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Stephen Enslin lleva una vida tranquila con su hija Daniela en la pequeña ciudad de El Paso, hasta que una noche empieza a tener una serie de perturbadoras pesadillas que amenazan con hacerle perder la cordura. Con el tiempo las pesadillas se vuelven cada vez más intensas y realistas transformando cada noche en un infierno cargado de horror y sufrimiento que le privan del sueño afectando su vida diaria así como su salud. Pero un extraño símbolo en su brazo y una serie de sucesos casi inexplicables le llevan a pensar que tal vez haya más en todo esto de lo que se ve a simple vista. ¿Estará todo en su cabeza o alguna fuerza oscura estará jugando con su cordura?
Capítulo 1: La pesadilla.
Era una noche calurosa en El Paso, Texas, cuando el silencioso manto de la obscuridad se vio rasgado por un estruendoso grito. Stephen despertó una vez más de una de sus ya muy comunes pesadillas, alertando al resto del vecindario, quienes ya comenzaban a cansarse de lo monótono que esto se volvía. Especialmente esas madres de supuesta clase alta, del típico barrio de jardines verdes, y casas idénticas; tan llenas de hipocresía y miradas acusadoras, que juzgan cada una de tus acciones sin empatía ni compasión.
Stephen, conmocionado y con gran agitación se sentó atónito al borde de la cama intentando recuperar el aliento. Miró a su alrededor palpándose el cuerpo frio y tembloroso como si quisiera asegurarse que todo fue solo un mal sueño. Se colocó ambas manos en la frente, y dio una mirada furtiva al reloj, 4:25 AM. Lanzó un profundo suspiro y murmuró entre dientes:
− No hace una hora que por fin logre dormir, y pronto tendré que ir a trabajar.
De repente el cuarto se vio inundado por el crujir de la puerta abriéndose lentamente, acompañado del sonido producido por los pequeños pies de Daniela.
− Papi, ¿estás bien? − Dijo mientras se restregaba los ojos con una mano, arrastrando un conejito de felpa que llevaba a todos lados consigo como su fiel amigo y compañero. Se acercó a Stephen, quien la tomó delicadamente en brazos, y la sentó en su regazo.
− No te preocupes cariño, todo está bien, papi solo tuvo un mal sueño.
Le colocó la mano en su cabeza cubierta de cabellos dorados, mirando los ojitos color café de la dulce niña de cinco años, mientras su mente se inundaba del recuerdo de la ya fallecida madre de la criatura. La cargó suavemente levantándose de la cama y le dijo en vos baja:
− Pero tú tienes escuela mañana, y si te quedas despierta, después estarás muy cansada en clases así, que a la cama.
La llevó hasta su cuarto, y la acostó en la cama, con tanta delicadeza como si de una muñeca de cristal se tratara, la cubrió con la manta, y le dio un beso en la frente.
− Buenas noches Cariño.
− Buenas noches Papi.
Salió lentamente del cuarto y se dirigió exhausto al baño que se encontraba a la mitad del corredor, dejando tras de sí las marcas fangosas de sus pies. Se acercó a la puerta mientras su mente divaga con pensamientos de su situación actual. La abrió y se dirigió al lavado apoyando sus manos sobre este, contemplando su marchitado cuerpo, una pálida sombra de lo que alguna vez fue meses atrás. Se enjuago la cara recordando aquel horrible sueño y se miró en el espejo, notando las enormes bolsas bajo sus ojos, su desaliñado pelo color café y su descuidada barba. Levantó su mano izquierda hasta tenerla frente a su rostro; dirigiendo lentamente y con miedo la mirada a su antebrazo, mientras notaba como su pulso se aceleraba, al mismo tiempo que un escalofrió recorría su espalda. Su respiración se tornaba cada vez más rápida y una horrible sensación llenó su pecho mientras notaba, que una vez más tenía ese símbolo enrojecido marcado en él.
El miedo pronto se transformó en ira y confusión, apretó los dientes fuertemente mientras que con su mano derecha cubrió el símbolo que se alojaba bajo su muñeca, apretándolo con todas sus fuerzas como si de ese modo pudiera deshacerse de él de una vez y para siempre. Ese maldito símbolo, que cada noche sin falta aparecía desde hace tres meses, recordándole el horrible tormento que ha vivido. Desde entonces las noches de terror y el miedo le acechan cada vez que va a dormir, pero su mayor preocupación era su cordura.
− ¿Estaré perdiendo la cabeza? −Dijo con ojos aguados casi a punto de llorar por la frustración−. ¿Quién se encargará de Daniela si algo me sucede? ¿Quién la cuidará cuando yo ya no esté a su lado?
Se recostó tembloroso a la pared, deslizándose hacia el suelo hasta caer sentado en este, lleno de frustración y rabia.
− Debo hacer algo pronto, no creo que pueda aguantar mucho más esta situación.
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