Libro de Anatila23
BAJO LA LUNA
En estas tierras se cuenta una historia, la historia de un amor, prohibido por la naturaleza, que se volvió leyenda... Todo comenzó una fría y oscura noche de invierno, un padre y su pequeña hija de ocho años caminaban hacia el río cercano en busca de agua cuando, de repente, dos sujetos los interceptaron para robar sus pertenencias. Lo único de valor que el padre llevaba encima era un viejo reloj de plata, regalo de su difunta esposa, y, al verse en la desesperación de perder tan valioso objeto, se lanzó en lucha con los delincuentes, todo esto ante la temerosa mirada de su hija. Inesperadamente, uno de los ladrones sacó un arma en el medio de la pelea y dio un tiro certero en el pecho del hombre. En tan sólo un segundo todo quedó en completo silencio mientras la sangre brotaba de su corazón, arrancándole, sin pausa, la vida. Los delincuentes no habían planeado tal situación, se suponía que debía ser un arrebato sencillo, y el silencio se quebró cuando el más joven de ambos preguntó: - ¿Y la niña?, ¿Qué haremos con ella?... La pequeña había quedado paralizada por lo acontecido, no emitía sonido alguno, sólo las lágrimas que rodaban por sus mejillas revelaban su sentir. Una idea perturbadora cruzó por la cabeza del ladrón mayor. - La llevaremos con nosotros y la venderemos como esclava en el próximo pueblo... ¡Mírala! Es hermosa como una muñeca, de seguro nos darán unas cuantas monedas de plata por ella. La niña en verdad destacaba, sus ojos azules y cabello rubio, casi albino, llamaban la atención de todos desde que era un bebé. Al hombre más joven le parecía una idea terrible, pero, por temor a desobedecer a su cómplice y acabar muerto también, sólo se limitó a asentir frente aquel plan. Tomó una soga que llevaba consigo y amarró las manos de la niña. - ¿Qué haremos con el cuerpo? ...- preguntó a su cómplice. - Lo dejaremos aquí, de seguro los lobos se encargarán de él, no quedará ni un rastro - respondió. Así, emprendieron viaje hasta el siguiente pueblo, llevando a rastras a la pequeña que aún permanecía casi paralizada, pero que aun en ese estado, atinó a voltear para ver cómo se alejaban del cadáver de su padre que se iba perdiendo a medida que avanzaban. - ¿De verdad vamos a cruzar ese bosque? - habló el ladrón joven, mientras jalaba de la soga. - No tenemos opción, debemos llegar antes del amanecer al siguiente pueblo para no llamar la atención, y el camino más corto es atravesando el bosque. Rodearlo podría llevarnos más de medio día - explicó el mayor. - ¡Pero tú también has escuchado los rumores! ¡¿verdad?! ¡Es un suicidio entrar con esa bestia allí! - ¡SÓLO SON ESO, RUMORES! ¡CAMINA! - ordenó con enojo y se adentraron entre los árboles. La pequeña comenzaba a salir de su estado de conmoción, pero sin entender a qué se referían, sólo pensaba en cómo podía escapar de esa situación. El bosque era un lugar muy oscuro, la luz de la luna apenas penetraba las copas de los enormes árboles y el silencio perturbador hacía sospechar del más mínimo ruido. Continuaron adentrándose más y más en èl, hasta que, en un momento, un gruñido les heló la sangre. Se quedaron inmóviles, uno de ellos tomó su arma y el otro una rama gruesa para defenderse mientras podían escuchar el sonido de varias criaturas pisando las hojas secas: se trataba de una manada de lobos negros, como la misma noche, enfrentándolos. Esperando por quién haría el primer movimiento, los hombres idearon un plan para poder escapar: - La usaremos de carnada... será nuestra única oportunidad para huir. Cuando te dé la orden arroja la niña a los lobos, ¿Entendido? - dijo el mayor. El hombre más joven, que parecía poseer algo de escrúpulos, terminó por corromperse al tener que elegir entre su vida y la de la pequeña. Decidió obedecer el plan, así que jaló de la soga y tomó a la niña del brazo esperando la orden de su cómplice. - ¿Listo?... - ..Sí...- respondió el más joven, agitado por el miedo. - ¡AHORA! El ladrón presionó del brazo a la niña y la arrojó, con todas sus fuerzas, entre medio de los lobos para que estos la atacaran, pero nunca imaginaron lo que sucedió: los lobos ni se inmutaron. - ¿Qué está sucediendo?... ¿Por qué no se mueven? ...- se preguntaron, absortos. La pequeña, aterrorizada, logró reincorporarse del golpe por la caída y se vio entre medio de lobos que gruñían, pero ni siquiera la miraban. En ese momento, una figura apareció detrás de ella. Parecía un ser mitad humano, mitad bestia, tenía la figura de un hombre joven, cabello negro del que sobresalían cuernos retorcidos, vestimenta oscura, sus manos eran negras con enormes garras y una prolongada cicatriz subía por su cuello hasta su rostro cubierto a medias por una máscara de cráneo, dejando ver solamente su rojizo ojo derecho. - No... no puede ser... Es él... ¡ES LA BESTIA! - exclamó, aterrado, el hombre mayor. En voz baja, aquel misterioso ser ordenó: - Váyanse...