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En un mundo donde los lobos gobiernan los bosques, la manada celebra la unión entre su alfa y su mate destinada, un vínculo que promete fortalecerlos. Pero la ceremonia se interrumpe por un ataque sorpresa de una manada enemiga. En el caos, la luna del alfa es capturada y herida, perdiendo la memoria. Con su manada devastada, el alfa se embarca en una peligrosa misión para rescatarla, mientras ella lucha por sobrevivir en un territorio hostil, sin recuerdos de su identidad o de su conexión con él. Entre traiciones y desafíos, el destino pondrá a prueba su amor y su fuerza para reclamar lo que les fue arrebatado.
La luna llena dominaba el cielo, bañando el bosque con su luz plateada, mientras la manada se reunía en el claro principal. Era una noche especial, una celebración destinada a sellar el vínculo más sagrado entre los lobos: la unión del alfa con su mate predestinada. El aire estaba cargado de expectación, las llamas de las antorchas danzaban al ritmo del viento, y el murmullo de los asistentes se mezclaba con los sonidos lejanos del bosque.
El alfa, un imponente hombre llamado Kael, se mantenía de pie en el centro del círculo formado por su manada. Su mirada era firme, pero sus ojos, de un tono dorado intenso, reflejaban algo más que fuerza: una mezcla de nerviosismo y emoción. Frente a él estaba su mate, Lyara, una joven de espíritu indomable cuya conexión con él era tan profunda que parecía trascender palabras. Su cabello oscuro brillaba bajo la luz de la luna, y sus ojos azulados capturaban toda la atención de Kael. Esa noche, ambos estaban listos para iniciar una nueva etapa, no solo como compañeros, sino como líderes unidos.
Los ancianos de la manada comenzaron a recitar las palabras ceremoniales, invocando la bendición de la luna y los espíritus de los antiguos lobos. Los miembros de la manada observaban en silencio, sintiendo la energía que parecía fluir desde el suelo hasta sus propios corazones. Kael extendió una mano hacia Lyara, quien la tomó sin vacilar, sellando un gesto que simbolizaba su confianza mutua.
Pero justo cuando los ancianos se disponían a finalizar el ritual, un sonido rompió la calma. Fue un aullido, pero no uno familiar. Era largo, penetrante, y venía desde las sombras del bosque. Los cuerpos tensos de los lobos presentes dejaron claro que algo no estaba bien. El silencio que siguió fue abrumador, cargado de incertidumbre.
-Kael... -susurró Lyara, sintiendo el cambio en el aire.
Antes de que pudiera responder, el ataque comenzó. Desde todos los flancos, una manada enemiga irrumpió en el claro. Los lobos enemigos eran numerosos, su pelaje oscuro casi indistinguible en la penumbra, pero sus ojos brillaban con una ferocidad que delataba sus intenciones: no venían a hablar, venían a destruir.
Kael reaccionó de inmediato, soltando la mano de Lyara y lanzando un aullido que convocó a los guerreros de su manada. El claro, que minutos antes había sido un lugar de celebración, se convirtió en un campo de batalla. Los rugidos y gruñidos llenaron el aire mientras los lobos luchaban cuerpo a cuerpo, sus garras y colmillos chocando con fuerza.
Lyara intentó mantenerse cerca de Kael, pero la confusión del ataque la separó de él. Un enemigo de gran tamaño, con cicatrices que cruzaban su rostro, se lanzó hacia ella. Aunque Lyara no era una guerrera experimentada, sus instintos despertaron. Esquivó el primer ataque y arañó al lobo en el costado, logrando retroceder unos pasos. Sin embargo, otro enemigo apareció detrás de ella, golpeándola con fuerza en la cabeza.
Kael, ocupado luchando contra dos adversarios, vio cómo Lyara caía al suelo. Sus ojos se abrieron de par en par, y un rugido de furia salió de su garganta. Apartó a los enemigos con un movimiento brutal, pero antes de que pudiera llegar hasta Lyara, otros lobos enemigos intervinieron, formando una barrera. Fue entonces cuando Kael entendió que esto no era un ataque al azar; era un golpe planeado con precisión. Y el objetivo era Lyara.
Mientras Kael luchaba desesperadamente por alcanzarla, dos lobos enemigos cargaron el cuerpo inconsciente de Lyara y comenzaron a retirarse hacia el bosque. Kael intentó seguirlos, pero un lobo más grande que los demás, posiblemente el alfa enemigo, le bloqueó el camino. Era un ser colosal, con ojos rojos que irradiaban odio y una sonrisa burlona que solo enfureció más a Kael.
-Ella ya no te pertenece -gruñó el alfa enemigo, lanzándose contra Kael con una fuerza demoledora.
La pelea entre ambos fue feroz, una demostración de fuerza y determinación. Kael estaba dispuesto a arriesgarlo todo para recuperar a Lyara, pero cada segundo que pasaba alejaba más a los lobos que se la habían llevado. A pesar de su furia, Kael sabía que su prioridad también era proteger a los miembros de su manada que aún quedaban en pie. Con un esfuerzo monumental, logró herir al alfa enemigo, obligándolo a retroceder, pero cuando miró hacia el bosque, ya era demasiado tarde. Lyara había desaparecido.
El claro quedó en silencio tras la retirada de los atacantes. Los lobos sobrevivientes estaban heridos, algunos gravemente, y el suelo estaba marcado por la sangre y los restos de la batalla. Kael permaneció de pie en el centro, respirando con dificultad, sus manos temblando por la mezcla de rabia y desesperación.
-No puede ser... -susurró, su voz apenas audible. Su mate, su Lyara, había sido arrebatada de sus brazos.
Uno de los ancianos de la manada, un lobo de pelaje gris llamado Darius, se acercó cojeando hasta Kael.
-Esto no fue un ataque común, Alfa -dijo con seriedad-. Iban por ella desde el principio. Sabían lo que hacían.
Kael apretó los puños, sintiendo cómo la culpa se enredaba en su pecho. Había fallado. Su manada estaba herida, y la mujer que amaba estaba en manos de sus enemigos. Sin embargo, una chispa de determinación brilló en sus ojos dorados.
-La recuperaré -dijo con firmeza, mirando a los sobrevivientes-. No importa lo que cueste. No importa cuánto tiempo tome. No permitiré que se salgan con la suya.
El juramento de Kael resonó entre los presentes, un recordatorio de que, aunque habían sido golpeados duramente, aún había esperanza. Mientras el alba comenzaba a teñir el cielo de un tenue naranja, la manada empezó a recoger los pedazos de lo que quedaba, preparándose para lo que sería una larga y ardua búsqueda. Para Kael, la batalla apenas comenzaba.
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