De su abuela aprendió el oficio que se convertiría en su norte durante las horas más oscuras. Si bien la vida la llevó a parajes inhóspitos y los engaños la hicieron sufrir, Valeria encontró en las cosas más simples y en el trabajo, el verdadero sentido de su vida. Valiente, vigorosa, una mujer que aprendió a valerse por sí misma y logró lo que muchos no: la trascendencia..
Para Valeria el día no empezaba con los primeros destellos de sol que se colaban por la ventana, sino mucho antes, casi de madrugada. Su cuerpo entumecido debía arrancarse la modorra de un tirón cuando las tinieblas todavía dominaban la mayor parte del firmamento porque, si no, se le haría tarde para entrar al trabajo. Además, la ventanilla de su habitación era tan pequeña que apenas un haz de luz penetraba en el interior de la estancia, demasiado endeble como para despertar a nadie.
De no ser por la alarma de su teléfono, probablemente continuaría durmiendo al menos por una hora más, pues eso de madrugar a diario no se le hacía fácil. Apenas dormía un par de horas al día y llevaba acumulado en su espalda el cansancio de toda la semana, pero aun así se obligaba a sí misma a levantarse con el subidón de energía que le inyectaba el deber. A veces, cuando se lo permitía, se quedaba un rato acostada viendo el techo y fantaseaba con tomarse el día libre y seguir durmiendo; al principio también procuraba acurrucarse junto Nicolás, su novio, y metía su mano fría en su entrepierna para despertarlo... Pero eso quedó en el pasado, hoy definitivamente no tenía tiempo ni ánimos para hacer otra cosa que espabilarse y levantarse de la cama.
El desvencijado colchón crujió a medida que se incorporaba y el frío de la cerámica, acumulado durante toda la noche, le dio la bienvenida a sus pies descalzos. El sobresalto, aunque un poco incómodo, la ayudó a despertarse y, luego de estirarse un poco, finalmente dio los pocos pasos necesarios para llegar al umbral de la puerta del baño. Dado que estaba descalza apenas si hacía ruido y, como era tan temprano, procuró abrir la puerta muy despacio para no despertar a Nicolas, o a los vecinos, o a las cucarachas que dormían plácidas en el lavamanos. Cuando encendió la luz todavía fue capaz de verlas, había toda una familia de alimañas escurridizas que pesadamente se escondieron cuando la vieron acercándose, casi como si fuera ella la intrusa.
"Lo siento, queridas, pero debo cepillarme", murmuró Valeria, pues era consciente de que eran ellas las verdaderas dueñas de aquel lugar.
A pesar de vivir en un edificio de clase media y de ser bastante quisquillosa con la limpieza, las cucarachas estaban tan arraigadas en aquel barrio que ya eran parte de la comunidad. Era como si todas las alimañas de la ciudad se hubieran concentrado en aquel conjunto residencial y hubiesen reclamado los nuevos bloques de apartamentos como suyos. Valeria todavía se lamentaba de que Nicolas hubiese escogido ese lugar para vivir. Si bien para él era bastante cómodo porque apenas si debía caminar para llegar al trabajo, para ella resultaba en un calvario diario con las cucarachas, el polvo y la hora de tráfico para llegar a la fábrica. No obstante, como tantas otras cosas, solo bastaba la conveniencia de Nicolas para zanjar cualquier asunto.
Todavía medio adormilada, abrió el grifo y limpió con un pañuelo la superficie del lavamanos, luego le echó algo de cloro y procedió a lavarlo para dejarlo secando sobre la madera de la ventanilla. Todas las mañanas y las noches repetía el mismo procedimiento para evitar que las cucarachas regresaran, pero para ellas era básicamente una invitación y poco servía para ahuyentarlas. Después de lavarse las manos, Valeria se metió debajo del chorro helado para espabilarse definitivamente. Le gustaba quedarse un rato allí abajo porque sentía que la ayudaba a enfriar sus pensamientos y podía disfrutar de una paz efímera. Cuando estuvo recompuesta se miró en el espejo y se lamentó, como todas las mañanas, de las ojeras que oscurecían su semblante cada vez más exhausto. Procedió a cepillarse los dientes y luego se metió a la ducha, esta vez con agua caliente, pues ni la modorra más grande la obligaría a bañarse con agua helada a esas horas de madrugada. Para ella ese momento constituía su pequeño remanso diario; de hecho, en lo único que se permitía ser un poco vanidosa era a la hora de comprar productos para el cuidado de la piel y jabones artesanales. Durante 15 minutos, Valeria podía perderse en el agua que recorría su piel y el roce de la esponja haciendo espuma sobre su desnudez. Solo había una manera de enfrentar el día tan temprano y empezaba por darse un baño plácido para aclarar la mente.
'Cinco y media, quizás me dejé llevar un poco', pensó con algo de arrepentimiento cuando salió del baño y vio la hora en el reloj de pared que había en la habitación.
Envuelta en la toalla, caminó de puntillas hasta su armario, del cual sacó las prendas que usaría ese día: braga de algodón, blazer ceñido y medias claras, zapatos bajos y cómodos porque le esperaba una larga jornada. Una vez alistada, Valeria encendió la luz de los gabinetes de la cocina y empezó a preparar la comida con mucho cuidado para no despertar a Nicolas. Debía cocinar el desayuno y el almuerzo de los dos, nada demasiado elaborado porque no podía tomarse toda la mañana. Al cabo de 45 minutos ya tenía todo listo y en sus respectivos envases. Como todavía le quedaba algo de tiempo decidió desayunar en casa, así que calentó un poco de café y se sentó en la barra a comer pan tostado con huevo y mantequilla.
"Vaya, alguien tiene tiempo de sobra hoy". De pronto, una ronca voz masculina se coló desde la habitación cercana, seguida por el chirrido de la puerta que se abría.
"Podías haberme despertado y darme el desayuno", continuó Nicolas con voz pícara, al tiempo que se le acercaba, desnudo de la cintura para arriba, y le daba un beso en el cuello.
"No seas tonto, ya estoy por irme, sabes que no tengo tiempo para eso", replicó ella, mientras lo apartaba suavemente. "Si tan solo alguien me ayudara a alistar las cosas...".
"Oh, por favor, sabes que no soy bueno cocinando y de todas maneras debería estar durmiendo...", arguyó Nicolas, perezosamente.
"Bueno, sigue durmiendo... Tienes café preparado y tostadas en el microondas, tu almuerzo está afuera, recuerda pasar comprando algo de fruta para complementar", dijo Valeria, al tiempo que se sacudía con cuidado las migajas de pan, las recogía en el plato y le daba un último mordisco a su tostada.
"Está bien. Gracias, amor". Nicolas se acercó de nuevo antes de que pudiera levantarse del banco y la besó apasionadamente mientras presionaba su cuerpo contra su muslo.
"¡Nicolas, ni siquiera te has lavado los dientes, suéltame!", replicó ella, tratando de ponerse de pie.
De hecho, ya se le estaba haciendo tarde y no podía permitirse retrasarse porque perdería el bus de las 6:30 a.m. y se le haría imposible llegar a la fábrica a tiempo. Era casi una hora de trayecto desde ese punto de la ciudad, eso sin contar con el tráfico, así que no podía darle más largas a su desayuno.
"¿Desde cuándo eso es impedimento para ti?", replicó él con un toque de sarcasmo, al tiempo que insistía en besarla.
"Es en serio, se me hace tarde... Por cierto, recuerda que tienes que pasar por la farmacia cuando antes de ir al trabajo, no creo que me dé tiempo de comprar las vitaminas... Ah, y cuando comas no dejes migajas, ya sabes que después llegan los bichos y...".
Pero no pudo continuar porque Nicolas la interrumpió: "Vale, vale, entendido; no necesitas recordarme todo, ve antes de que te despidan por llegar tarde".
Valeria sabía que la mejor manera de quitárselo de encima era llenarlo con tareas pendientes para que se agobiara. A veces lo hacía porque realmente necesitaba que se lo recordaran y otras, como en esta ocasión, era una mera excusa para fastidiarlo. Así, finalmente se pudo poner de pie y se acomodó el blazer frente al espejo de la sala antes de abrir la puerta principal.
"Nos vemos, cariño; ya sabes", le recordó una última vez.
"Está bien, está bien... Por cierto, creo que hoy llegaré un poco tarde; como te dije, hemos tenido ciertos retrasos en la obra".
"Vale, te dejaré la cena en el microondas... Chao". Con eso, Anne cerró la puerta detrás de sí, pero no pudo evitar pensar en algo: 'Ya es la tercera vez en la semana que dice lo mismo, ¿cuán retrasada puede estar la obra? Yo veo ese edificio bastante avanzado, a decir verdad'.
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