alguna. Era inútil llorar, implorar, suplicar de rodillas, amenazar, enfurecerse; con ello nada lograría. El vacío infinito permanecería mudo, impasible, pues no devuelve nunca nada de lo que devora. Nunca, ni lágrimas ni súplicas, han podido tornar a la vida lo que ha muerto. No hay perdón, no hay remedio; tal es la ley cruel de la vida. Sí, aquello

continu

-gritó a

su cabello, descuidado, tenía un color impreciso. Lleva

y a decir que calienten

... Tengo q

re la mesa su labor y miró fijament

ntate

s se dispuso a escuchar. Como ocurría siempre, desde su infancia,

esc

completo desconocido, como el de un nuevo alumno que asistiese por primera vez a su clase. Se le antojaba absurdo qu

Macha? ?So

spía. ?Co

su asiento, y, con un ge

bía adivinado hace tiempo. ?

puso a agitar furiosamente el pu?o cerrado ante su ro

aciones próximas-. ?Lo crees, pues? ?Lo creías hace mucho tiempo? ?Es posible? Después de doce a?os que vivimos jun

ba: si por ser espía, en efecto, o por no serlo. Tuvo piedad de él. Se sint

do-. Siempre soy yo la culpable.

hacia ella y, air

puede creer que soy en realidad espí

os?-protestó ella-. ?Tú haces las porq

puso aún m

que soy espía, pues? Di

que yo lo sepa?

uerella que acababa de tener lugar entre ellos, se sentaron uno junto a otro y comenzaron a hablar tranquilamente. Los ni?os se pusieron de nuevo a jugar y a hacer ruido en la habitación

s terribles! No hay por qué atormentarse; no tienes más que afeitarte la barba y quitar

mucho. Si al menos yo tuviese un

arba es admirable. Lo he

o reinó en la casa, llevó a su gabinete un espejo y agua caliente, y empezó a afeitarse. Además de la lámpara se vio obligado a encender dos bujías; tanta luz le molesta

bían dejado una se?al roja en lo alto de la nariz. Había en su fisonomía un no sé qué de gris, de muerto, como si no fuera la

eres!-balb

ara estúpida? ?Quién se

y, tras una corta vacilación, se afeitó también el bigote. Mirose de nuevo al espejo. Al día si

beza y, con suavidad, se pasó dos veces por la garganta el contr

!-dijo en alta voz

gris, muerto. Podía ser golpeado, escupido; permanecería sie

uella cara: los colegas, los discípulos,

alma estaba vacía, sin vida. Sólo deseaba una cosa: dormir. ?Como he respirado demasia

la lámpara y las velas y

ella pobre faz, que al día siguiente haría reír a todos:

LLAS S

indecisión, la falta de audacia y la prudencia exagerada, rayana en lo ridículo. En vez de luchar abiertamente por la libertad del pueblo, apelaban al buen senti

RO P

en, gritan, muerden las manos de sus raptores. Sólo hay una que permanece del todo tranquila, y se diría que duerme en los brazos del romano que la lleva. Lanzando exclamaciones de dolor, los roman

ION DE LO

o de sudor y parezco una rata de río. Creo

mujer tan gorda. Yo he cogid

tiene buenas garras. Llevas e

garras

sablazos, bastonazos, pedradas, hasta murallazos, y nunca he pasado

nen unos deditos encantadores, con unas u?as finísimas. Las comparáis con las gatas, y las gatas son ángeles comparadas con ellas. La mía ha venid

tiendo las manos por debajo de mi armadura, me hacía cos

orrumpen en una risita llena

; de lo contrario, perderemos su estimación. Mirad a Pablo E

luciente com

No tiene ni un solo ara?azo e

to, como si yo fuera su marido. Cuando cargué con ella, pareció sentirse muy feliz, y se abrazó a mi

una s

iado le dijo que yo la amaba y la estimaba sinceramente. Casi

ahora cada uno de nosotros reconocer a la suya? Las hemos

nes de enojo. Se oye una voz que grit

cio! No

gunto cómo podremos reconocerlas. La mía era m

nter

: creo que no olvidaré sus gritos

ré a la mía

el perfume delici

eza para nosotros una vida nueva. ?Se acabó la soledad dolorosa! ?Se acabaron las noches sin térmi

ya es hora de comenz

e una voz irónica: ??Int

io! Nos

ya e

nos, ?quién s

ve. Las mujeres prorrump

do ya bastante. Ahora les toca

á durmiendo aún? Mira, allí, al lado d

ores romanos, que ninguno de vosotros se atreve a acercarse s

-?Tiene un talent

a, ocultándonos uno tras otro y sin apresurarn

o.-?Lo de menos

res se oyen sus

o! Nos es

.. Además, ?por qué hablar de los maridos y molestar a la

í,

, se?ores,

Se oyen voces femeninas, parecidas al silbo de la serpiente. Los romanos operan con arreglo al plan concebido; es decir, ocultándose uno tras otro. Pero con est

en tu plan. Queriendo avanzar, hem

omano.-?Yo

mos? ?A uno o dos ara?azos? Bien puede arrostrarse tal peligro por

lanzan contra las mujeres, y a los pocos momentos de mudo combate retroc

e no han dado ni un grito? Es una mal

hacer

llevar una vi

no tiene atractivos. Hemos trabajado ya bastante, fu

ogía femenina. Ocupados en guerrear y en fundar a Roma, nos hemos embrutecido, hemos per

(Con modesti

s ayer. Eso prueba que existe también un medio de apoderarse de las mujeres. P

y que preguntárselo

os lo

las mujeres un

o! Nos es

.-Tengo

.-?Tiene un tale

uestras lindísimas raptoras, digo, ocupadas en ara?arse la cara con sus rosadas u?as o en tirarnos de los pelos o en hacernos co

en tono doliente: ??Esto no tiene vuelt

propongamos a nuestras encantadoras enemigas que hagan lo mismo. Espero que los representantes de uno y otro campo estarán bajo la protección de

arlamentario a Escipión. Este, con la bandera blanca en la mano, se adelanta con lentitud hacia las muj

era blanca es una cosa sagrada, y yo soy también una persona sagrada, puesto que me encuentro bajo la protección de la bandera blanca. Os lo aseguro bajo mi pa

por el mero hecho de enarbolar ese garrote con l

s muy desgraciados... (Con el valor de la desesperación.) ?Nos morimos de amor, os lo juro por la cabeza de Hércules! Se?ora, bien se ve que t

s en repetirlo: hemos oíd

Y, no obstante, hem

.-?Os hemos oíd

ás lejos! ?Os lo ruego! No queremos que nos oigáis. ?Quién es ese papanatas de la boca abierta? (Se?ala

toma buen cariz?, y retroceden de puntillas

ION DE LA

abusado de sus fuerzas esos viles r

romanos que serle infiel a mi pobre marido! Puedes

mbién l

o tam

eso. Estos romanos son tan mal educados y brutales, que no se puede esperar de ellos qu

cuerda

sta la tumba! Es un patán, un bruto. ?Me estrechaba

os trasciende su

r de estrecharnos entre sus brazos

que?ita, un soldado estuv

tenemos tiempo de entre

a decir que aq

oldado; tenemos ahora otros en que pensar... ?Qué hare

ica, a quien ha despertado el ruido de las voc

o que se acerquen. No puedo vivir lejos de ellos. Quisiera ver al picaruelo qu

rale, con la

-?Me voy

osible, Verónica, que ya hay

stamos con los romanos? Parecéis turbadas. ?Qué pasa?... Si no queré

s a nuestros pobres mariditos. Que hagan con nosotras lo que quieran: siempre permaneceremos firmes, como la Roca Tarpeya. Cuando p

s llo

pues, queridas ami

hacer con nosotras lo que les d

ormir confiados, caros amigos!... Ahora, queridas compatriotas, designe

cará a tod

Se figuran que no somos capaces sino de ara?arles la

podemos hablar. Es absolutamente inútil, puesto que la fue

e a mí hablarle a esas gentes, y yo les probaré que no tienen ningún derecho a retenernos, que están en el

femeninas.-?Ve

ed a Ve

la rodilla blanca! Ven

ueréis que d

áis; no os morderé. ?No sois muy valiente que digamos! Ayer, cuando nos arrancasteis bruta

as sabinas forman dos grupos simétricos a ambos

Me felicit

analla, un necio, un ladrón, un bandido, un asesino, un monstruo. ?Lo que habéis h

ón.-?S

n disgusto profundo, una repulsión sin límites. Oléis atrozmente a s

! No ha sido otra que vos l

n me ha raptado. (Le mira con desprecio.) Os

os he reconocido al punto! Vuestros c

lo que huelen mis cabellos

so es lo qu

idado! Y no hablemos más del asunto. Os ruego, se?or, que

contenerse, se ríe, tapándose la boca. Los demás ro

egunto: ?Qué queréis de nosotras? ?Qué esperáis ob

ero... nosotros también tenemos la

láis en serio? ?Habé

demos en deseos de consolidar... Procurad comprender nuestra situación, y os apiadaréis de nosotros. ?Acaso no

omano.-?Com

grimas.)-?Pobres hombres! ?Lo

jado, por decirlo así, escapar el momento favorable para crearnos una familia

on dignidad.)

qué nos han dejado

icho!? Las mujeres se indignan de nuevo. Algunas exclaman: ??Esto e

tinuar las negociaciones, os ruego que ha

ráis el corazón con vuestros atroces sufrimientos; mientras vuestras lágrimas corren como torrentes que en la primavera se precipitan de las monta?

femeninas.-?Es

?dónde están? No los veo por ninguna parte. Brillan por su ausencia. Os han abando

s altivas. Entre las mujeres

)-Verdaderamente, ?por qué no vien

o de oro, sabéis adoptar elegantes posturas; pero decid

entera. Además, espero que vo

tán tan lejos? ?Yo qu

as.-?Por favo

por nuestros sufrimientos; pero sois todavía muy joven, y hay cosas que no se os alcanzan. Así, pues, voy a deciros algo que a

n.-?Qué

los que nos hemo

es una cuestión peliaguda. Permi

tra.-H

ujeres. Los romanos d

ón.-?S

a.-Soy t

a antigüedad, tras una larga deliberación, me han

pefacta.)-?De ve

uramos! ?Juremo

uran, blandien

o el sitio no

Ofendido.)-

suma, una cosa estúpida. Esta piedra tan gr

a piedra.)-?A vuest

Me ahogo aquí. Vos mismo estáis avergonzado, no podéi

.-?Una r

! ?No me habéis h

onad, se?ora, mi razón está un poc

urrencia! ?Sabéis que e

ón.-?P

! Pretendéis haber perdi

pión

lmaos esperándome. ?Si pudierais veros la cara! La tenéis cubierta de sudor, como s

, se?ora, que estái

atra.

ya! Y no pued

-?Y qué va

soy todavía vuestro marido pa

racia! ?Queríais hacernos creer en la sinceridad de vuestros juramentos? (Dirigiénd

e! Es una lógica que no ent

.-?Y si n

es... entonces,

atra.

s hasta la coronilla. ?Por la cabeza de Hércules! Si hemos fundado a Roma,

ra.-?Es

diota, si os

Llorando.)-?

ué queréis de mí? No puedo más. Aunque soy un antiguo romano,

os dejáis partir? (Llor

. Id en busca de vuestros maridos. ?V

te! Que se vayan; raptaremos

Dios mío! Toda paciencia

lorando.)-?Pa

ión.-

ra de honor de qu

-?Ya lo h

podría ser que no l

ompletament

decidimos a irnos, ?

?Qué pesadez, Dios mío! ?

en; ?pero nos lle

ión.-

s habéis traído aquí, debéis ahora llevarnos junto a nuestr

limita a herir furiosamente el suelo con el pie y se va con sus camaradas. Todos los romanos les vuelven

oído, queridas amig

a.-?Es

lo todo a media noche, despertar a los ni?os, suscitar desórden

aridos? ?A qué santo

che, cuando todo el

éis el

o tenía una más ocupación que la de

gran di

niegan a

el corazón. ?Pobre chiquillo mío! Le han oblig

No se os escapará vuestro chiqui

gura de que lo primero que se me pedirá es una buena cena. Hasta me alegraré de tener un nuevo ma

s, Proserpina. La historia, c

a de nuestros negocios? Además,

cuchad, queridas amigas, tengo un plan: podemos partir inmediatamente en bu

nervios ta

mos pasado una no

prometerá a nada. Nuestros raptores estarán encantados, y así les será menos doloro

da más qu

que descansemos. Id a hablar con el

éndose hacia los

er la cabeza.)-?En

.-Venid u

órdenes, se?ora! (Se

uestra amable proposición, y nos vamos

pión

sar un poco. Espero que nos permitiréis permanecer

os se levantan p

a de Hércules, de Júpiter, de Venus, de Baco, de Afrodita, que todos nosotros...

ora iremos a

romanos de la antigüedad, adelante! ?Un, dos! ?Un,

cia las monta?as. Tras él marchan los demás

n, dos! ?En f

recorre con gesto d

sperad, se?ores romanos de la antigü

tancia, con los ojos bajos, como

Se?ora, ?no la

-?Qué bes

Emilio

í, tú. ?Ere

.-?Me insult

s? ?Acaso no me reconoces? ?Oh, querido mío!

milio.-

í! ?Soy tuya! ?Dios

.-?Pero ésta

a.-Sí,

Emilio

nica

-?Vos? ?Vos s

en el sue

e han ido ya; me da vergüe

ilio.-No

Mi marido repite desde hace treinta a?os que

o.)-?No, no sois vos! ?Soc

E

RO S

lueva, que haga mucho viento, que las nubes negras encapoten el cielo; pero no es menos posible que todo esto no sea

muran: ?Quince minutos de ejercicio diarios, y estaréis como una manzana.? En medio, en un largo banco, están sentados los maridos con

cuchicheo de los gimnastas; ?Quince

rcio, ense?an

os! Hemos recibido la dirección de nuestras

chad, escuchad! Se ha

bolsillo una camp

, se?ores,

ia y la prudencia. ?Recordáis, maridos despojados, adónde fuimos a parar la ma?ana memorable que siguió a la terrible noche durante la cual esos bandidos robaron, de una manera abominable, a nuestras desgraciadas mujeres? ?Recordá

Proserpinita quer

enciosos y pendientes d

urlase de nosotros, la misma antigua dirección. Al fin nos dio este terrible informe: ?Partieron sin dejar se?as.? Pero no quedamos contentos con esta gestión. ?Recordáis, se?ores sabinos, lo que hicimos por a?adidura? (Los sabinos guardan silencio.) He aquí una exposición sucinta, pero elocuente, de lo que hemos hecho en los d

ta querida!

?as y adivinar así la ansiada dirección. Todos nuestros esfuerzos han sido vanos. Los dioses todopoderosos no han querido coronarlos de éxito. L

ta querida!

se?ores sabinos, en qué se hallaban ocupados nuestros sabios juristas mientras los astrólogos consultaban las estrellas? (Los sabinos guardan silencio.) ?Vamos

rpinita

Bueno, se?ores sabinos, voy a ayudaros a recordar

fondo.-Para tener l

qué necesitamos tener los m

ímida.-Par

sabino, un amigo de las leyes, un puntal del orden, un modelo, único en el mundo, de lealtad. Me dan vergüenza

erpin

lúmenes del código civil, las colecciones de las leyes y las resoluciones del Senado, así como los cuatrocientos tomos escritos con motivo de nuestro asunto por los sabios juristas, en los que se prueba, con una claridad meridiana, la ilegalidad del acto que los romanos cometieron. No echéis en olvido, se?ores sabinos, que nuestra única arma es la ley, nuestro derecho y n

s se empinan sobre las punta

ción; jura que no raptará ya más mujeres, y pide perdón humildemente. La firma no es legible; sobre ella hay una gran mancha, que proviene, sin duda,

rpinita

ran batalla en pro del derecho y la justicia-batalla en que acaso perdamos la vida-, vos sólo pensáis en vuestra Proserpina. En nombre de la honorable asamblea, condeno vuestra conducta... ?Bueno, se?ores, preparémonos!

abino que se ha equivoca

si alguno de vosotros lleva cortaplumas, que lo tire. Los mondadientes también. Nada que pueda suscitar ideas de violencia. ?Ningún arma contundente ni cortante! Nuestra arma es el derecho y la conciencia pura. Ahor

nos no re

s, el deseo irresistible de dar cima a nuestra empresa; mientras que el paso atrás manifiesta nuestra sensatez y nuestra prudencia. Al darlo, damos, por decirlo así, prueba de nuestra lealtad, de nuestro

vanzan del modo indicado por Marcio: dos pasos al frente, un paso atrás. De esta suerte atraviesan lentame

E

RO T

le de entre bastidores el ejército sabino, que avanza gravemente, dos pasos al frente, un paso atrás. Al advertir su presencia, el romano se anima

Marcio, las trompe

speración.)-?Alto, se?ores

enen bru

cipita hacia el mar! ?Al fin os habéis detenido! Ahora, obedeced. ?Atrás los tr

s profesores avanzan. Los dem

res profesore

en; todos a la vez abren su libro respectivo ruidosamente, lo que produce la impresión del dispar

zá seros útil? Pero si se trata de un circo, debo a

mos! Tras nosotros queda un largo camino de privaciones, de hambre, de soledad; ante nosotros se presenta una batalla única en la historia humana. Animaos,

os guardan

n paseo por lo que hemos venido con esos pesados l

, se?ores, debéis respond

que no he podido, en todo el c

n.-?Es

paciencia es poca para aguantar

compadezco de

serpinita mía

y de los raptores si su conciencia no ha empezado ya a remorderlos. ?Les impondremos el respeto a la ley!

oy a llamar

mento; han venido a verte!? Sale de entre bastidores Pablo E

ntaos, se?ores romanos de la ant

aza efusivamente. Marcio parece asombradísimo. Pablo

ridos ha

pan el lado derecho de la escena. Marcio, en una actitu

dormido como la primera noche después de la

o, son lo

os mío, qué sed tengo! ?Proserpi

Proserpinita quer

diablos quiere éste? ?L

io, es s

bería un lago entero, sobre todo con la cenita que me dieron anoche. ?Si su

ile

he que la Roma fundada por nosotros se desm

es? Tienen una visita, y la cortes

nte estarán

ilasen mucho para sus antiguos maridos, y, sin embarg

ano.-?Cielos,

s... Se los tomaría por ídolos de piedra. ?

d, se

ntentaréis escaparos y nos daréis una respuesta clara y franca. ?Recordáis, se?ores r

miran, confusos,

mbién os habéis olvidado de todo? No pue

gripa. Debe de ser algo muy grave.? ?No, no lo recuerdo.? Los demás romanos t

d! La noche del veinte al veintiuno de abril se cometió el mayor crimen de la historia hum

acuerdan y par

es v

etament

l veinte de abr

una m

lento, D

chos, de desnaturalizar las normas jurídicas, recurriendo a todo linaje de sofismas, como es uso y costumbre entre los refractari

los espectadores comienza a leer con voz

ágina. El robo en general. En la edad antigua, aun más antigua que la actual, cuando las aves

Escuchad!

abría modo de a

No, no e

-Pues se

o.-?C

do, su comprensión es nula. Si pudierais empezar por el final, por decirlo

e trata: queremos demostraros que no os asiste el derecho de raptar a nuestras mujeres; que sois, se?ores romanos, unos raptores, y que, pese a vuestros e

do alguno, la intención de justificarnos. Nos ap

?Para qué hemos

aso hayáis venido por gu

sito de demostraros!... ?Es muy extra?o tod

s raptores; tenéis razón qu

ictos. En ese caso, el se?or profesor se encue

convictos. Decidle, se?ores romanos, que estáis de acuerd

amos de acuerdo! ?Com

ras? Entonces

in embargo, es

an sus crímenes. Sin más que ver nuestros preparativos para la batalla de derecho, experimentan remordimientos de co

.-?Cómo? ?Y mi

s, he aquí una lista detallada y exacta de nuestras mujeres; tened la bondad de

s mujeres sabinas. Todos los

rosos mientras no está arreglada la cuestión jurídica. Dos pasos al frente, un paso atrás; no olvidéis que es

cena. Tienen los ojos bajos, su actitu

recemos. Hemos resistido largo tiempo a los raptores y sólo hemos cedido a la fuerza

smo que las d

esado ya que son raptores. ?Tornemos

áis reproches. Además, estamos ya tan habituadas a este p

opatra; ?a qué viene ahora

ndoos. ?Qué más queréis? ?Que continuemos llorando? ?Todo lo que queráis! Queridas amigas, les pare

prorrumpen

e hacerte da?o. (Dirigiéndose a Marcio.) Bueno, se?or, ?habéis oído? Lo mejor que podéis hacer

lmate, Cleopatra; aquí hay un error. Por lo visto, n

razón al decir que ibais a hacernos rep

-?Tómalo,

do por qué se habla aquí de u

cándalo a propósito del pa?uelo. ?Cómo voy a secarme las lágrimas... qu

lloran: las sabinas, los sa

Proserpini

n error jurídico. La desgraciada mujer no se da cuenta de que es víctima de est

nico se apodera de los romanos. Es

esa! Si no, va a comenzar

da que confesar. Soy v

profesor, est

iter, ya abre la boca! Esperad, se?ores sabinos: confiesa

las demás mujeres.) Vosotras ta

to.)-Todas, todas confiesan

tra, ?reconoces que tú y las demás mujeres sabinas fuisteis rapta

reo! ?Desde luego n

e no comprende tod

ora nos acusáis de habernos venido, gustosas, con los romanos. Yo declaro, Marcio, que fuimos robadas, raptadas del modo más i

vamos! ?Tapadle la

núa abierta. El pánico aumenta e

Hemos logrado nuestro objeto. Hasta el Cielo se indigna de t

o quiero ir a

?Abajo los penates! ?Nos quedamos aquí! ?Nos ins

sabinos y las mujeres. Poco a poco hacen retroceder a ésta

ciudadanos! ?Defended a nue

los pasa aquí? ?Se diría que quieren re?

binos, y con acento persuasivo.)-

-?Eres tú, Pros

temáis nada. ?Os habéis percatado de que ni Cleopatra, ni yo, ni ninguna d

sin mi Cleopatra. Es mi mujer legítima. ?Todo lo

.-?Por nad

tonces? Como la amo, no pue

aja.) Me dais lástima, y voy a deciros

o.-?C

-Llevárosla

reéis que as

bros.)-Si os la lleváis a la fue

ncia, a mí, que tengo un concepto tan elevado del derecho. Ya veo que, a v

do tonto. Las mujeres no podemos amar sino a los hombres fuertes, audaces. ?Crees que no

Proserpini

, se presenta el primero y se empe?a en que me vaya con él. ?No, Marcio! Si quieres conservar a la mujer, no la cedas a nadie; defiéndela de todo agresor, con las armas en la mano, sin retroc

?ir con ellos? ?Están armados

tenéis más que

ulos fuertes, mient

fortaleceros también. ?No, Mar

dos sabinos; ?ellos no dejarán de respetar la ley! ?Se?ores sabinos, en marcha! ?Volvamos a nuestra casa! Llorad, derramad lágrimas, sin avergonzaros. Aunque se mofen de vosotros, aunque os tiren piedras, ?llorad! Aunque os insulten, aunque os escupan en la cara, no dejéi

pera, Marcio.

No quiero ya nada cont

e lo impiden los romanos entre carcajadas de triunfo. Sin hacer caso del llanto de las mujeres ni de la risa de los romanos, lo

E

DE J.

AS POR

n 8.o, de unas 30

stumbres mar

aparecen en

n amenidad

DE CADA

6 láminas fuera de texto, según fotografías de P. H. Fabr

s fuera de texto, según fotografías de P. H. Fabre,

fuera de texto, según fotografías de P. H. Fabre, y

gricultura, con grabados y 16 láminas fuera de texto, según fotografía

tura, con grabados y 16 láminas fuera de texto, según fotografías d

ADES CIE

lección ha

las si

palpitan

undo ci

la teoría de la gravitación d

tero. El éxito alcanzado en todos los pueblos de habla espa?ola ha sido enorme; cosa natural, por otra parte, si se con

Está en r

ismo. (Crítica de la teoría de l

herencia mendeliana, visto desde los trabajos

ría de la evolución

ado actual del problema de l

ad. (Espacio y tiempo en la Fís

vidad de Einstein. En él se encuentran clarísimos los fundamentos de la teoría, su evolución

ectura del libro no exige conocim

IMAM

pacio, tiempo

a conocer la teoría

ducción a la E

sicología del

ANDES

AS

publicados

ento de las fuentes del Nilo.-Dos tomos, co

lrededor del mundo. Dos tomos, con cart

Indostán y Cachemira. Dos tomos, con grabad

la América Meridional. Un tomo, c

Leona, en la costa de Africa. Un

naturalista alrededor del mundo. Dos tomos

n de su primer viaje alrededor

alrededor del mundo. Tres tomos, con 32 grandes lá

: Naufragios y comentarios de...

: Viajes. Un tomo, co

PRE

segundo viaje en busca del

por las regiones in

Historia general de l

relación sobre la conqu

(Pedro): La cr

mer viaje alre

le: Viaje alre

A través

En el corazó

Aventuras e

z de): Vida y haza?a

L. E.): Las m

: Relación de Om

Viaje al Afr

Viaje alreded

Viaje alrede

por el interior de América

e un viaje a Tumbuctu y a

: Nuevo viaje alred

ANDES

DE

licadas p

páginas, con 123 grabados, 14 láminas fuera de

mo de 478 páginas, con 121 grabados, 43 láminas y

tomos, con 908 páginas, 35 láminas, 104 grabados

a vida en el Bajo Yenisei.) Un volumen de 32

páginas, con 27 láminas y 99 figuras. El tomo II tiene 460 pági

de renos. Un volumen de 240 páginas, con

PRE

e: El Bajo

ploraciones y aventuras

in: Tran

Download App
icon APP STORE
icon GOOGLE PLAY