Cuando me negué a seguirle el juego, me abandonó en la salida del hospital, provocando que me cayera y sufriera una conmoción cerebral. Más tarde, los encontré en nuestra cama, y tuvo el descaro de invitarme a su cena de "celebración".
-Lo haces por mí, ¿verdad? -preguntó, con una sonrisa esperanzada-. ¿Para que por fin pueda ser feliz con Anahí?
Miré al hombre al que le había entregado mi vida, al hombre que acababa de arrebatarme a nuestros hijos, y vi a un completo desconocido. Esta vez, no habría lágrimas ni segundas oportunidades. Tomé el acuerdo prenupcial que firmó hace años -ese que me daba una enorme parte de su empresa si alguna vez me traicionaba- y me marché para siempre.
Capítulo 1
Mi prometido, Alejandro Stephenson, llegaba tarde. Otra vez. El suave murmullo de la sala de espera contrastaba brutalmente con el latido frenético de mi corazón. Cada tic-tac del reloj se sentía como un martillazo contra mis costillas. Había prometido que estaría aquí, justo después de su junta directiva. Siempre era una junta.
La pesada puerta rechinó al abrirse y Alejandro finalmente entró. Caminaba con esa seguridad y confianza que siempre hacía que todos voltearan a verlo. Sus ojos, normalmente agudos y enfocados, brillaban un poco más de la cuenta. Una sonrisa, demasiado amplia, se extendía por su rostro.
Me vio, y su expresión se suavizó en lo que él creía que era un gesto tranquilizador. Se acercó, con el brazo ya extendido para atraerme hacia él.
-Mi amor, perdóname por llegar tarde -dijo, su voz un murmullo profundo-. El tráfico en Periférico era un infierno.
Me tensé antes de que su mano siquiera rozara mi piel. Una ola de frío me recorrió. Me aparté, casi imperceptiblemente, lo justo para evitar el contacto.
Se quedó helado, con la mano suspendida en el aire. Su sonrisa vaciló.
-¿Todo bien, Clarisa? -preguntó. La preocupación en su tono se sentía fabricada, una actuación.
Mantuve la mirada firme, sin encontrarme directamente con sus ojos. Mis ojos se clavaron en la tenue marca rojiza justo debajo de su mandíbula. Era pequeña, casi oculta por el cuello de su camisa perfectamente planchada, pero estaba ahí. Un moretón fresco y delator.
Un chupetón.
Se me revolvió el estómago. No dije nada. Mi silencio pesaba en el aire entre nosotros, como una manta asfixiante.
Se aclaró la garganta, dejando caer la mano a su costado.
-Mira, sobre lo que pasó... -empezó, su voz demasiado casual-. El doctor dijo que era por tu propio bien. Un procedimiento necesario.
Hablaba del legrado. El procedimiento que había terminado mi embarazo, nuestro embarazo, apenas dos días atrás. El embarazo de alto riesgo. El embarazo de gemelos de alto riesgo, pero viable.
-¿Mi propio bien? -hablé por fin, las palabras se sentían extrañas y ásperas en mi garganta. Mi voz era apenas un susurro.
Asintió, acercándose de nuevo, esta vez buscando mi brazo.
-Sí, Clarisa. El Dr. Evans explicó los riesgos. Dada tu condición, era la opción más segura. No queremos que te enfermes de gravedad, ¿o sí?
Sus palabras eran una mentira cuidadosamente construida. Yo sabía la verdad. Había visto el informe. Los embriones estaban sanos. Estaban sanos. No lo había hecho por mi salud. Lo había hecho por la suya. O más bien, por la de ella.
Su contacto quemaba mi piel. No me calmaba. Me daban ganas de retroceder, de gritar. Pero me quedé ahí, quieta, dejando que sus dedos se clavaran en mi brazo. Lo miré fijamente, mi visión se nublaba ligeramente.
-¿De verdad crees que hiciste esto por mi salud? -Mi voz era plana, vacía de emoción.
Frunció el ceño.
-Claro que sí. ¿Por quién más lo haría? Eres mi prometida. -Hizo una pausa, luego bajó la voz-. Y mira, sé que estás molesta. Anahí me contactó. Vio esas historias circulando en redes. Está realmente angustiada por todo el drama. Le está afectando, Clarisa. Su divorcio acaba de finalizar y no necesita este tipo de negatividad ahora mismo.
Anahí. Siempre Anahí.
-¿Drama? -repetí, la palabra sabía a ceniza en mi boca.
Sacó su celular, ya deslizando el dedo por la pantalla.
-Sí, drama. Ya sabes, esas publicaciones viejas. Hice que las bajaran, pero algunas personas siguen hablando. Es muy injusto para Anahí. Ha pasado por mucho. -Levantó la vista, sus movimientos rápidos y practicados-. Tenemos que arreglar esto. Por ella. Por nosotros.
Navegó hasta una aplicación de redes sociales.
-Mira, tomemos una foto. Una bonita. Puedes publicar una disculpa, aclarar las cosas. Dile a la gente que no hay resentimientos entre tú y Anahí.
Sostuvo el teléfono en alto, inclinándolo para captar la luz. Su rostro ya estaba compuesto en una expresión comprensiva y cariñosa. Un CEO, siempre consciente de su imagen.
Instintivamente me eché hacia atrás, mi cuerpo se negaba a cooperar. Me sentía mareada, la cabeza ligera.
Suspiró, su paciencia visiblemente agotándose.
-Clarisa, vamos. Solo una rápida. Le mostraremos a todos que estamos unidos. -Ajustó el ángulo de nuevo, tratando de que yo saliera completamente en el cuadro-. Se verá bien. Para todos.
Presionó el obturador. El flash me cegó momentáneamente. Cuando mi visión se aclaró, vi la vista previa. Él sonreía ampliamente, pero mi rostro estaba medio oculto, una presencia borrosa, casi fantasmal, en el borde de la foto. Mis ojos estaban vacíos, sin vida.
Miró la imagen, luego a mí.
-¡Perfecto! -declaró, con un brillo triunfante en los ojos-. Justo lo que necesitábamos. Publica esto con un pie de foto. Algo cálido, pidiendo disculpas. Di que lamentas haberle causado cualquier angustia a Anahí.
Se me cortó la respiración.
-No -dije, la palabra era una barra de acero en mi columna vertebral.
Parpadeó.
-¿No? ¿Qué quieres decir con no?
-Quiero decir "no" -repetí, esta vez más fuerte. Un destello de algo, tal vez ira, tal vez desconcierto, cruzó su rostro-. No puedes tenerlo todo en esta vida, Alejandro.
El viejo dicho sabía amargo en mi lengua. Él solía odiar las muestras públicas de afecto, especialmente si me involucraban a mí. "No es profesional, Clarisa", siempre decía. "Mantengamos nuestra relación en privado". Ahora, con Anahí, de repente era vital que yo me disculpara públicamente.
Nunca se trató de mí. Nunca se trató de nosotros. Siempre se trató de Anahí. Mi corazón se retorció, un nudo frío y duro. Finalmente lo entendí.