Tiziano Fiorenmonti, un seductor arrogante y mujeriego. Era extremadamente guapo y también egocéntrico, un hombre que solo se involucraba físicamente con las mujeres, pero no emocionalmente. Su vida se resumía en un adictivo ciclo vicioso: mujeres, fiestas y desenfreno. Todo esto, sumado a los constantes escándalos, le daba más fama y elevaba su carrera al mismo tiempo que alimentaba su ego. A sus treinta y seis años de edad, el italiano había logrado lo que nadie más había conseguido, o quizás no todo. El europeo tenía a su disposición todo lo que deseaba, excepto una cosa que para muchos era relevante en la vida, pero que en algún punto de la suya no le interesaba: la familia. Pero todo cambió esa noche. La señorita Elizabeth, su asistente, estaba embarazada de él. ¿Ahora qué debía hacer? No quería causar un escándalo con una noticia así, por lo que tomó una decisión importante: casarse con ella, aunque no la amaba. ¿Qué podía salir mal? ¿Cambiarían las cosas al vivir juntos?
La vida había cambiado de repente para Elizabeth. A pesar de asumir responsabilidades a una edad temprana, había logrado avanzar y seguir un camino que la llevaría a un futuro mejor. A ella le gustaba la lluvia, pero no cuando comenzaba a llover de repente mientras iba camino al trabajo. Lo último que quería era llegar empapada y desaliñada. No quería parecer mal.
-¡Oh, por Dios -susurró-, sabiendo que sus súplicas no serían escuchadas por nadie. La lluvia comenzaba a caer con más intensidad y tuvo que detenerse en una parada para refugiarse hasta que pasara el mal tiempo y el cielo dejara de estar oscuro.
Sentía ganas de llorar, sabía que llegaría tarde a la cafetería. Aunque tuviera una explicación para su retraso, sabía que recibiría un regaño y que podría incluso ser despedida. No podía permitirse que eso sucediera, su trabajo era muy importante para ella, con lo que ganaba podía cubrir sus necesidades. Pensó en llamar a su compañera, pero desechó la idea cuando vio un autobús acercarse.
Afortunadamente, no llegó tan tarde como pensaba. El restaurante no estaba muy lleno, lo cual también le ayudó. De lo contrario, su jefe la hubiera hecho atender de inmediato, sin perder tiempo.
Estaba agradecida de trabajar allí, ya que en otro lugar no habría encontrado mejores condiciones salariales. Se dirigió al vestuario, donde encontró a dos de sus compañeras. Ambas la saludaron y terminaron de vestirse como de costumbre. Otro día más, más órdenes, servir a los comensales, tener paciencia y, por supuesto, mucha energía. Tenía la sensación de que sería un día largo.
O tal vez era solo ella quien pensaba eso.
-Has llegado temprano, algo raro en ti. ¿La lluvia te atrapó? -preguntó la chica con la mitad de la cabeza rapada y mechones morados, conocida por su apariencia irreverente. Su nombre era Alicia.
-Sí, casi llego tarde. La verdad es que tengo muchas cosas que hacer y siempre surgen contratiempos por la mañana -explicó Elizabeth, sin entrar en detalles sobre su vida personal, ya que prefería mantenerlo en secreto. No tenía sentido cambiar las cosas si lo gritaba al mundo.
-Entiendo. Además, las mañanas suelen ser muy agitadas. Qué bueno que ya estás aquí -coincidió la otra chica, sonriendo.
Poco después, más personas comenzaron a llegar al restaurante y todo se volvió más exigente. Elizabeth llevaba órdenes de una mesa a otra sin descanso. En un momento, se equivocó con una orden y la persona le hizo señas.
-Oye, esto definitivamente no es lo que pedí. ¿Dónde está mi orden? -reclamó el cliente.
-Oh no, disculpe. Qué vergüenza, le pido disculpas de todo corazón -se disculpó Elizabeth, avergonzada por la situación.
Después de resolver ese problema, le tocó llevar una orden a la mesa cuatro. Todo iba bien, a pesar de que los nervios todavía la afectaban. Alicia había atendido esa mesa y Elizabeth llevaba la orden mientras su compañera hacía otras cosas. Sin embargo, cuando llegó a la mesa, se distrajo al ver al hombre sentado allí. Era extremadamente guapo, como sacado de una revista. Se quedó impresionada y, sin darse cuenta, derramó el agua que estaba en la mesa, justo cuando ponía la comida.
Fue entonces cuando se encontró con sus ojos verdes aceituna llenos de ira. Elizabeth abrió los ojos, sintiéndose morir de vergüenza y sin saber cómo actuar ante esa situación tan embarazosa. Lo primero que se le ocurrió fue tomar una servilleta y pretender limpiar la camisa del hombre, lo cual no debió hacer.
-¿Qué demonios estás haciendo? -le reclamó el hombre mientras se ponía de pie, dejándola aún más asustada.
-Yo... Fue un accidente, lo siento mucho. No quería manchar su traje -tartamudeó ella, desesperada.
Ya todas las miradas estaban sobre ellos. Ella solo deseaba que se abriera un enorme agujero en el suelo y la tragara.
-¡Maldición! Esto es inaceptable. ¿Por qué una mesera tan torpe como tú debería atender a las personas? -rugió el hombre con ira. -Ahora mismo quiero hablar con tu jefe.
-¿Qué? Solo fue un accidente, jamás quise manchar su traje -respondió ella afectada y preocupada.
-¿Qué está sucediendo aquí? -preguntó el encargado del restaurante al acercarse.
-Resulta que esta señorita me ha volcado el agua encima. ¿Debo fingir que ha sido un accidente y dejarlo pasar? No, por supuesto que no. Esto es inaceptable -se quejó el hombre.
-No, Elizabeth, el señor Fiorenmonti tiene toda la razón. Vamos a mi oficina, por favor -intercedió el encargado, mirando seriamente a Elizabeth.
Tragó saliva con dificultad. Ya sentía un enorme nudo en la garganta. Sabía que las cosas no terminarían bien.
-Fue un accidente -balbuceó ella.
-Evidentemente, pero esto no puede repetirse. Trabajas en un restaurante de prestigio y debes comportarte de manera intachable. Lamento mucho tener que hacer esto, pero me veo obligado a despedirte. Si continúas aquí, podría repetirse algo similar. ¿Sabes quién es ese hombre, Elizabeth? -preguntó el encargado.
-No, no lo sé. Pero para mí es un idiota -respondió ella con frustración.
Sin decir más, Elizabeth salió de la oficina. Nada era fácil, cuando parecía que las cosas iban bien, siempre había alguien que se interponía y obstaculizaba su vida en cada segundo.
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