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Alexander es el futuro alfa de la manada. Criado en una familia con mucho amor, esperaba impaciente la llegada de su persona destinada. Su sueño era convertirse en un gran doctor y ayudar a las personas. La llegada de una joven a su vida lo obliga a cambiar sus planes e irse por un tiempo. Ash es una adolescente nacida en una manada gobernada por Kael, un alfa violento. Creció viendo a su madre ser golpeada continuamente por su padre. Aprendió desde muy pequeña que lo mejor que puede hacer es no hablar. Hasta que un día un hecho la obliga a escapar y conoce a un joven que la trata de forma diferente. Pero cuando pensó que su vida empezaba a mejorar, éste se va y la deja sola. Años después, Alex regresa para reclamar su puesto y lo que le pertenece, pero Ash ha cambiado. Ahora sale de fiestas, consume sustancias y lo peor de todo, está en una relación con Len, un alfa de la manada. Alex busca la forma de acercarse sin entender por qué Ash no siente la conexión entre ellos. Mientras tanto, Iris, una omega, está decidida a ser la Luna de la manada y pondrá obstáculos a su relación, al igual que Len, quien no quiere renunciar a su omega. Después de muchos años, Kael aparecerá con siniestros planes. ¿Podrán Alex y Ash soportar el camino lleno de bombas a punto de explotar en su búsqueda de la felicidad?
- Linda ¿Qué sucede?- preguntó Alexander al ver la cara de dolor en el rostro de su mejor amiga.
- Creo que el bebé quiere nacer, busca ayuda por favor y avisa a mi madre- pidió entre jadeos tomándose el abultado vientre.
- Aguanta por favor- pidió el joven mientras salía corriendo del lugar.
El joven Alfa Alexander, de tan solo diecisiete años, era el hijo mayor del Alfa Max y la Omega Nadim. Desde muy pequeño, había sido el orgullo de sus padres. Su cabello negro más largo de lo habitual y sus penetrantes ojos celestes le daban una apariencia de niño travieso, poco común dentro de una manada de lobos americanos.
Su cuerpo musculoso denotaba el trabajo que realizaba a través de las largas horas de cacería, pero sin duda era la bondad de su corazón lo que todos amaban. Dentro de un año partiría a la universidad para cumplir su sueño de ser doctor, a pesar de la renuencia inicial de sus padres.
Su madre, era quien más se había mostrado reacia a conceder la petición de su hijo mayor, pero su padre le había explicado que Alex solo deseaba poder ayudar a la gente. Después de largas noches en vela había aceptado con la condición de que regresara al finalizar sus estudios.
El joven era el heredero, el futuro Alfa de la manada, y aunque todas las omegas del lugar deseaban ser elegidas como su Luna, él estaba esperando a su amor destinado. Recordaba que cuando era niño, su madre solía contarle las historias de sus antepasados. Como cada uno de ellos esperó al único elegido por la diosa Luna y fue recompensado con un dulce amor. Él deseaba una historia igual.
Después de comunicarse con la partera y llamar a Mirka, la madre de Linda, Alex volvió a su lado para acompañarla. Sus madres se conocieron cuando eran jóvenes y estudiaban para ser maestras. Ambas conocieron el amor poco tiempo después y realizaron una boda doble.
Poco después nació Alex, dos años más tarde llegaron los mellizos beta Luke y Mike, y solo cinco primaveras atrás la pequeña omega Kiara llenó su hogar de felicidad.
Los padres de Linda habían intentado durante años tener hijos, pero cuando Mirka finalmente quedó encinta, sufrió un aborto que le impidió volver a quedar embarazada. Sin embargo, el destino les tenía preparada una sorpresa. Una tarde, el Alfa Max regresó de una cacería con una pequeña niña. Sus padres habían sido atacados por cazadores, dejándola sola en el mundo. La niña tenía diez años y, a pesar de ser mayor que Alex, rápidamente se convirtió en su mejor amiga.
Cuando Linda le confesó que había conocido a su amor destinado, Alex sintió envidia. Él aún no sabía lo que era estar enamorado. Al cumplir los dieciocho años, se casó con Tim, un beta encargado de las finanzas de la manada.
- Linda aguanta, la partera está en camino así como tu madre, Tim, mi madre y quizás media manada- dijo Alex intentando bromear al ver su rostro dolorido.
La manada Alaskan Wolves era famosa por la hermandad entre sus miembros. Sus ancestros habían logrado que cada miembro se sintiera valioso, único e imprescindible. Cada evento era celebrado por todos, al igual que cada muerte era llorada.
- Cuéntame cómo tus padres llegaron a un acuerdo con la Universidad, ayúdame a distraerme- jadeó agarrándose la enorme barriga.
- Mi padre habló con Aaron, el rector, ellos se conocen desde hace muchos años- contestó Alex con humor- él le aseguró que no habría problemas para ausentarme cuando mi "naturaleza" se hiciera presente.
- Estoy tan feliz, vas a cumplir tu sueño de ser doctor- gritó emocionada- quizás mi próximo hijo ya sea atendido por el Dr. Alexander Wolves.
- Espera amiga que aún no empecé- dijo imaginando ese futuro prometedor.
- Ya verás, las omegas de este lugar harán lo que sea para lograr que las atiendas.
- Estas exagerando.
Mientras ellos continuaban bromeando, esperando la llegada de sus familiares, una loba corría por su vida a cientos de kilómetros de allí.
Ash estaba sucia, hambrienta y herida en una pata. Gastaba sus últimas reservas de energía para escapar de lo que había hecho. Los aullidos de sus perseguidores resonaban detrás de ella. Siempre había sido la más pequeña y enfermiza de su manada. Sabía que sus posibilidades de huir eran pocas, pero tenía que intentarlo. Aun sentía el sabor cobrizo de la sangre en su boca. No quería pensar en lo que había sucedido esa mañana ni en las consecuencias que sus actos traerían.
Al cerrar los ojos, solo podía ver a su hermosa madre en el suelo, rodeada de sangre. Sus brazos y piernas estaban llenos de moretones, algunos violáceos, otros más amarillentos por el tiempo. Su padre estaba a su lado, con esa mirada fría que lo caracterizaba.
Recordaba la primera vez que lo vio golpearla. Ella era apenas una niña de cinco años, se encontraba jugando detrás de un viejo sofá cuando lo escuchó llegar. Poco después empezaron los gritos desde la cocina. A su madre se le había pasado la cocción de la carne, su padre la comía casi cruda, pero ese día él había tardado en volver, por lo que ella había tenido que recalentarla. La dura bofetada la hizo caer, arrastrando consigo el mantel con parte de la vajilla.
Al observar los vidrios rotos y parte de la comida en el piso, su mamá se cubrió la cabeza con las manos. Entonces su padre se quitó el cinturón y la golpeó recordándole lo inútil que era. Lo cansado que estaba de tener que volver a una casa donde lo esperara una mujer tan fea y poco deseable. Con el tiempo Ash empezó a preguntarse si su madre era realmente tan inútil como su padre decía o el miedo provocaba sus constantes torpezas.
Ella había visto fotos de su madre. En su juventud había sido una mujer realmente hermosa, su cabello rubio caía como una cascada hasta su cintura, sus curvas la hacían increíblemente atractiva. Pero en ese momento viéndola ensangrentada en el piso parecía una anciana que había perdido las ganas de vivir.
Su padre constantemente le reclamaba el que no quedara embarazada otra vez, le recriminaba que solo había podido dar a luz a una inútil omega enfermiza. Todos sus amigos tenían por lo menos un heredero alfa mientras que él solo era el hazmerreír. Claro que él no se responsabilizaba de los embarazos perdidos por lo golpes por considerarla débil a su madre, incapaz de retenerlos.
Kael, hermano mayor de su padre y alfa de la manada, solo ascendía de puestos a aquellos lobos que tuvieran descendencia de hijos varones alfas y esto llenaba de resentimiento a su padre.
Todo había empeorado con el correr de los años hasta llegar a lo que pasó hoy. Pero no debía pensar en eso, solo debía seguir corriendo.
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