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¿Todavía crees que él va a cambiar? Te prometió que sería la última vez. Que solo estaba cansado. Que no volvería a gritar. Ni a levantar la mano. Ni a compararte con otras. Ni a decir que "tú te lo buscaste". Y tú le creíste. Este libro trata sobre la vida con un abusador. Sobre las lágrimas que se esconden en la almohada y las esperanzas vacías. Sobre la espera eterna de un milagro que nunca llega. Sobre un dolor tan profundo, que ya ni lo sientes - porque se volvió parte de ti. Pero un día... despiertas. En otra habitación. Con otro aire. Y, por primera vez, no esperas sus pasos en el pasillo. Esta es la historia de una mujer que logró escapar. Rota - pero viva. Y si estás leyendo esto, es que tú también ya estás en camino hacia tus propias alas. P.D.: violencia emocional, tortura psicológica, drama profundo.
Desperté con un sobresalto, como si cayera al vacío. Otra vez. ¿Cuántos sueños así he tenido ya? Donde corro y el suelo desaparece. Donde alguien me sigue. Donde alguien grita, pero no entiendo las palabras, solo siento... ese ardor pegajoso, esa certeza de que hay alguien cerca. Demasiado cerca.
Me incorporé en la cama. El corazón me latía como loco, el pecho vibraba como después de una carrera. Pero no había corrido. Casi no salgo de casa. Él dice que no debería. Que no es seguro. Que el mundo se ha vuelto cruel. Que la gente es mala. Y que tengo que tener cuidado.
- ¿No dormiste otra vez? - su voz suena tranquila, incluso suave. Lo oigo en la cocina. El tintineo de la cuchara contra la taza. Lo sé: en tres minutos entrará con el café. Sin azúcar. Porque "el azúcar te altera". Porque "después te pones nerviosa y te irritas".
Tiene razón. A menudo estoy nerviosa. Tal vez por el azúcar. O... por intentar no equivocarme. Por mantener en mi mente todo lo que él ha dicho, todo lo que no le gusta. Cada día actualizo la carpeta mental con sus reglas.
Él entra con la taza, sonríe y me la ofrece como si nada hubiera pasado.
- Toma. Luego te cuento lo que soñé - dice, sentándose a mi lado. Su mano se posa en mi muslo - demasiado fuerte, demasiado precisa para ser un gesto de cariño. Es un ancla.
Bebo un sorbo. Amargo. Sin azúcar, como a él le gusta. Me observa mientras bebo. Sé que no dejará de mirar hasta que me termine todo. Y le dé las gracias.
- Gracias - murmuro.
Él asiente. - Así me gusta. ¿Ves? Cuando obedeces, todo está tranquilo.
Asiento. Por dentro, algo zumba. Una protesta leve, apenas perceptible. Pero la aplasto. Él tiene razón. Se preocupa por mí. Me prepara café. No grita. Hoy.
***
Estoy limpiando los estantes del salón, apretada contra el polvo, contra mi propia respiración. Ya pasé dos veces por el mueble de la tele, pero... ¿y si olvidé una esquina? No lo oigo entrar. Solo lo siento.
- ¿Esto te parece limpio? - su voz es baja. Peor que si gritara. Me sobresalto, me doy vuelta, miro donde apunta: una manchita microscópica de polvo junto al portarretratos.
- Perdón. Ahora mismo... - cojo el trapo, limpio, respiro rápido.
- ¿Te cansas cuando solo hay que hacerlo bien? Te lo he dicho: la casa debe estar en orden. ¿Es mucho pedir? - me mira como si lo hubiera traicionado. Como si lo hiciera a propósito. Siento las lágrimas subir.
Pero me contengo. No lloro. Porque él dijo: "Lloras para manipular. No lo hagas. Te veo a través."
Se va. Oigo cómo cierra la puerta de la cocina con fuerza. Una hora después, me trae flores. Lirios. Mis favoritos. Los envuelve en una sonrisa cálida y dice:
- Sé que eres la mejor. Solo que a veces te cansas. Estoy aquí, ¿sabes? No tengas miedo.
Asiento. Y la garganta se me cierra. No de alegría. De terror, por haber vuelto a creer.
***
Él lo llama amor. Dice que su severidad es porque no sabe hacerlo de otra forma. Porque teme perderme. Porque "el mundo es demasiado sucio, y tú eres demasiado pura".
Lo miro. Tiene manos bonitas. Uñas limpias. Se lava las manos más que yo. Dice que todo lo que hace es por mí. Quiere que sea mejor. Que aprenda a callar cuando toca. Que deje de hacer tanto ruido. Que deje de pensar que tengo talento.
- No eres bruja, solo impresionable - dice cuando adivino por tercera vez en la semana quién llamará. O cuando suena la canción en la que estaba pensando.
Ríe. Pero no de alegría. De superioridad. Como quien ve a un niño mostrar un dibujo feo y espera aplausos.
Río también. Para que no se note que duele. Quiero contárselo a alguien. Pero ¿a quién? Mamá hace tiempo que calla, las amigas "ocupadas", dejé el trabajo "a petición suya". ¿Para qué trabajar, si él me mantiene?
A veces pienso que si siguiera en ese trabajo, no estaría tan... susceptible. O al contrario: me habría dado cuenta antes de que vivo en una jaula dorada. Por las noches, me acaricia el pelo. Dice:
- Eres de porcelana. Frágil. No estás hecha para el ruido ni el caos. Todo lo que necesitas soy yo.
Me duermo con eso. Y ya no sé si le tengo miedo, o lo amo. O ambas cosas. O solo confundo apego con obediencia.
Si eres buena, todo estará bien
Hoy se fue a trabajar. Encendí la tele y justo estaban dando la película que vimos en nuestra primera semana juntos. Esa donde aparecía la misma frase que él me dijo:
- «Si eres buena, todo estará bien».
Me estremecí. Cambié de canal. Pero la siguiente canción en la radio era aquella que sonaba en el café cuando me dijo por primera vez que me amaba.
Miro por la ventana. Veo mi reflejo. Pálido. Tranquilo. Pero por dentro, alguien susurra. Muy bajito. Casi imperceptible:
"No estás loca. Estás empezando a despertar."
Apago la televisión rápido. Limpio la casa. Preparo la cena. Me pongo el vestido que a él le gusta.
Si soy buena, todo estará bien. ¿Verdad? Él me ama. Me compró flores. Y yo misma elegí quedarme.
- ¿Despertaste, eh? Parece que realmente quieres vivir. Tus amigas ya las están devorando las ratas, y tú, al parecer, sacaste el billete de la suerte - se escuchó una voz áspera, como un golpe, rompiendo la oscuridad a mi alrededor. Sus palabras quemaban como viento helado, pero el hecho de que aún estuviera viva pasó fugazmente por mi mente, como una débil chispa. Intenté responder, pero mi garganta estaba seca, y la voz salió completamente ajena, débil y ronca: - ¿Dónde estoy? - las palabras apenas salieron de mis labios, y de inmediato me envolvió una ola de tos asfixiante, como si el fuego hubiera recorrido mis entrañas, quemándolas desde dentro. Cada movimiento respondía con dolor, y sentía cómo todo dentro de mí se apretaba en un espasmo doloroso. - ¿Dónde? ¡Ja! - su risa era seca, implacable. - En el vertedero de la ciudad, niña. Aquí suelen venir muchas como tú. Vamos, suelta, ¿quién eres y de dónde vienes? ¿Por qué te trajeron aquí en un saco? Yo, claro, soy un vagabundo, pero soy un buen tipo. Si veo una mentira, la entrego donde debe ser... a donde corresponde. Cerré los ojos, intentando ordenar mis pensamientos, pero mi cabeza estaba vacía, como si no hubiera quedado nada en ella. Los recuerdos golpeaban los bordes de mi conciencia, pero no podían penetrar dentro. ¿Qué responder? ¿Qué decir? - Yo... no recuerdo nada - logré sacar con dificultad, sintiendo cómo la angustia se acercaba cada vez más. - Me dijeron que me llamo Alicia... pero no estoy segura. No sé si es verdad...
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