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Su vida tenía un perfecto orden. Perfectas rutinas, perfectos horarios, perfectos planes de comida. Y horas específicas para cada cosa. Mientras que la mía era una completa montaña rusa de descoordinación. Sin rutinas, sin horarios específicos, sin planes de comida. Sin horas específicas para cada cosa. Pero de una forma u otra mi mundo descoordinado colisionó con el de él sacándolo de esa perfecta rutina que lo estaba llevando lentamente a la monotonía. Y esa hermosa colisión entre ambos terminó permitiendo que yo rompiera todas sus reglas.
Tener que salir de tu casa en las mañanas y apurada para tomar el bus no era algo muy emocionante de hacer, pero peor aún era salir en un día lluvioso a las siete treinta de la mañana, sin haber arreglado la ropa la noche anterior y sin desayunar.
Definitivamente eso no estaba en mi lista de cosas favoritas por hacer, pero aquí estaba, con mi maletín de cuero negro sobre mi cabeza para evitar que se me mojara de más el cabello, con un vestido verde ajustado que compré en oferta en alguna tienda del centro y que no ostentaba de ser de marca y con unos tacones de punta fina que probablemente se terminarían rompiendo como llegara a dar un paso en falso.
Pero es que, esas eran las desventajas de no tener auto ¿y cómo tenerlo? Si apenas ganaba lo suficiente para poner la parte que me correspondía del alquiler del departamento en el que residía.
Un simple departamento de dos habitaciones, con baño compartido, una sala para nada grande con ventanales cutres y una cocina a la que podías acceder con solo entrar a la sala.
Sí, el concepto abierto era demasiado literal en aquel lugar, pero solo por el hecho de la escasez de espacio que dificultaba el poner paredes para cada habitación.
Y la única razón por la que daba abasto para pagarlo, era porque vivía con Mónica, una integrante ejemplar del departamento de policía de la ciudad y que había sido honorificada un par de veces por sus trabajos humanitarios y por las veces en la que había arriesgado su vida para ayudar a los ciudadanos de esta honorable ciudad.
Ciertamente era una rubia despampanante, de cuerpo con curvas prominentes y una sonrisa que decía derrítete por mí. Pero para desgracia de los hombres de esta ciudad era lesbiana y una muy orgullosa.
Literalmente tenía una bandera que funcionaba como cortina de los ventanales de nuestro piso y la cual se podía identificar claramente desde la acera.
No dudaba de que los vecinos creyeran que éramos pareja y más cuando ningún prospecto se había presentado en nuestra puerta declarándose como algún enamorado mío. Pero era algo que definitivamente me daba tan igual como quedarme en casa un viernes en la noche.
Aliviada por haber llegado hasta la parada del autobús aun intacta, me retiré el maletín de encima de la cabeza y descansé mis debiluchos brazos por unos segundos colocando el maletín en el suelo. Ciertamente esa había sido mi mejor inversión.
Un maletín de cuero sintético de tamaño perfecto para llevar mis documentos y que fuese resistente al agua para que no se mojara todo lo que tenía dentro de él.
Moviendo mi tacón arriba y abajo mientras esperaba, me permití observar las calles vacías de transeúntes a pie y lleno de vehículos que pasaban a una velocidad reducida frente a mí y en ese momento ansiaba tener, aunque fuese una cacharra con la cual pudiese moverme, pero bueno, lo que tocaba era esperar el autobús mientras la lluvia aumentaba de intensidad con cada segundo que pasaba.
Unos minutos después lo vi acercarse y con las ganas de sentarme en él a tope, tomé el maletín y me acerqué a la acera, cosa que fue el peor error que hubiese podido cometer en al menos una semana.
Era evidente lo que pasaría, pues, Dios lo sabía, la chica de la cafetería del otro lado de la calle que observaba por la ventana lo sabía, el vagabundo en la esquina lo sabía, el seguridad que me observaba a través de la cámara de seguridad del edificio de detrás lo sabía, hasta el chofer lo sabía, menos yo, porque claro, siempre andaba de despistada, de urgida y descuidada.
Y es que en un día lluvioso sería evidente que habría un charco de agua acumulado en los laterales de la calle, agua que se levantó ante el frenazo que dio el chofer y por supuesto, como nada podía ir mejor en este maravilloso día, toda el agua que se levantó cayó sobre mi arruinando mi pobre vestido de oferta.
Mis ojos se cerraron por unos segundos y al escuchar la puerta siendo abierta los abrí de vuelta con las fervientes ganas de gritarle, pero si lo hacía antes de subir las probabilidades de que me dejara varada en la parada eran muchas.
Por lo que intentando que no se notara la rojez que debían de tener mis mejillas subí al autobús destilando agua sucia por mi rostro y mi cabello negro.
Un puchero se instaló en mí boca y al ver que él ni siquiera había notado el desastre que ocasionó, solo pude continuar hacia la parte trasera del autobús y me senté tratando de controlar mi lengua viperina, esa que sabía que destilaría veneno si abría la boca y como un altercado a estas horas de la mañana después de la pésima forma en la que había ido no era algo que deseara, prefería permanecer callada mientras controlaba las incesantes ganas de llorar.
Mi cabello, mi cabello que era un manojo de rizos y ondulaciones el cual mantenía a raya con planchas una vez a la semana, había sido mojado y el resultado era obvio, los rizos buscarían su forma original y yo terminaría pareciendo un nido de pájaros cuando el cabello ni siquiera estaba enredado.
Suspirando profundamente miré hacia la ventana y abracé mi maletín mientras esperaba que el autobús llegara hasta el lugar en el que me quedaba.
Y si ya todo lo que había pasado no era suficiente, el frío comenzó a golpear crudo y fuerte con cada segundo que pasaba mi cuerpo analizando la humedad de mi piel.
El autobús no estaba precisamente lleno, pues no había nadie de pie, cosa que me facilitó continuar sin ningún acompañante a mi lado hasta que el autobús llegó hasta mi parada y pude bajar tras haber pasado la tarjeta por el codificador, tarjeta que había sacado del maletín minutos antes de bajarme.
Sin importarme que la lluvia hubiese aumentado su intensidad me encaminé hacia la puerta del orfanato recibiendo las gotas de lluvia y con los hombros caídos, después de todo empapada ya estaba y con aguas de dudosa procedencia.
Seguí con mis pasos acelerados hasta que pude empujar la puerta que a estas horas ya se encontraba abierta y accedí al interior recibiendo los gritos, los chillidos, las risas y el característico calor que se sentía en cuanto entrabas al orfanato.
Definitivamente este era mi lugar favorito en el mundo y no precisamente porque me agradara la situación de los niños aquí dentro, todo lo contrario, era algo que me tocaba tanto que como abogada prefería mantenerme de este lado a irme a un bufet reconocido en donde podría avanzar en este mundo y obtener mucho dinero.
Era tan fiel a este lugar que aun después de que trabajara por un sueldo muy bajo, una vez costeaba todos mis gastos del mes, el resto lo gastaba en regalos para los niños de aquí.
Dejando que la sonrisa apareciera en mis labios, me encaminé hacia mi pequeño espacio de aquella enorme casa con patio trasero enorme, aunque carecía de jardín delantero.
Esta casa estaba llena de habitaciones en cinco de los seis niveles que poseía, mientras que el primer nivel constaba de oficinas en donde se llevaba a cabo la administración del lugar y el recibimiento de los prospectos a padres.
Y en la parte trasera se encontraba una capilla a la izquierda del jardín y a la derecha un pequeño edificio con salones que servían como aulas para impartir las clases.
Y por último una cancha y un comedor no muy lejos de las demás estructuras.
Al llegar a mi pequeño lugar dejé mis pertenecías sobre la pequeña mesa y luego me encaminé hacia la oficina del director al cual tenía que reportarme una vez llegara para ver si tenía algo que darme para comenzar a investigar.
Los pasillos de la enorme casa eran de madera, casi toda la casa lo era en su totalidad y eso le daba un aspecto de casa de cuento que me encantaba.
La puerta de la oficina del señor Wolsky era doble, hecha con una madera clara que se encontraba algo desgastada y que había visto a tantos niños pasar a través de ella con un brillo en sus ojos que te dejaba saber que estaban felices de al fin ser adoptados por una familia que valía la pena.
Toqué un par de veces y pasé solo cuando escuché el adelante.
Dentro estaba él, de cabello canoso y barba cuidada ya blanca. Era viejo, la verdad había que admitirla, pero le costaba jubilarse, pues aún no estaba seguro de dejar su puesto en manos de alguien que no cuidaría estos niños como él lo había hecho.
Y es que él había luchado tanto por estos pequeños, los había mantenido con su salud mental y emocional lo mejor posible para evitar dañarlos más de lo que sus familias lo habían hecho.
Él era ese escudo que los protegía del mundo cruel que los había abandonado a su suerte.
-Señor, Wolsky -saludé en un susurro con una leve sonrisa.
-Fany, cariño -él se levantó de su escritorio luciendo su impoluto traje negro, traje que terminaría arruinando como me abrazara como lo hacía todos los días.
Él rodeó su escritorio para acercarse y poder estrujarme entre sus brazos, pero al ver las fachas en las que me encontraba, se detuvo y frunció el ceño.
-¿Qué te ha pasado? -su voz era tan suave y amable, aunque cargada de dominio y masculinidad, pero amable en todas sus expresiones.
-Yo... -mi voz titubeó y era por el simple hecho de que cuando lo tenía frente a mi simplemente no podía ocultar lo mal que la pasaba.
Aunque la mayoría de las veces en las que solía estar así eran por tonterías o niñadas, pero él nunca las minimizaba.
Dejaba que llorara por no poder comer un helado aun cuando era una mujercita de veintisiete años bien cumplidos.
¿Pero que podía hacer? El señor Wolsky me conocía desde hacía tantos años que comportarme de una manera diferente se sentiría extraño.
-Es que un autobús me salpiqueó toda de agua.
Un brillo de diversión bailó en sus ojos y mi puchero se intensificó al saber que él se reiría en cualquier instante.
-No se vaya a reír -y efectivamente.
Comenzó a reírse como si le hubiese contado el mejor de los chistes jamás escuchado.
Fingiendo enfado me crucé de brazos, pero al final terminé riendo junto con él ante su contagiosa risa y su forma de burlarse de las cosas catastróficas que me pasaban cada día y que venía a contarle sin importarme verme más patética de lo que ya era.
-Lo lamento, Fany, pero es que si vieras como te ves refunfuñando y pareciendo un pollito mojado en todo su esplendor -calmando su risa se irguió nuevamente y dio un par de palmaditas al aire de forma divertida.
-Lo sé, soy una comedia andante, pero al menos tómese enserio mi sufrimiento.
-Lo siento, cariño, a la próxima intentaré reírme cuando ya salgas de la oficina.
Una de mis comisuras se elevó y dejé caer ambos de mis brazos a mis costados para cambiar mi peso de un lado a otro mientras lo veía recostarse de su escritorio.
-Hay dos familias con intenciones de adoptar, han enviado su solicitud por la plataforma y una vez los revises y verifiques que las informaciones dadas son verídicas, concordaremos una cita con los niños de las edades que tienen intención de adoptar.
-Sabe que vendrán por los más chicos -susurré llevando a mi mente las tantas veces que he llevado a cabo este proceso.
-Nunca se sabe, Fany, no seas tan negativa -me encogí de hombros sin interés de contradecirlo para no comenzar con un debate que no nos llevaría a ningún lado, ya que él nunca se rendía ni yo tampoco.
-Mejor me voy a hacer mi trabajo -él me dio una sonrisa que decía claramente que sabía que estaba huyendo de poner mis argumentos sobre la mesa y asintió de acuerdo con finalizar la tertulia antes de siquiera darle inicio.
-Si no te cambias de ropa te vas a enfermar -yo me encogí de hombros.
-Tomaré algo de las niñas grandes -él sonrió recordando algo que yo desconocía, pero terminó haciendo un ademán para que me fuera, por lo que me di la vuelta y salí de la oficina cerrando la puerta detrás de mí para ir hacia mi pequeño lugar.
Ahí tenía un computador con el que podría acceder a la base de datos en donde debían estar registradas las nuevas familias, de esa forma podía analizar sus solicitudes para luego de terminar e informarle al señor Wolsky si las familias calificaban para poder hacer una cita.
Por lo general esta era la parte más fácil, enviar la solitud, hacer una cita, conocer al niño en cuestión y ver si él conectaba con ellos.
Pero una vez esta parte pasaba, comenzaba lo difícil, ahí era en donde analizaban su historial psicológico, además de que debía ser enviado a diferentes ministerios hasta consolidar todo y que pudieran adoptar al niño.
Ahí era donde yo entraba, intentaba hacer las cosas más fáciles para ambas partes, ya que, si una familia me convencía, lo más que mi corazón me pedía era que los ayudara a poder sacar al niño del orfanato y que pudiera tener un hogar.
Y aunque había fallado tres veces en mi tarea un récord de veinticinco de veintisiete niños reivindicados no lo tenía cualquiera.
Y me enorgullecía enormemente de poder ayudar no solo a las familias a cumplir su sueño de tener una familia que para ellos no estaba completa sin un niño, sino también de poder sacar a un infante de este lugar, que, aunque estaba en las mejores condiciones, no era un hogar verdadero.
Y para ser sinceros, mi meta no era exactamente dejar al orfanato libre de niños, sino, el poder sacar a otros niños de los orfanatos públicos y traerlos a este.
Y no, este orfanato no pertenecía al gobierno, aunque estaba registrado en el ministerio, los fondos que adquiría este orfanato provenían de una compañía anónima que se había hecho cargo del orfanato restructurándolo en todos los sentidos hasta que fue uno de los mejores del país.
Por eso quería que muchos niños salieran de aquí, porque mientras más de ellos formaran parte de una familia, más niños tendrían la oportunidad de salir de los orfanatos del gobierno en donde sus vidas eran peor de lo que ya de por sí eran.
Creía tenerlo bajo control, sobreviviendo cada día y aceptando lo que la vida me daba. Cayendo cinco veces y levantándome otras seis veces más. Hasta que los conocí y mi vida dio una vuelta que dejó todo mi mundo volcado. Pero poco a poco lo fui reconstruyendo junto a ellos. Seis hombres capaces de hacer vibrar mi mundo con una melodía tétrica, pero placentera. Pero no todo siempre era como queríamos, los engaños eran algo a la orden del día y estos terminaban dejándome al borde del precipicio por creer fielmente en todo lo que me rodeaba. Hasta que aprendí que en el mundo de engaños en el que vivía no podía dar nada por sentado.
Segunda parte de Atada a ellos -¿Qué son? -cuestionó al ver que escribía por primera vez en la pequeña libreta que me había dado. -Nombres -dije simple tratando de contener las arcadas que me estaban atacando. -Nombres -susurró con desdén -¿de quiénes? -yo intenté sonreír. -De todas las personas que me hicieron daño -él se dejó caer en la silla junto a mí y se inclinó para prestar atención a los nombres. -¿Y qué harás con esa lista? -esta vez si sonreí. -Guardarla para cuando salga de aquí -él enarcó una de sus cejas. -¿Para qué? -yo lamí mis labios con lentitud. -Para vengarme. Él se dejó caer por completo en la silla y rio con suavidad. -¿Te vengarás de quienes amas? -cuestionó con algo de dejadez. -No de una forma cruel, solo los quiero a mis pies -dije con lentitud. -Ya los tuviste -me recordó. -Y por ello los tendré nuevamente, después de todo aquí he aprendido a que puedo obtener todo lo que me proponga y si estando en la mierda lo he conseguido, pues cuando ascienda lo obtendré más.
Ser huérfana en el lugar del que provenía nunca era algo bueno. En primer lugar, porque las casas de acogida eran una mierda y más un centro de reclutamiento que de ayuda. Aunque para muchos ser reclutados era una bendición y algo muy bueno, para otros no. Yo estaba del lado que consideraba que ser reclutada era una mierda. Pero los hermanos Fire estaban en todos lados y era cuestión de tiempo que yo cayera en sus manos. Lo que no esperaba era caer en ellas de una forma tan poco convencional.
Estaba casada, sí, pero no era feliz, no hasta que ellos entraron en mi vida. Lo hicieron de una forma tan rápida que ni siquiera me percaté de que ya eran parte de mí y de la misma forma en la que entraron así mismo se marcharon dejándome en la absoluta miseria, una de la que no podría salir tan facilmente.
Hay personas que nacen rotas, carecen de algo desde el momento en que llegan a este mundo, otros se van rompiendo a medida que pasa el tiempo y estas son las peores rupturas, porque cuando naces roto mientras pasa el tiempo te acostumbras a esa ruptura en tu ser, pero aquellos que se rompen de un momento a otro sienten que no pueden reparar aquello que se rompió y simplemente colapsan; su ser se destruye de una manera tan impredecible que no saben cómo reponerse. Por eso les agradeceré infinitamente a ellos, les agradezco por haberme salvado, por haber detenido los pensamientos oscuros que se extendían por mi mente como una plaga infestando cada neurona de mi sistema programándome de una forma en la que no me enorgullece revelar, le agradezco a esos dos hombres por haberme hecho sentir; por haberme devuelto a la vida. Porque lo que la gente suele ignorar es que el suicida ya estaba muerto antes de saltar.
El silencio me había envuelto toda mi vida. Podía recordar mi infancia llena de respuestas cortas y asentimientos. Me alejé de las personas para evitar tener que conectarme. Y cuando comenzaron a tratarme como a una perra fría fue más fácil alejarme de todos. Hasta que llegaron ellos, arrastrándome hacia ellos con el poder que les concedía aquella tradición que había sido llevada a cabo por años. Y no me resistí, simplemente me dejé llevar y terminé deshaciéndome de todas las ataduras que me envolvían y de un par de cosas más.
Olivia Abertton es dulce, divertida y cariñosa, la «niña de sus ojos» para su padre, Ernest Abertton, a pesar de ser hija de una relación extramatrimonial. Gabe Clifford es el director general de la mayor empresa farmacéutica del mundo. Inteligente, astuto, un hombre sin corazón, capaz de hacer cualquier cosa para conseguir lo que quiere. Pasó años preparando su venganza contra los Abertoon. Seguía siendo amable y alegre, incluso cuando todo a su alrededor parecía desmoronarse. Quería destruirla para poder saborear cada lágrima de Ernest Abertton, el hombre al que había dedicado su vida a ver sufrir. Ella estaba enamorada de su hermano. Él tendía la red y ella era la presa. De lo que Gabe no se daba cuenta era de que la venganza podía ser mucho más dulce de lo que imaginaba. Olivia, por su parte, nunca imaginó que pudiera existir alguien tan desalmado y sin escrúpulos como aquel hombre. Un deseo de venganza más grande que nada. Una mujer decidida a cambiar su destino. Un matrimonio tratado como un negocio. La utilizó como una forma de venganza contra el hombre que más odiaba. Sólo que no esperaba que conocerla sería su peor castigo.
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