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La Condena de tu Amor

La Condena de tu Amor

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Cuando mi madre me dijo que tenía un novio/futuro marido y que nos mudábamos a su casa. Dije: "menuda diversión de mierda". Verás, mi padre falleció hace algunos años ya, pero para mí, él sigue vivo dentro de mi corazón, él es mi héroe y siempre lo será. No quiero un nuevo comienzo, no quiero conocer nuevas personas, no quiero que mamá lo supere. Pero el destino es jodido y me obligó a conocerlo a él, mi nuevo hermanastro. Mi idiota, engreído, enfermo, hermoso hermanastro. Cuando David, alias 'mi padre', me dijo: "hijo, estoy casándome otra vez. Vienen a vivir a la casa dos mujeres" Dije: "por sobre mi cadáver". Mamá, alias 'mi reina', murió hace poco y su sangre gotea de mis manos, malditamente no permitiré que extrañas cazafortunas roben la herencia millonaria que nos dejó a mi padre y a mí. Todos quieren el puto dinero, pero no lo permitiré. ¿Nueva hermanastra? ¿Nueva "mami"? Corran ahora que pueden, porque les juro que se arrepentirán de haberme conocido.

Capítulo 1 "Yo soy Carol."

Carol

Querido Diario:

Este diario me lo ha regalado mi madre, tal vez para que pueda desahogarme en sus páginas, descargar los sentimientos encontrados y la frustración.

Tal vez porque sabía que la noticia que me lanzó a la cara como si yo fuera de plástico y no corriera el riesgo de romperme, lo que sí que hizo, me afectaría demasiado y necesitaría un escape para respirar.

Tal vez porque se sentía un poco culpable, porque me vio llorar como hacía mucho no lloraba y le trajo recuerdos.

Tal vez porque... malditamente no lo sé, pero lo utilizaré de todas formas. Así que... ¿Por dónde empiezo?

Bueno, contaré un poco sobre mí, como una introducción. Si algún día mis nietos leen esto tendrán que entender mi historia, ¿verdad?

Hola, me llamo Carolina Reeves, pero todos me dicen Carol y tengo diecisiete años. Voy a comenzar mi último año de High School con muchas ganas de llegar a la universidad y poder graduarme en Derecho.

1. Sueño con algún día poder ser una gran abogada de renombre y hacer verdadera justicia en cada caso que tenga que resolver. Sí, sé que no es el sueño común de todos los adolescentes, pero mi elección tiene un gran justificante y motivo.

2. Mi color favorito es el azul, me parece que es un color genial, inspira frialdad y calma. Me recuerda a papá.

3. Me encanta el helado de fresa con chispas de chocolate. Amo los dulces, como, realmente mucho.

4. Los días fríos y lluviosos son mis favoritos, aunque no me gusta mucho el invierno, prefiero el otoño.

5. También amo los animales, aunque en estos momentos no puedo tener mascota, «nota al margen: nos estamos mudando, pero no te adelantes, esa es la cereza del pastel y apenas vamos por la base.»

Cuando tenía nueve años tuve un perrito llamado Señor Cariño, era un labrador, nos lo encontramos en la calle cuando volvíamos de un día de paseo mi padre y yo. Era un cachorro, abandonado y sucio. Desde el momento en que lo vi me enamoré de él, se veía tan tierno y hermoso a pesar de la suciedad que lo cubría y la desnutrición que marcaba sus huesos en la piel.

Mi padre, tan sabio, se dio cuenta de que no era un capricho de niña pequeña, así que dijo: "este cachorro será tu responsabilidad Carol, debes cuidarlo, alimentarlo y amarlo. ¿Estás dispuesta a hacerlo?".

Ni siquiera tuve que pensarlo, al momento dije un gran SÍ, mientras abrazaba a mi padre por ser tan genial.

Señor Cariño al momento de verme se arrojó a mi regazo rogando un poco de amor. Lo envolví en mis brazos y lamió mi cara como si fuera un helado que se derrite. Supe entonces cuál sería su nombre, y que él se convertiría en uno de mis mejores amigos. Ya cuando mi madre lo vio casi le da un ataque, pero esa es otra historia.

6. Amo las cosas rotas, imperfectas, dañadas y feas. Como el otoño, donde las hojas mueren y pierden su verde vital, pero el paisaje naranja y marrón que deja a su paso es digno de fotografías para Pinterest. Además, simboliza etapa de nuevo renacimiento. Después de la mudada comenzarán a nacer nuevas hojas, nuevos colores, nueva vida. Como cuando un jarrón cae al suelo, echo pedazos, y pensamos que ya no tiene arreglo, entonces es donde aún puedes hacer una hermosa obra de arte con el cristal astillado.

7. Me encanta estar en penumbras, pero la total oscuridad me asusta un poco.

8. Leer es uno de mis pasatiempos favoritos, junto a la gimnasia artística que ha sido mi deporte desde que puedo moverme al ritmo de la música. Por eso fui capitana de animadoras por tantos años.

9. ¡Música! Mi energía, mi motor impulsor. Amo bailar, y la música rock, rock-pop, k-pop, simplemente me fascina.

10. Mi pasión secreta, la pintura. Dibujar calma mis nervios y ansiedades, como un analgésico, o pelotita anti-estrés.

En fin, ¿qué más puedo contar?

En estos momentos estoy sentada junto a mi muy emocionada madre, en un taxi que tomamos en el aeropuerto rumbo a nuestro nuevo lugar. La casa, o debería decir mansión, del novio de mi madre, «y al parecer futuro esposo, porque si no, no nos estaríamos mudando con él. Porque entonces ella no llevaría un enorme anillo en su dedo, justo donde estaba el sencillo anillo de papá», David Cox, gran neurocirujano del mejor hospital de Chicago.

Sí, sé que te estarás preguntando: ¿cómo mi madre pudo conocer a semejante "celebridad" del mundo de la medicina? Pues te contaré el motivo de mi afición por la justicia y el causante de que mamá rehiciera su vida.

Verás, hace siete años, cuando era una niña de diez años, una muy feliz e inocente. Tenía todo lo que un niño puede desear, desde un montón de juguetes, a mi fiel compañero Señor Cariño, una casa hermosa y sencilla, hasta unos padres amorosos y atentos que me daban todo el amor que pudiera imaginar. Tenía muchos amigos con los cuales vivía las más locas travesuras, "exploradores sin fronteras", así no llamábamos. Y sacaba las mejores calificaciones en la escuela.

Mi madre era enfermera pediátrica en el hospital de Boston y mi padre policía, era el mejor en su trabajo. Atrapaba a los malos, mantenía el orden y la disciplina en las calles, era muy respetado y admirado: oficial Andrew Reeves. Mi héroe, mi Superman con una placa en la cintura, mi ejemplo a seguir.

En mi casa se respiraba armonía y pura felicidad. Los domingos siempre nos sentábamos los tres en el gran, viejo y desecho sofá rojo de la sala de estar, a ver una película que casi siempre me dejaban escoger a mí. Recuerdo que ponía la de superhéroes porque me recordaba a papá. Cuando aparecían los malos en escena me escondía debajo de su brazo para que me protegiera, y él siempre me decía con una gran sonrisa: "tranquila cariño, los malos no existen y si aparecieran, aquí está papá para protegerte". Al momento sentía paz y seguridad.

Los viernes si papá o mamá no estaban trabajando íbamos al cine o a algún restaurante y luego paseábamos por la ciudad. Nuestro lugar favorito era un parque inmenso lleno de césped muy bien cortado por donde corría descalza fingiendo que papá me perseguía para arrestarme y mamá era mi cómplice. Una enorme fuente de agua llenaba el centro donde siempre mi padre y yo arrojábamos una moneda y pedíamos un deseo. Mi deseo siempre era el mismo, que esta felicidad nunca cambiara y que todos los días pudieran ser así de bellos, eternos.

Pero lamentablemente la felicidad no dura para siempre, los malos sí que existen, y mi padre no iba a estar siempre para protegerme.

Fue el 10 de junio de 2008, dos semanas antes de mi cumpleaños, cuando ocurrió la tragedia. Según nos contó el compañero de patrulla y mejor amigo de papá, el tío Ben, habían atracado el banco que está en la calle donde justo iba pasando su auto patrulla ese día.

Al escuchar los gritos y disparos rápidamente detuvieron el auto, bajándose para ver que ocurría. Las paredes del banco eran de cristal por lo que podían observar todo lo que ocurría dentro. Así fue como se dieron cuenta de que eran cuatro atracadores con pasamontañas en las cabezas y dos pistolas, una en cada mano.

Cuando mi padre se acercó al cristal en lo que su compañero pedía refuerzos, pudo ver que uno de los atracadores se le quedaba mirando fijo. El tipo levantó el pasamontañas de su cara y mi padre pudo ver quien era.

El cabecilla de toda aquella redada era un psicópata violador de mujeres y asesino que mi padre había perseguido por años y al fin capturado. En el momento donde lo apresó el tipo le juró delante de todas las personas que formaban parte del operativo que lo iba a buscar y lo iba a matar. Luego de tres años logró escapar de prisión y desafortunadamente encontró a mi padre.

Al momento en que las miradas de ambos se encontraron, de su fea cara emergió una sonrisa escalofriante que alertó a mi padre de algo muy grave a punto de ocurrir.

Como en efecto, el tipo comenzó a disparar las pistolas a todas las personas que se encontraban reunidas en un rincón. Sin miramientos le disparó a mujeres, ancianos, niños pequeños; todos los inocentes que se encontraban refugiados allí.

Al sentir los disparos, el compañero de mi padre, corrió hacia él para alejarlo de la pared de cristal y fue en ese momento que vieron como una niña de siete años embadurnada de sangre pararse delante del cristal y comenzar a golpearlo y gritar pidiendo ayuda. Su carita roja por el esfuerzo de los gritos y sus ojitos azules llenos de lágrimas. Uno de los atracadores tomó a la niña por el cabello, la arrojó al suelo como si fuera un objeto y comenzó a golpearla sin compasión, mientras reía, mientras se divertían en medio de tal masacre.

Entonces mi padre lo perdió. Aprovechó que su compañero estaba paralizado por la escena ocurriendo delante de sus ojos y corrió hacia el banco con la idea de adentrarse en él, no esperó los refuerzos, ni escuchó los gritos de su amigo que lo llamaba, estaba cegado por la rabia y la culpabilidad. Sin pensarlo dos veces entró por las puertas del maldito banco y detrás de estas se encontraba uno de los atracadores esperando por él.

Al momento de entrar lo golpeó fuertemente en la cabeza dejándolo aturdido, aprovechó para atarle las manos a la espalda y no se pudiese defender. Lo movió hasta arrojarlo con fuerza al suelo delante de todas las víctimas tanto vivas como muertas, y entre los cuatro comenzaron a golpearlo, fuerte, sin parar, hasta que su rostro estaba lleno de sangre y tan hinchado que apenas se podían reconocer sus facciones.

Ben, al ver semejante escena corrió a las puertas, trató de abrirlas, pero estaban bloqueadas desde dentro y aunque intentó disparar al cristal, todos eran antibalas, cosa que no sabían. Entonces tuvo que mirar, impotente, como molían a golpes a su mejor amigo sin poder hacer nada, absolutamente nada. Quince minutos después llegaron los refuerzos, pero ya era demasiado tarde, casi todas las personas que estaban dentro del banco habían muerto.

Cuando los jodidos atracadores vieron la cantidad de policías y fuerzas especiales que llegaron al lugar, se dieron cuenta de que su tiempo había acabado, así que el psicópata cabecilla apuntó la pistola a la cabeza de papá y con esa maldita sonrisa escalofriante y delirante en su rostro, disparó hasta estar seguro de que estaba muerto.

Luego, los cuatro tipos apuntaron las armas a sus propias cabezas y se suicidaron delante de todos los policías, como una burla hacia ellos, al no poder atraparlos vivos y hacer justicia encerrándolos entre rejas. Pero no solo se suicidaron, sino que también llevaron con ellos la vida de muchísimas personas inocentes.

Ese acontecimiento fue visto y reconocido en el mundo entero, muchos funerales y entierros fueron realizados. Madres, hijos, abuelos, hermanos, sobrinos, lloraron las muertes de sus seres queridos.

A partir de ese día ni mi madre ni yo volvimos a ser las mismas. Mi héroe, mi Superman con una placa en la cintura, ya no estaba.

Mamá se sumergió en la tristeza, dolor y depresión. Todas las noches la veía con una botella de vino en la mano, sentada en el sofá rojo con la mirada perdida en el televisor frente a ella, reproduciendo cualquier programa basura, pero ya no éramos tres para ver una película.

Yo me concentré en la escuela y sacar las mejores calificaciones para que donde sea que mi padre estuviera se sintiera orgulloso de mí. Pero en las noches, al darme cuenta de que nunca más iba a abrir mi puerta para darme un beso antes de dormir, no podía evitar preguntarme, ahogada en sollozos que mi madre no podía escuchar:

¿Quién me recibiría con un abrazo en la salida de la escuela?

¿Quién arrojaría conmigo la moneda a la fuente?

¿Quién nos protegería a mamá y a mí?

Pues sí, los malos habían ganado.

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