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En un mundo donde la normalidad es la regla y lo especial es visto como una anomalía peligrosa, Gabriel es solo un estudiante más... o al menos eso cree. La sociedad en la que vive ha sido moldeada por una organización invisible, un poder en las sombras que manipula recuerdos y reescribe vidas para mantener el orden. Ser diferente no solo es un riesgo, es una sentencia. Pero algo ha comenzado a cambiar en él. Pequeños destellos de memorias que no debería tener, miradas esquivas de sus profesores, la sensación constante de ser observado. Cuando una simple conversación con su mejor amigo revela inconsistencias inquietantes, Gabriel comprende que su vida ha sido un guion cuidadosamente editado. Ahora, con la verdad amenazando con salir a la luz, la organización lo tiene en la mira. No permitirán que alguien como él altere el equilibrio. Pero Gabriel no piensa rendirse. Si su mente es su jaula, entonces está decidido a encontrar la llave... aunque el precio a pagar sea descubrir quién era antes de que lo convirtieran en quien es ahora. ¿Qué sucede cuando la realidad que conoces no es más que una construcción? ¿Hasta dónde llegarías por recuperar tu verdadero ser?
Gabriel caminaba por la avenida principal, rodeado de edificios idénticos y anuncios que repetían el mismo mensaje con diferentes colores:
"La normalidad es estabilidad. La estabilidad es progreso."
La frase estaba en vallas publicitarias, pantallas de tiendas y hasta en las paradas de autobús. No era extraño. Desde que tenía memoria, el mundo se movía bajo esa idea. Las personas iban y venían con sus rostros neutros, vistiendo los mismos colores apagados, evitando cualquier comportamiento que pudiera considerarse fuera de lo común.
A él le habían enseñado que ser especial solo traía problemas. Si destacabas, llamabas la atención. Si llamabas la atención, te observaban. Y si te observaban, tu vida dejaba de ser tuya. Era más fácil encajar, seguir las reglas, no cuestionar nada.
El tráfico avanzaba con una sincronización casi perfecta. Gabriel revisó la hora en su reloj, asegurándose de no desviarse de su rutina. Escuela, casa, deberes, dormir. Siempre lo mismo. Siempre seguro.
Pero ese día, algo fue diferente.
Mientras esperaba el cambio del semáforo, sintió que alguien lo observaba. No fue un presentimiento vago, sino una sensación intensa, como un escalofrío recorriéndole la espalda.
Levantó la vista y lo vio.
Al otro lado de la calle, entre la multitud perfectamente ordenada, había un hombre de traje negro. No tenía nada particularmente extraño, salvo por una cosa: él no apartaba la mirada. Mientras todos parecían estar sumidos en sus propias vidas, aquel hombre lo observaba directamente.
Gabriel tragó saliva.
Era una mirada calculadora, como si estuviera evaluándolo. Su postura era demasiado rígida, su expresión demasiado vacía, pero lo peor era que había algo en él que no encajaba con el mundo que Gabriel conocía.
El semáforo cambió. La multitud comenzó a moverse y Gabriel se vio arrastrado por la corriente de gente cruzando la calle. Mantuvo la vista en el hombre de negro, pero en el instante en que la muchedumbre lo cubrió, desapareció.
Se detuvo en seco. Miró a su alrededor.
No estaba. Era imposible que alguien hubiera salido corriendo tan rápido.
El ruido de la ciudad siguió su curso. Autos pasando, personas conversando en voz baja, el zumbido de las pantallas mostrando anuncios. Todo como siempre.
Gabriel sacudió la cabeza.
"No es nada. Solo alguien raro."
Pero algo en su interior le decía que ese momento no había sido casualidad. Y lo peor de todo era que, por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de que su mundo perfectamente normal estaba a punto de cambiar.
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