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Después de todo lo ocurrido, tras las peleas y las mentiras, Daniel y Heather parecen haber empezado su vida en común sin problemas. Pero el pasado de Álvarez volverá para poner su amor a prueba. ¿Podrá Dani luchar esta vez contra sus demonios? ¿Bastará el amor que se tienen para superarlo todo?
Heather
Dicen que Sevilla tiene un color especial. Que todo en ella te envuelve de una manera increíble.
Aunque lo cierto es que yo no tengo claro si se trata de la ciudad o de él, pero desde que llegamos hasta hoy, me siento de maravilla. Feliz. Plena. Libre.
-¿Me ayudas con la brocha? -mi pidió, girando el cuello para poder mirarme. Su ceño se frunce divertido y me pone esa sonrisa de lado, esa tan característica ya en él.
Asiento, aunque no me muevo de mi sitio sentada sobre la mesa. Me tiene tan... cautivada. Y la verdad es que estaba disfrutando del espectáculo de sus músculos contrayéndose y relajándose mientras movía el rodillo arriba y abajo contra la pared.
Aparto mi mirada de la suya durante unos segundos para fijarla en el bote de pintura color crema que compramos nada más llegar y sonrío.
Esta mañana me ha despertado a las siete porque teníamos mucho que hacer, y la verdad es que no hemos hecho gran cosa desde entonces.
-¿Ahora te entran las prisas? -Dani alza una ceja-. Has tenido todo el fin de semana para pintar la puta pared.
-Cierto, pequeña -deja el rodillo sobre unos periódicos tirados de cualquier forma en el suelo y viene hacia mí como a cámara lenta-. Pero alguien, por lo que veo muy mal hablada, me ha estado distrayendo.
Introduce su mano en el interior de mi camiseta. Su camiseta. Y acaricia la parte baja de mis pechos, haciéndome suspirar.
-Eso no es verdad.
-Oh sí que lo es. Y eres demasiado tentadora como para decirte que no.
-Touché -le saco la lengua.
-Y ahora, amor, ¿me ayudas a pintar nuestra casa? -pregunta, recalcando la palabra nuestra.
Siento mariposas en el estómago por ello. Y porque todavía siga acariciándome por debajo de la camiseta con sus manos llenas de restos de pintura.
Quiero responderle, pero cuando voy a abrir la boca para decirle alguna burrada, la brocha que tengo (o más bien, tenía) a mi lado impacta contra mi mejilla, llenándola así de pintura.
Doy un salto hasta bajarme al suelo, dándole un empujón. Intenta detenerme, pero solo consigue que el pincel de la brocha vuelva a impactar contra mí, solo que esta vez mancha la camiseta.
-¡¿Qué coño haces?! -grito. Dani explota en carcajadas.
Vale. A lo mejor sí que me he vuelto un poco mal hablada.
-Creo que deberías quitarte la camiseta. Está un poco manchada por... aquí.
-Eres idiota.
Mojo una de mis manos en la pintura y la coloco después en su cuello, manchándole. También le quito la brocha de las manos y hago lo que él ha hecho conmigo: llenarle la cara de pintura.
-Eres lo peor -me juzga. Aunque sé al instante que, a pesar de que su tono sea duro, que me esté quitando la camiseta disipa su mini enfado-. Nunca vamos a terminar de arreglar esto. Lo sabes, ¿verdad?
Su voz suena ronca, y puedo notar cómo su respiración se ha vuelto más profunda.
Esta vez es él quien moja sus dedos en la pintura para acercarlos a mi cuerpo, ahora desnudo. Y cuando sobre mi estómago escribe un "TE QUIERO", así, en mayúsculas, sé que sus palabras son certeras.
Nunca vamos a terminar de arreglar el apartamento.
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Corinne dedicó tres años de su vida a su novio, pero todo fue en vano. Él no la veía más que como una pueblerina y la dejó sola en la boda para estar con su verdadero amor. Tras ser despechada, Corinne recuperó su identidad como nieta del hombre más rico de la ciudad, heredó una fortuna de mil millones de dólares y acabó llegando a lo más alto. Pero su éxito atrajo la envidia de los demás, y la gente trató constantemente de hundirla. El Sr. Hopkins, famoso por su crueldad, la animaba mientras ella se enfrentaba uno a uno a esos alborotadores. "¡Así se hace, cariño!".
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