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La venganza de la CEO Adolescente

La venganza de la CEO Adolescente

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La licenciada Verónica Luna sentía que lo tenía todo: Era CEO de una importante empresa de hospitales, estaba casada desde hacía más de 25 años con el hombre que siempre amó y sus tres hijos eran exitosos. Un accidente lo cambió todo. Despertó en el cuerpo de alguien más pero lo peor fue descubrir que nada era lo que pensaba. Su marido la engañaba y confulaba con la asistente que ella tanto había ayudado, sus hijos tenían rencores ocultos, sus compañeros de trabajo querían quitarla de su puesto. Ahora, como Michelle, una joven influencer que quería quitarse la vida, tiene encontrar a los culpables de ambos accidentes, hacerlos pagar y volver a encaminar aquello que se ha descarrilado.

Capítulo 1 La fatalidad disfrazada de día soleado

Me miro al espejo antes de salir. La luz hace que mi piel color canela brille un poco. Alguna vez se burlaron de mí por ello, pero aprendí que es hermosa así. Cuando voy a la playa no me salen ámpulas, tomo un color dorado precioso y no ando como mi marido, que es muy blanco, con toda la espalda ardida. Acababa de cortarme el cabello, así que este cae delicadamente apenas sobre mis hombros. Originalmente era castaño, pero siempre me ha encantado traerlo de un tono rojo obscuro. Amo ese color. También lo uso en la sombra de ojos y en los labios.

Combina perfecto con lo negro de mis ojos y con el delineador con el que me gusta enmarcarlos.

Me reí recordando a Abril, mi asistente, que siempre me dice que no aparento mis cuarenta y cinco años y que espera llegar a esa edad al menos viéndose la mitad de lo bien que me veo yo. Era una exagerada, pero tiene buenas intenciones. Es una chica tímida a la que la vida no ha tratado tan bien y apenas empieza a encontrar su camino. Agradezco que sea tan eficiente.

Me doy un último retoque. Ciertamente casi no se me nota ninguna arruga. Ventajas de la genética, supongo. Mi madre a los setenta y cinco años se ve como de cincuenta y mi abuela era más o menos la misma historia.

Algo me hace voltear a ver mi casa. Es una hermosa mansión digna de nuestro status, pero aun así me gustaba más la primera que tuvimos. No era una mansión gigante, pero sirvió muy bien para nosotros dos y mis tres hijos. Era linda. Bastante esfuerzo me costó comprarla y no salía nada barato mantenerla.

- Si no te hubieras casado tan joven, lo hubieras logrado antes...

Me resuenan las palabras de mi madre. Nunca le pareció que yo me hubiera hecho cargo de casi todo durante cinco años, en lo que Mario terminaba la carrera. Pero de eso se trata el amor, de apoyarse.

Subo a mi camioneta pensando que es un fastidio tener que ir a la oficina justo en mi día de descanso. Pero Abril sonaba desesperada y no supo explicarme por teléfono que necesitaba. Hoy pensaba levantarme tarde y planear con calma una rica cena para celebrar que Santiago, Lina y Víctor están de visita por las vacaciones y mi marido prometió volver pronto de la oficina. Desde que le dieron el ascenso, cada vez lo veo menos. Por eso le insisto a mi madre que el dinero no lo es todo. Espero ir y volver pronto, por eso ni siquiera llamé al chofer. Pierdo más tiempo esperándolo.

Mario y yo nos conocimos en el último año de preparatoria. Yo quedé fascinada con él desde que lo vi: Alto, delgado, de piel muy blanca, ojos azul profundo. Tenía el cabello negro y le llegaba casi hasta los hombros, aunque estaba prohibido en nuestro colegio. Mis amigos decían que era el típico chico "malo", pero yo sabía que no era maldad, sino rebeldía. Él y sus hermanos casi no veían a su madre porque trabajaba de sol a sol para mantenerlos, ya que su padre los había abandonado cuando eran pequeños. En la primaria lo golpeaban los abusadores, por lo que aprendió artes marciales para poder defenderse y ahora nadie se atrevía a meterse con él. Su sueño era ser médico para tener una posición económica privilegiada y poder ayudar a su familia, pero su carácter y constantes peleas con la autoridad, lo hacían una realidad cada vez más lejana.

Al principio, pensé que sólo sería amor platónico, porque el parecía no darse por enterado de mi existencia. Hasta una noche que, en una fiesta con un grupo de amigos, todos subimos a la azotea a seguirla para que no nos acusaran los vecinos. En algún momento, todos huyeron por el frío y nos quedamos solos. Sería el alcohol, las hormonas o mi ilusión, pero después de un rato platicando, me besó apasionadamente. No nos separamos desde ese momento y yo quedé embarazada antes de entrar a la Universidad.

Mi familia por supuesto puso el grito en el cielo, pero él les dijo que cuidaría a los gemelos mientras yo estudiaba Administración y así lo hizo. A la mitad de la carrera, decidimos casarnos. Yo trabajaba ya medio tiempo, y con la ayuda de la familia, pudimos tener una boda sencilla pero bonita y memorable. Al graduarme, le dije que ahora yo trabajaría para que él pudiera estudiar medicina. A los dos años me embaracé de nuestro tercer hijo. En el trabajo me iba cada día mejor y escalé puestos rápidamente hasta llegar a Gerente General de Ventas. Gracias a eso, sobrevivimos casi sin problemas los últimos años de su carrera y sus años de residente.

Hoy, soy CEO de la empresa médica en la que comencé a trabajar desde joven y él es el jefe de enseñanza de nuestro hospital universitario.

Santiago, uno de los gemelos, estudió medicina igual que su padre y se especializó en cirugía plástica. Está haciendo una pasantía en Nueva York. Nosotros queremos que trabaje en alguno de nuestros hospitales, pero él tiene el sueño de ser aceptado por una de las clínicas más prestigiosas del rubro en Estados Unidos. Víctor, el otro gemelo, se graduó de arquitectura hace cinco años y se enfocó en edificios de especialidades. Él diseñó la nueva ala de Pediatría de nuestro hospital más prestigioso. Tiene un año en Europa como profesor invitado. Lina, mi hija más pequeña, vive con su hermano en Nueva York, y está casi por terminar la carrera de Diseño de Modas. Siempre ha sido muy creativa y quiere que su nombre llegue a las grandes pasarelas.

- Tiene la vida perfecta.

Me dijo un día tímidamente Abril. Sólo me reí. No, mi vida no es perfecta, pero se acerca mucho. No puedo pedir más y no hay nada de que quejarme.

El camino a la oficina tiene un tráfico terrible. Se enciende una luz en el tablero, pero no logro ubicar a que se refiere. Tendré que llamar al mecánico llegando a la oficina. El mapa me sugiere una ruta más despejada y la tomo sin dudar. Tenía razón. No siempre me agrada la tecnología, pero hoy definitivamente, tengo mucho que agradecerle. El camino está libre y dice que no tardo más de diez minutos en llegar.

Me distraje un segundo porque sonó mi teléfono y no conecté el manos libres por la prisas. Al levantar la vista, veo una barricada al frente cerrando el camino. Maldigo haber hablado tan pronto a favor de la tecnología, porque no es la primera vez que me lo hace. No se actualiza tan rápido y no toma en cuenta caminos cerrados, en reparación o bloqueados por alguna manifestación o evento. Trato de frenar para darme vuelta en U y regresar por donde vine, pero los frenos no responden. Entro en pánico y todo pasa en segundos. Me impacto contra lo que bloquea el camino y la camioneta da vueltas en el aire hasta caer pesadamente en una zanja, unos metros hacia abajo del camino.

No sé cuánto tiempo perdí la conciencia. Me duele todo el cuerpo e intento moverme, pero no puedo. Algo gotea sobre mí cara. Reconozco el olor, es gasolina. Se escuchan a lo lejos unas sirenas, debe ser la policía y los bomberos. Siento el sabor de la sangre en mis labios. No puedo ver bien, todo está nublado por el humo que llena la camioneta. En unos minutos que parecen horas, el ruido de las sierras eléctricas y las tenazas corta el aire; están tratando de sacarme de entre los fierros retorcidos. Siento como arrancan el cinturón de seguridad y el dolor en mi estómago y mi pecho es insoportable. Nuevamente pierdo la conciencia y al recuperarla, veo un techo blanco y metálico, debe ser la ambulancia. El ruido de la máquina de signos vitales, me taladra los oídos y la presión de las manos del paramédico tratando de reanimarme, me quiebra las costillas. Todo se vuelve obscuro.

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