En estas tierras se cuenta una historia, la historia de un amor, prohibido por la naturaleza, que se volvió leyenda... Todo comenzó una fría y oscura noche de invierno, un padre y su pequeña hija de ocho años caminaban hacia el río cercano en busca de agua cuando, de repente, dos sujetos los interceptaron para robar sus pertenencias. Lo único de valor que el padre llevaba encima era un viejo reloj de plata, regalo de su difunta esposa, y, al verse en la desesperación de perder tan valioso objeto, se lanzó en lucha con los delincuentes, todo esto ante la temerosa mirada de su hija. Inesperadamente, uno de los ladrones sacó un arma en el medio de la pelea y dio un tiro certero en el pecho del hombre. En tan sólo un segundo todo quedó en completo silencio mientras la sangre brotaba de su corazón, arrancándole, sin pausa, la vida. Los delincuentes no habían planeado tal situación, se suponía que debía ser un arrebato sencillo, y el silencio se quebró cuando el más joven de ambos preguntó: - ¿Y la niña?, ¿Qué haremos con ella?... La pequeña había quedado paralizada por lo acontecido, no emitía sonido alguno, sólo las lágrimas que rodaban por sus mejillas revelaban su sentir. Una idea perturbadora cruzó por la cabeza del ladrón mayor. - La llevaremos con nosotros y la venderemos como esclava en el próximo pueblo... ¡Mírala! Es hermosa como una muñeca, de seguro nos darán unas cuantas monedas de plata por ella. La niña en verdad destacaba, sus ojos azules y cabello rubio, casi albino, llamaban la atención de todos desde que era un bebé. Al hombre más joven le parecía una idea terrible, pero, por temor a desobedecer a su cómplice y acabar muerto también, sólo se limitó a asentir frente aquel plan. Tomó una soga que llevaba consigo y amarró las manos de la niña. - ¿Qué haremos con el cuerpo? ...- preguntó a su cómplice. - Lo dejaremos aquí, de seguro los lobos se encargarán de él, no quedará ni un rastro - respondió. Así, emprendieron viaje hasta el siguiente pueblo, llevando a rastras a la pequeña que aún permanecía casi paralizada, pero que aun en ese estado, atinó a voltear para ver cómo se alejaban del cadáver de su padre que se iba perdiendo a medida que avanzaban. - ¿De verdad vamos a cruzar ese bosque? - habló el ladrón joven, mientras jalaba de la soga. - No tenemos opción, debemos llegar antes del amanecer al siguiente pueblo para no llamar la atención, y el camino más corto es atravesando el bosque. Rodearlo podría llevarnos más de medio día - explicó el mayor. - ¡Pero tú también has escuchado los rumores! ¡¿verdad?! ¡Es un suicidio entrar con esa bestia allí! - ¡SÓLO SON ESO, RUMORES! ¡CAMINA! - ordenó con enojo y se adentraron entre los árboles. La pequeña comenzaba a salir de su estado de conmoción, pero sin entender a qué se referían, sólo pensaba en cómo podía escapar de esa situación. El bosque era un lugar muy oscuro, la luz de la luna apenas penetraba las copas de los enormes árboles y el silencio perturbador hacía sospechar del más mínimo ruido. Continuaron adentrándose más y más en èl, hasta que, en un momento, un gruñido les heló la sangre. Se quedaron inmóviles, uno de ellos tomó su arma y el otro una rama gruesa para defenderse mientras podían escuchar el sonido de varias criaturas pisando las hojas secas: se trataba de una manada de lobos negros, como la misma noche, enfrentándolos. Esperando por quién haría el primer movimiento, los hombres idearon un plan para poder escapar: - La usaremos de carnada... será nuestra única oportunidad para huir. Cuando te dé la orden arroja la niña a los lobos, ¿Entendido? - dijo el mayor. El hombre más joven, que parecía poseer algo de escrúpulos, terminó por corromperse al tener que elegir entre su vida y la de la pequeña. Decidió obedecer el plan, así que jaló de la soga y tomó a la niña del brazo esperando la orden de su cómplice. - ¿Listo?... - ..Sí...- respondió el más joven, agitado por el miedo. - ¡AHORA! El ladrón presionó del brazo a la niña y la arrojó, con todas sus fuerzas, entre medio de los lobos para que estos la atacaran, pero nunca imaginaron lo que sucedió: los lobos ni se inmutaron. - ¿Qué está sucediendo?... ¿Por qué no se mueven? ...- se preguntaron, absortos. La pequeña, aterrorizada, logró reincorporarse del golpe por la caída y se vio entre medio de lobos que gruñían, pero ni siquiera la miraban. En ese momento, una figura apareció detrás de ella. Parecía un ser mitad humano, mitad bestia, tenía la figura de un hombre joven, cabello negro del que sobresalían cuernos retorcidos, vestimenta oscura, sus manos eran negras con enormes garras y una prolongada cicatriz subía por su cuello hasta su rostro cubierto a medias por una máscara de cráneo, dejando ver solamente su rojizo ojo derecho. - No... no puede ser... Es él... ¡ES LA BESTIA! - exclamó, aterrado, el hombre mayor. En voz baja, aquel misterioso ser ordenó: - Váyanse...
En estas tierras se cuenta una historia, la historia de un amor, prohibido por la naturaleza, que se volvió leyenda...
Todo comenzó una fría y oscura noche de invierno, un padre y su pequeña hija de ocho años caminaban hacia el río cercano en busca de agua cuando, de repente, dos sujetos los interceptaron para robar sus pertenencias.
Lo único de valor que el padre llevaba encima era un viejo reloj de plata, regalo de su difunta esposa, y, al verse en la desesperación de perder tan valioso objeto, se lanzó en lucha con los delincuentes, todo esto ante la temerosa mirada de su hija.
Inesperadamente, uno de los ladrones sacó un arma en el medio de la pelea y dio un tiro certero en el pecho del hombre. En tan sólo un segundo todo quedó en completo silencio mientras la sangre brotaba de su corazón, arrancándole, sin pausa, la vida.
Los delincuentes no habían planeado tal situación, se suponía que debía ser un arrebato sencillo, y el silencio se quebró cuando el más joven de ambos preguntó:
- ¿Y la niña?, ¿Qué haremos con ella?...
La pequeña había quedado paralizada por lo acontecido, no emitía sonido alguno, sólo las lágrimas que rodaban por sus mejillas revelaban su sentir. Una idea perturbadora cruzó por la cabeza del ladrón mayor.
- La llevaremos con nosotros y la venderemos como esclava en el próximo pueblo... ¡Mírala! Es hermosa como una muñeca, de seguro nos darán unas cuantas monedas de plata por ella.
La niña en verdad destacaba, sus ojos azules y cabello rubio, casi albino, llamaban la atención de todos desde que era un bebé. Al hombre más joven le parecía una idea terrible, pero, por temor a desobedecer a su cómplice y acabar muerto también, sólo se limitó a asentir frente aquel plan.
Tomó una soga que llevaba consigo y amarró las manos de la niña.
- ¿Qué haremos con el cuerpo? ...- preguntó a su cómplice.
- Lo dejaremos aquí, de seguro los lobos se encargarán de él, no quedará ni un rastro - respondió.
Así, emprendieron viaje hasta el siguiente pueblo, llevando a rastras a la pequeña que aún permanecía casi paralizada, pero que aun en ese estado, atinó a voltear para ver cómo se alejaban del cadáver de su padre que se iba perdiendo a medida que avanzaban.
- ¿De verdad vamos a cruzar ese bosque? - habló el ladrón joven, mientras jalaba de la soga.
- No tenemos opción, debemos llegar antes del amanecer al siguiente pueblo para no llamar la atención, y el camino más corto es atravesando el bosque. Rodearlo podría llevarnos más de medio día - explicó el mayor.
- ¡Pero tú también has escuchado los rumores! ¡¿verdad?! ¡Es un suicidio entrar con esa bestia allí!
- ¡SÓLO SON ESO, RUMORES! ¡CAMINA! - ordenó con enojo y se adentraron entre los árboles.
La pequeña comenzaba a salir de su estado de conmoción, pero sin entender a qué se referían, sólo pensaba en cómo podía escapar de esa situación.
El bosque era un lugar muy oscuro, la luz de la luna apenas penetraba las copas de los enormes árboles y el silencio perturbador hacía sospechar del más mínimo ruido.
Continuaron adentrándose más y más en èl, hasta que, en un momento, un gruñido les heló la sangre. Se quedaron inmóviles, uno de ellos tomó su arma y el otro una rama gruesa para defenderse mientras podían escuchar el sonido de varias criaturas pisando las hojas secas:
se trataba de una manada de lobos negros, como la misma noche, enfrentándolos.
Esperando por quién haría el primer movimiento, los hombres idearon un plan para poder escapar:
- La usaremos de carnada... será nuestra única oportunidad para huir. Cuando te dé la orden arroja la niña a los lobos, ¿Entendido? - dijo el mayor.
El hombre más joven, que parecía poseer algo de escrúpulos, terminó por corromperse al tener que elegir entre su vida y la de la pequeña. Decidió obedecer el plan, así que jaló de la soga y tomó a la niña del brazo esperando la orden de su cómplice.
- ¿Listo?...
- ..Sí...- respondió el más joven, agitado por el miedo.
- ¡AHORA!
El ladrón presionó del brazo a la niña y la arrojó, con todas sus fuerzas, entre medio de los lobos para que estos la atacaran, pero nunca imaginaron lo que sucedió: los lobos ni se inmutaron.
- ¿Qué está sucediendo?... ¿Por qué no se mueven? ...- se preguntaron, absortos.
La pequeña, aterrorizada, logró reincorporarse del golpe por la caída y se vio entre medio de lobos que gruñían, pero ni siquiera la miraban.
En ese momento, una figura apareció detrás de ella. Parecía un ser mitad humano, mitad bestia, tenía la figura de un hombre joven, cabello negro del que sobresalían cuernos retorcidos, vestimenta oscura, sus manos eran negras con enormes garras y una prolongada cicatriz subía por su cuello hasta su rostro cubierto a medias por una máscara de cráneo, dejando ver solamente su rojizo ojo derecho.
- No... no puede ser... Es él... ¡ES LA BESTIA! - exclamó, aterrado, el hombre mayor.
En voz baja, aquel misterioso ser ordenó:
- Váyanse...
El ladrón más joven tomó del brazo a su compañero para hacerlo volver de su estado de conmoción.
- ¡Oye, reacciona! Mira, ninguna de las criaturas se mueve, quizás crea que la niña es una especie de ofrenda, es nuestra oportunidad para huir, ¡Vamos! – insistió.
Pero él ni siquiera oía la voz de su compañero, en su mente sólo podía repasar todas las leyendas que conocía sobre aquella bestia, no creía que fuese capaz de haber una mínima posibilidad de correr, así que apuntó su arma hacia la criatura y disparó tres veces.
- ¡¿QUÉ HAS HECHO?!- le reclamó su cómplice.
Los disparos impactaron directamente en el pecho de la bestia, pero, como si se tratase de una pesadilla, las balas salieron expulsadas de su cuerpo sin dejar marca alguna.
- No... No puede ser...- dijo, aterrado, aquel hombre.
Con total serenidad, la criatura extendió su brazo con el puño cerrado, luego abrió su palma de golpe y, como si se tratase de una orden, los lobos salieron corriendo, furiosos, a la caza de los ladrones.
- ¡¡¡CORRE!!! - Le gritó, desesperado, a su compañero.
Ambos hombres corrieron con todas sus fuerzas, en vano, pues la manada los alcanzó en cuestión de segundos.
La niña no podía creer lo que veía, todo parecía irreal, pero sabía que los lobos los habían asesinado, ya que sus gritos de agonía duraron sólo un instante. Cuando se dio cuenta de que había quedado a solas con aquella criatura, no pudo dejar de preguntarse qué iba a suceder con ella ahora.
Repentinamente, la bestia la observó y se arrodilló para hablarle a su misma altura:
- ¿Estás bien? ...- preguntó con voz serena.
La pequeña sentía que apenas podía hablar después de todo lo vivido, así que sólo asintió con la cabeza.
- Eres una niña humana... ¿Estás herida? ...- continuó y, con su mano, le tocó el rostro, ella quedó impactada al sentir su calor ya que la helada noche había hecho efecto en su cuerpo congelando sus mejillas.
- Ya veo... a ustedes les afecta mucho el frío, déjame ayudarte...- acabó por decir y la tomó en sus brazos dándole cobijo.
En ese momento los lobos regresaron caminando tranquilamente, como si nada hubiese sucedido.
- Pueden retirarse, yo me encargo de ella...- les dijo la bestia.
- Sí, mi señor...- respondió uno de ellos, se dieron la vuelta y retiraron.
- Vamos, debo llevarte a un pueblo humano antes de que amanezca... - explicó la criatura, a la niña, y comenzó a caminar mientras la llevaba recargada en uno de sus brazos.
La pequeña trataba de espiar, disimuladamente, el rostro de aquel ser misterioso, aunque por su máscara sólo podía distinguir el perfil de su ojo derecho que era de un brillante color rojo.
- ¿Me temes? - preguntó él, quien se había percatado de que lo observaba.
Nerviosa, respondió:
- N-No...
- Los de tu especie suelen temerle a lo que es diferente a ellos, y ese miedo los lleva a cometer actos terribles... ¿Tú qué sientes cuando me ves?...
Aún nerviosa, pero segura, ella dijo:
- Tranquilidad...
- ¿Tranquilidad?... es una respuesta curiosa... Nunca antes había podido hablar con un humano, nuestros encuentros no suelen terminar bien...
La niña no podía explicar lo que sentía, la forma en que la criatura la trataba, su voz serena al hablar y la calidez de su cuerpo la conmovían hasta las lágrimas. Por primera vez se sentía a salvo después de todo lo que había sucedido esa noche.
- Ustedes, los humanos, son criaturas extrañas... Nacen con una energía tan pura como la tuya, pero se terminan corrompiendo hasta llegar a ser como esos hombres...
- ¿Energía? ...- preguntó la pequeña.
- Si. Nosotros no nos guiamos por sus apariencias, sentimos su energía... En cuanto pusieron un pie en este bosque pude percibir la tuya y la de ellos dos... Las energías negativas alteran a las criaturas de aquí y, por experiencia, sabemos que quienes entran con ese tipo de presencia sólo traen desgracias. No puedo permitir que seres así entren aquí, debo proteger a los míos...
- Tú... ¿Comes humanos?...
- ¿Eso es lo que tu gente creé de mí?... No, yo vivo de la energía de todos los seres de aquí. Los lobos sí se alimentan de humanos a veces, pero si esos hombres se hubiesen ido en paz aún estarían con vida...
- Ya veo...
Continuaron caminando a través del profundo bosque hasta que, a lo lejos, se llegaban a ver unas luces pertenecientes al siguiente pueblo. Las estrellas comenzaban a desaparecer en la claridad del cielo, y con el amanecer se acercaba el momento de la despedida.
La criatura bajó a la niña al suelo y se arrodilló frente a ella:
- Allí está, ese es el pueblo humano más cercano... Puedo ver que has pasado por algo muy duro, pero espero que tu espíritu sea lo suficientemente fuerte para sobrellevar el camino de tu vida sin perder esa aura tan pura que tienes...
A la pequeña se le oprimió el corazón, otra vez la sensación de desamparo se apoderó de ella y sus lágrimas empezaron a caer.
- Entonces... ¿Ya no te volveré a ver? ...- preguntó entre sollozos.
- Lo siento, pero esto es lo mejor que puedo hacer por ti... Las hadas tienen prohibido caminar entre los humanos... y los humanos no pueden vivir con las hadas, pero yo siempre estaré aquí... soy el guardián...
- ¿Puedes decirme tu nombre? ...
- Sé que me llaman de muchas maneras, pero mi nombre es Redeye...
- Redeye... El mío es Fressia.
- Ya veo... así que tienes el nombre de una flor - la bestia tomó del suelo una planta al azar y, con su magia, la convirtió en una flor de fresia azulada – Toma, es para ti, es la flor que lleva tu nombre... - le ofreció.
Los ojos de la niña se iluminaron, su rostro se llenó de emoción pues nunca antes había visto algo tan hermoso, era magia pura. Con sus pequeñas manos tomó la flor y miró fijamente a Redeye, en ese instante algo se despertó dentro de ella, un nuevo sentimiento había nacido en su corazón, porque, a pesar de que la mayor parte de su rostro estaba cubierto con una máscara, su mirada dejaba ver una amabilidad que la hacía sonrojar.
- Ve, pequeña, cuídate, se fuerte...- dijo por último él y desapareció entre el dejo de oscuridad que quedaba en el bosque.
- Adiós... Redeye...- suspiró, mientras lo perdía de vista.
Así, con la flor entre sus manos, se marchó hasta aquel pueblo, sin saber qué sería de su suerte.
Llegó cuando el sol ya lo iluminaba todo y el pueblo la conoció como "Fressia, la niña de la flor".
Continuará...
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