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Ellie se conforma con gobernar su manada sola. Eligiendo llamarse Luna en honor a su difunta madre. Ella piensa que no necesita un Alfa, confiando en su padre, Michael, para que la ayude con lo que sea necesario. Michael no sólo quiere retirarse, sino que quiere tener nietos. Cuando se le ocurre la idea de celebrar un torneo para que los Alfas vecinos puedan competir por su mano, Ellie acepta a regañadientes. Lo que no planea es enamorarse de uno de ellos. Se queda extasiada cuando descubre que River siente lo mismo, pero aún así él debe ganar el torneo para hacerla suya. ¿Ganará River el torneo y su mano, o uno de los otros Alfas luchará por el premio mayor?«La última Luna» es una historia creada por ID Johnson, autora de eGlobal Creative Publishing.
Ellie
"Lidera con amabilidad. Lidera con gracia. Lleva siempre una sonrisa amable en la cara."
Ellie Knight leyó una vez más las palabras que tenía colgadas en una pancarta sobre el espejo de su habitación antes de respirar profundamente, fijar la sonrisa recomendada en su rostro y salir a trabajar. Tenía mucho en su agenda, como siempre, pero no era nada que no pudiera manejar. Aunque acababa de cumplir veintitrés años hace unos meses, llevaba casi dos años dirigiendo la Manada Lobo Veloz, desde que su padre, Michael, había decidido que era hora de dar un paso atrás. Aunque seguía ocupándose de muchas cosas por ella, ya no era el Alfa. Como Ellie era su única hija, había asumido ese papel de liderazgo, que normalmente correspondía a un macho. Sin embargo, Michael le había dicho hace mucho tiempo que sabía que ella podía manejarlo. Ellie era tan fuerte como cualquier otro lobo metamorfo que hubiera conocido y probablemente era mejor líder porque tenía las cualidades de crianza de su madre mezcladas con su naturaleza protectora. Aun así, cada mañana, cuando Ellie se preparaba para salir de su casa, tenía que recordar la frase que su madre le había enseñado cuando era pequeña. Siempre era mejor ser amable, grácil y amigable.
El sol estaba subiendo por encima de las montañas en la distancia. Ellie no pudo evitar detenerse a admirar la hermosa vista durante unos instantes. La naturaleza que la rodeaba era salvaje e indómita, como ella misma y le encantaba correr por esos bosques en su forma de loba, respirando el aire refrescante del bosque, bebiendo el agua fresca del río y mirando el cielo azul. Cuando era más joven, antes de que su madre muriera, tenía todo el tiempo del mundo para juguetear en el bosque. Ahora tenía muchas más responsabilidades y esas correrías por el bosque eran escasas. Cada vez que tenía la oportunidad, se tomaba un momento para respirar el aire fresco, admirar las montañas y recordar que su manada había sido realmente bendecida por vivir en tierras tan hermosas.
Solo tardó un segundo en llegar a su primera parada. Una nueva clase de cadetes estaba entrenando en el claro. Podía verlos desde el camino que llevaba de su casa a su oficina. Dirigidos por uno de sus más fieros combatientes de Omega, Rob, este grupo seguramente se pondría en forma en poco tiempo. En ese momento, pudo verlos haciendo una serie de ejercicios de calistenia para entrar en calor. Tuvo que acercarse a ver la nueva clase, para hacerles saber que estaba interesada en cómo iba.
Una treintena de cachorros de entre doce y diecisiete años estaban de pie en filas uniformes frente a Rob, realizando los mismos movimientos que él. En ese momento, estaban estirando las piernas, sujetando un pie por detrás mientras hacían equilibrio sobre el otro. Se daba cuenta de que estaba poniendo nerviosos a algunos de los alumnos más jóvenes, así que se aseguró de que su sonrisa fuera alentadora. Algunos de estos alumnos estaban a punto de terminar su entrenamiento inicial y pronto pasarían a entrenar en el gimnasio en grupos más pequeños. Otros acababan de empezar. Ellie recordaba con cariño su paso por este entrenamiento inicial. Había sido el Beta de entonces su entrenador, Oscar. Era un gran guerrero, aunque ahora se había retirado. Incluso tenía nietos. Su padre nunca dejó que Ellie olvidara que él y Oscar tenían la misma edad.
-Buen trabajo, chicos -dijo Ellie, saludando a los cadetes. Le dio una palmadita en el hombro a Rob, con cuidado de no hacerle perder el equilibrio-. Sigan así.
-Gracias, Luna Ellie -respondió Rob con una sonrisa de orgullo. Ella le hizo un gesto con la cabeza y continuó su camino.
Luna Ellie... así era como prefería que la llamaran, aunque era la líder de la manada y podría haberse llamado Alfa Ellie, a pesar de su género. Seguía insistiendo en que todo el mundo llamara a su padre Alfa, a pesar de que él quería dejar de lado ese título. Quería ser la Luna, como su madre, que había sido tan dulce y amable con todos, pero el lado guerrero de Ellie no le permitía ser solo la Luna. Había llegado a un compromiso con su padre. Liderar la manada; ser llamada Luna. Aunque a algunos de los otros alfas de la manada cercanos les gustaba bromear con que los Lobo Veloz ni siquiera tenía un Alfa, a Ellie no le parecía gracioso y con gusto pondría a cualquiera de esos compañeros en su lugar, si les importara hacerle la broma en la cara.
De camino a su siguiente parada, Ellie vio tres rostros conocidos que salían del comedor y tuvo que detenerse para increparlos.
-¿Qué están haciendo? ¿Causando problemas a estas horas de la mañana?
Cane, Hans y Seth eran como hermanos pequeños para ella, aunque ni siquiera eran parientes. Los tres tenían dieciocho años y acababan de pasar a la siguiente parte de su entrenamiento, lo que les daba más libertad para andar por ahí y causar problemas, pero siempre en el buen sentido. Los tres chicos eran básicamente inseparables y Ellie los adoraba a todos. Como no tenía hermanos, se había encariñado con ellos cuando era más joven y los chicos siempre la trataban como la hermana mayor que ninguno de ellos tenía.
-Vamos a dar una vuelta por el bosque -dijo Hans con una sonrisa en la cara-. ¿Quieres venir?
-Uf, ojalá pudiera -suspiró Ellie. Eso sonaba mucho más divertido-. Pero no puedo. He quedado de juntarme con mi padre para entrenar y luego tengo una reunión con el Beta Andrew.
-Qué pena -comentó Seth, su cara hundida mostraba que lo decía en serio-. ¿Tal vez la próxima vez?
-Sí, lo dejamos para otro momento -respondió ella, alborotando su cabello oscuro-. Diviértanse... pero no se vayan muy lejos.
-Nos mantendremos alejados de la frontera, hermanita -dijo Cane, con un brillo en sus ojos azules que le hizo preguntarse si estaba diciendo la verdad.
-Más vale que así sea.
Los chicos sonrieron y se marcharon, y Ellie siguió su camino hacia el gimnasio privado donde pasaba una hora cada mañana entrenando con su padre. No había nadie en quien confiara más para asegurarse de que estaba en la mejor forma posible.
-¡Ahí está! -exclamó Michael Knight, guiñandole un ojo cuando entró por la puerta de la pequeña habitación que había junto a su despacho. No era glamorosa, pero tenía todo lo que ella necesitaba para ejercitarse-. Vamos a hacerlo, jovencita. No me estoy haciendo más joven.
Ellie sacudió la cabeza. A él le encantaba decirle cosas así para recordarle que quería que se casara y tuviera hijos pronto. Entrecerró los ojos y se puso los guantes de boxeo. Su padre se colocó detrás de los sacos de boxeo y Ellie comenzó su rutina habitual de patadas y puñetazos. Era un gran ejercicio cardiovascular y también ayudaba a su desarrollo muscular.
Aunque su padre siempre la animaba y le daba consejos sobre su forma mientras se ejercitaba, a menudo aprovechaba esta oportunidad para ponerse al día con ella sobre cómo marchaba la manada. Pasaban el tiempo en el gimnasio hablando de la política de la manada, de las manadas vecinas y de cualquier otra preocupación. Ellie casi siempre iba del gimnasio a la ducha para reunirse con su Beta, que probablemente estaba entrenando en ese momento, así que era bueno ponerse en contacto con su padre antes de esa reunión.
Excepto esta mañana, que no quería hablar de negocios. Quería hablar de lo personal.
-Sabes, Ellie, estaba pensando en ....
-Oh, no -gimió ella-. Conozco esa mirada.
-¿Qué? -preguntó su padre fingiendo ser inocente-. No sé de qué estás hablando.
Ella negó con la cabeza.
-Claro que lo sabes. Vas a decir que estabas pensando que ya era hora de que empezara a buscar a mi pareja destinada -dijo ella poniendo los ojos en blanco.
-Bueno, ¿y qué? -preguntó él, a la defensiva-. ¿No crees que también lo es? La mayoría de la gente encuentra a su pareja a los veintiún años. Tú eres prácticamente una anciana.
Ellie pateó el saco de boxeo rojo con más fuerza de la habitual, sacudiendo a su padre por su comentario. Ella sabía que él solo estaba tratando de sacarla de quicio. Había funcionado.
-Papá, no hablemos de esto ahora, ¿de acuerdo?
-Si no es ahora, ¿cuándo? Yo tampoco me estoy haciendo más joven.
Sus ojos se dirigieron a su cabello oscuro que estaba tocado por las canas en los bordes, por encima de las orejas. También tenía más arrugas que la última vez que ella se había parado a mirar. Él tenía razón. Ella sabía que él no quería seguir siendo el Alfa y podía respetarlo. Simplemente no estaba interesada en compartir su manada con nadie más.
Sin embargo, ella sabía que él quería decir su parte.
-¿Vas a tratar de convencerme de que vuelva a celebrar un Baile de la Diosa Luna? -preguntó, luchando contra el impulso de poner los ojos en blanco.
-Es la única manera de encontrar a tu pareja predestinada. Ya lo sabes.
-Ni siquiera creo en todas esas cosas, papá. Ya lo sabes.
Aunque sí creía en la Diosa de la Luna, no creía que hacer que otra persona eligiera al amor de su vida por ella fuera un buen plan, no cuando ella estaba a cargo de la vida de tantas otras personas. Casarse por amor parecía... egoísta.
-Entonces... ¿qué quieres? ¿Casarte con algún guerrero o algo así? ¿Un tipo duro?
Se rió de la forma en que su padre había elegido sus palabras y golpeó con su puño el saco de boxeo.
-Algo así. No quiero conocer a un tipo y enamorarme de él, con estrellas en los ojos y sin sentido común en el cerebro. Creo que un baile es una forma segura de asegurarse de que no estoy pensando con la cabeza, papá.
-Me parece justo. Me parece justo -dijo-. Pero... aun así quiero que te cases.
-Bueno, tendrás que pensar en otra cosa -afirmó Ellie, asestando otro golpe.
Unos instantes después, su padre comenzó a reírse, dando a Ellie una pausa.
-¿Qué es tan gracioso? -preguntó ella, luchando por recuperar el aliento mientras permanecía inmóvil durante unos instantes.
-¿No quieres un baile? Bien. Tengo otra idea. Una idea mejor.
-¿Cuál es? -preguntó ella, pero no estaba segura de querer oír la respuesta.
Michael le sonrió.
-Un torneo.
Sofía Morales, en la fiesta de celebración de su graduación, ebria y drogada por uno de sus compañeros quien intentó abusar de ella, se entregó a su héroe y salvador, Rafael Rincón, quien también se encontraba bajo los efectos del alcohol. Al mes exacto de esta celebración, ella comenzó a experimentar los primeros síntomas de su embarazo múltiple, lo cual fue un escándalo para toda la familia, especialmente porque nadie sabía quién era el padre de sus trillizos, ni siquiera ella misma. Antes de salir a relucir esta situación, su padre le estaba imponiendo aceptar un compromiso matrimonial con el hijo de su amigo, porque había dado su palabra desde que ella era una niña. Estando en su sexto mes de embarazo, su padre fallece, dejándola heredera y billonaria. Como era su única hija, debió asumir el cargo de CEO. Esto no fue bien visto por los otros accionistas de la Naviera, quienes consideraban que era una irresponsable, por el grave error cometido: ser madre soltera. Por su parte, Rafael Rincón, hombre enigmático, billonario, productor, ganadero, quien había perdido a su novia en un accidente, no dejó nunca de pensar en la bella y virginal jovencita a quien rescató y luego hizo suya en una noche de copas, en una discoteca de la Ciudad, propiedad de su amigo y de la cual solo sabía, que se llamaba Sofía.
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