/0/891/coverbig.jpg?v=d0afbe33d7fc1c3df9df87dcbb8c15b3)
Kahlen es una sirena, obligada a servir a Oceania atrayendo seres humanos a las acuosas tumbas con su voz, una voz mortal para cualquier humano que la escuche. Akinli es humano. Un chico amable y guapo. Él es todo lo que Kahlen jamás había soñado. Enamorarse pone a ambos en peligro, pero Kahlen no puede soportar mantenerse alejada de él. ¿Será capaz de arriesgarlo todo para seguir los latidos de su corazón?
Es curioso con lo que se queda uno, las cosas que recuerdas cuando acaba todo. Yo
aún veo los paneles de las paredes de nuestro camarote y recuerdo con precisión lo
lujosa que era la alfombra. Recuerdo el olor a agua salada que permeaba el aire y se
me pegaba a la piel, así como el sonido de la risa de mis hermanos en la otra
habitación, como si la tormenta fuera una emocionante aventura en lugar de una
pesadilla.
Más que cualquier sensación de miedo o de preocupación, en la estancia flotaba
cierta irritación. La tormenta estaba estropeando nuestros planes para la noche; no
habría baile en la cubierta superior, adiós a la ocasión de pasearme luciendo mi vestido
nuevo. Aquellas eran las cosas que me preocupaban entonces, tan insignificantes que
casi me avergüenzo de confesarlo. Pero eso era antes, cuando la realidad me parecía
casi como un cuento, porque era estupenda.
-Si el barco no deja de balancearse, no voy a tener tiempo de arreglarme el pelo
antes de la cena -se quejó mamá.
Yo la miré desde mi posición, tendida en el suelo, haciendo esfuerzos por no
vomitar. El reflejo de mi madre me recordó el póster de una película: sus rizos estaban
perfectos. Pero ella nunca se sentía satisfecha.
-Deberías levantarte del suelo -me dijo mirándome-. ¿Y si entra el servicio?
Obedecí, como siempre, y me dirigí trastabillando hasta uno de los divanes, aunque
no pensaba que aquella posición fuera necesariamente la más digna de una señorita.
Cerré los ojos, rezando para que el agua se calmara. No quería ponerme mala. Hasta
aquel último día, nuestro viaje había sido de lo más normal, un simple viaje de familia
del punto A al punto B. Ahora no me acuerdo de adónde nos dirigíamos. Lo que sí
recuerdo es que viajábamos con estilo, como siempre. Éramos una de las pocas
familias afortunadas que habían sobrevivido a la Gran Depresión con nuestra fortuna
intacta. Y a mamá le gustaba asegurarse de que la gente lo supiera. Así que estábamos
instalados en una bonita suite con grandes ventanas y personal a nuestro servicio. Me
planteé llamar a uno de los sirvientes y pedirle un cubo.
Fue entonces, entre la confusión del mareo, cuando oí algo, casi como una lejana
canción de cuna. Aquello despertó mi curiosidad y, por algún motivo, me dio sed.
Levanté la cabeza, desconcertada, y vi que mamá también se giraba hacia la ventana,
intentando localizar el sonido. Nuestras miradas se cruzaron por un momento; las dos
parecíamos querer confirmar que lo que estábamos oyendo era real. Cuando tuvimos claro que no estábamos solas, volvimos a mirar hacia la ventana y escuchamos. La
música era de una belleza embriagadora, como un himno sacro para un devoto.
Papá asomó por la puerta del baño, luciendo un nuevo apósito en el punto donde se
había cortado al intentar afeitarse durante la tormenta.
-¿Eso es la banda? -preguntó. Su voz tenía un tono tranquilo, pero sus ojos
reflejaban una desesperación inquietante.
-Puede ser. Parece que viene del exterior, ¿no? -De pronto, mamá parecía
intrigada, emocionada. Se llevó una mano a la garganta al tiempo que tragaba saliva-.
Vamos a ver.
Se levantó de un salto y cogió su suéter. Yo no daba crédito a lo que oía. Mamá
odiaba la lluvia.
-Pero, mamá... ¡Tu maquillaje! Acabas de decir...
-Oh, eso -dijo, quitándole importancia con un gesto de la mano y enfundándose
el cárdigan color marfil-. Solo será un momento. Tendré tiempo de arreglarlo cuando
volvamos.
-Yo creo que me quedo aquí -respondí.
Aquella música ejercía en mí la misma atracción que en ellos, pero el sudor frío de
mi rostro me recordó lo cerca que estaba de las arcadas. Salir del camarote no podía
ser una buena idea en mi estado. Me encogí aún más, resistiéndome a la tentación de
ponerme en pie y seguirlos.
Mamá se giró y me miró a los ojos:
-Me sentiría mejor teniéndote a mi lado -dijo con una sonrisa.
Aquellas fueron las últimas palabras que me dirigió. En el mismo momento en que
abría la boca para protestar, me encontré cruzando el camarote para seguirla. Ya no se
trataba de obedecer. Tenía que subir a cubierta. Tenía que acercarme a la canción. Si
me quedaba en el camarote, probablemente quedaría atrapada en el barco y me
hundiría con él. Entonces podría unirme a mi familia. En el cielo o en el infierno. O en
ningún sitio, si todo aquello era mentira. Pero no.
Subimos las escaleras. Por el camino se nos unieron muchísimos otros pasajeros.
Fue entonces cuando me di cuenta de que algo iba mal. Algunos de ellos corrían,
abriéndose paso entre la multitud, mientras que otros parecían sonámbulos.
Salí al exterior, sintiendo la lluvia que caía con fuerza. Nada más cruzar el umbral,
me paré a observar la escena. Con las manos apretadas contra las orejas para aislarme
de los fragorosos truenos y de la música hipnótica, intenté asimilar todo aquello. Dos
hombres pasaron corriendo a mi lado y se lanzaron por la borda sin detenerse un
momento. La tormenta no era tan grave que tuviéramos que abandonar el barco, ¿no?
Miré a mi hermano menor y lo vi saltando hacia la lluvia, como un gato salvaje que
diera zarpazos a un filete. Cuando alguien a su lado se puso a hacer lo mismo,
empezaron a darse golpes y acabaron peleándose por las gotas de agua. Di un paso
atrás y busqué con la mirada a mi hermano mediano. No lo encontré. Estaba perdido
entre la multitud que se lanzaba hacia la barandilla, desapareció antes de que pudiera
entender lo que estaba presenciando.
Luego vi a mis padres, cogidos de la mano, con la espalda contra la borda,
dejándose caer hacia atrás como si nada. Sonreían. Solté un chillido.
¿Qué estaba pasando? ¿Es que el mundo se había vuelto loco?
Una nota penetró en mi oído. Bajé las manos. Mis miedos y preocupaciones se
desvanecieron a medida que la canción iba asentándose. Tenía la impresión de que
estaría mejor en el agua, arrullada por las olas, en lugar de estar sufriendo el embate
de la lluvia. Era algo delicioso. Necesitaba bebérmelo, llenar el estómago, el corazón,
los pulmones con ello.
Con aquel deseo atravesándome y latiendo en mi interior, me acerqué a la
barandilla. Habría sido un placer llenarme de aquella música, para saciar hasta el
último rincón de mi cuerpo. Apenas me di cuenta de que trepaba a la borda. No fui
consciente de nada hasta que el impacto del agua en el rostro me devolvió la
conciencia.
Iba a morir.
«¡No! -pensé mientras me debatía para volver a la superficie- ¡No estoy
preparada! ¡Quiero vivir!»
Diecinueve años no eran suficientes. Aún me quedaban muchas comidas que
probar, muchos lugares que visitar. Esperaba que un marido y una familia. Todo ello
perdido en una fracción de segundo.
*¿De verdad?
No tenía tiempo de dudar de si realmente había oído aquella voz.
-¡Sí!
*¿Qué darías por vivir?
-¡Lo que fuera!
En un instante, algo me arrastró fuera de aquel estrépito. Era como si un brazo me
hubiera rodeado la cintura y hubiera tirado de mí con precisión, pasando entre cuerpos
y más cuerpos hasta dejarlos atrás. Enseguida me encontré tendida boca arriba,
mirando a tres chicas de una belleza inhumana.
Por un momento, todo el horror y la confusión desaparecieron. No había tormenta,
ni familia, ni miedo. Lo único que había o que habría alguna vez eran aquellos rostros perfectos. Fruncí el ceño, escrutándolos. Saqué la única conclusión que me parecía
posible.
-¿Sois ángeles? -pregunté-. ¿Estoy muerta?
La joven que estaba más cerca y que tenía los ojos del verde esmeralda de los
pendientes de mamá, así como un cabello rojo intenso que le caía a los lados del
rostro, se agachó.
-Estás bien viva -me aseguró, con un perfecto acento británico.
Me la quedé mirando, pasmada. Si seguía viva, ¿no debería sentir la sal rascándome
en la garganta y los ojos irritados por el agua? ¿No tendría que sentir la irritación en la
piel del rostro por el impacto contra el agua? Sin embargo, me sentía perfectamente,
completa. O estaba soñando, o estaba muerta. No había otra opción.
A lo lejos oía gritos. Levanté la cabeza. Por encima de las olas entreví la popa de
nuestro barco que cabeceaba de un modo surrealista.
Respiré hondo varias veces, demasiado confundida para entender cómo podía seguir
respirando, mientras oía que todos los demás se ahogaban a mi alrededor.
-¿Qué recuerdas? -me preguntó.
-La alfombra -dije meneando la cabeza. Rebusqué entre mis recuerdos, que ya
empezaban a parecerme distantes y confusos-. Y el cabello de mi madre. -La voz
se me quebró-. Luego me encontré en el agua.
-¿Pediste vivir?
-Sí -balbucí, preguntándome si podría leerme la mente o si aquello lo habría
pensado todo el mundo-. ¿Quién eres tú?
-Yo soy Marilyn -respondió ella con una voz dulce-. Esta es Aisling -añadió,
señalando a una chica rubia que me dedicó una sonrisa cálida-. Y esa es Nombeko.
Nombeko era oscura como el cielo de la noche y parecía no tener ni un pelo.
-Somos cantoras. Sirenas. Sirvientas de Oceania -explicó Marilyn-. Nosotras la
ayudamos. La... alimentamos.
Arrugué la nariz.
-¿Y qué es lo que come el océano?
Marilyn miró hacia el barco y yo seguí su mirada. Se estaba hundiendo. Ya casi no
se oía ni una voz.
Oh.
-Es nuestro deber. Y muy pronto podría ser también el tuyo. Si le dedicas tu
tiempo a ella, ella te dará vida. A partir de este día, durante los próximos cien años, no
sufrirás heridas ni enfermedades, ni envejecerás ni un día. Cuando se acabe tu tiempo,
recuperarás tu voz, tu libertad. Vivirás.
-Lo siento -balbucí-. No lo entiendo.
Las otras, detrás de ella, sonrieron, pero sus ojos tenían una mirada triste.
-No. Sería imposible que ahora lo entendieras -dijo Marilyn, que me pasó la
mano sobre el cabello empapado, tratándome ya como si fuera una de ellas-. Te
aseguro que ninguna de nosotras lo entendió en su momento. Pero lo entenderás.
Poco a poco me levanté hasta quedar completamente erguida, sorprendiéndome al
ver que estaba de pie sobre el agua. Todavía había unas cuantas personas flotando a lo
lejos, luchando contra la corriente, como si pensaran que aún podían salvarse.
-Mi madre está allí -supliqué.
Nombeko suspiró, con ojos melancólicos.
Marilyn me rodeó con un brazo, mirando hacia los restos del naufragio.
-Tienes dos opciones: puedes quedarte con nosotras, o puedes ir con tu madre -
me susurró al oído-. Irte con ella. No salvarla.
Me quedé en silencio, pensando. ¿Me estaba diciendo la verdad? ¿Podía elegir
morir?
-Has dicho que darías lo que fuera por vivir -me recordó-. Espero que fuera en
serio.
Vi en sus ojos la esperanza. No quería que me fuera. Quizá ya había visto suficiente
muerte por un día. Asentí. Me quedaría. Tiró de mí y me susurró al oído:
-Bienvenida a la hermandad de las sirenas -dijo, y de pronto me sentí arrastrada
hacia el fondo.
Una sensación fría me inundó las venas. Aunque me asustó, apenas me dolió.
Treinta y cinco chicas llegaron a Palacio. Ahora, solo quedan seis. De las treinta y cinco chicas que llegaron a Palacio para competir en la Selección, todas menos seis han sido devueltas a sus hogares. Y solo una conseguirá casarse con el príncipe Maxon y ser coronada princesa de Illéa. America todavía no está segura de hacia dónde se inclina su corazón. Cuando está con Maxon, se ve envuelta en un romance nuevo y que la deja sin aliento y ni siquiera puede imaginar estar con nadie más. Pero cuando ve a Aspen en los alrededores de Palacio, los recuerdos de la vida que planeaban tener juntos se agolpan en su memoria. El grupo de chicas que llegaron a Palacio se ha visto reducido a la Élite de seis, y cada una de ellas va a hacer todo lo posible por ganarse a Maxon. El tiempo se acaba y America tiene que tomar una decisión. Sin embargo, cuando ya cree que ha llegado a la conclusión definitiva, un suceso devastador hace que se lo vuelva a plantear todo de nuevo. Y mientras lucha por averiguar dónde está su futuro, los rebeldes violentos que quieren derrocar la monarquía se hacen cada vez más fuertes y sus planes podrían acabar con cualquier aspiración que America pudiera tener de un final feliz...
Para treinta y cinco chicas, La Selección es una oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida. La oportunidad de escapar de la vida que les ha tocado por nacer en una determinada familia. La oportunidad de que las trasladen a un mundo de trajes preciosos y joyas que no tienen precio. La oportunidad de vivir en un palacio y de competir por el corazón del guapísimo príncipe Maxon. Sin embargo, para America Singer, ser seleccionada es una pesadilla porque significa alejarse de su amor secreto, Aspen, quien pertenece a una casta inferior a la de ella; y también abandonar su hogar para pelear por una corona que no desea y vivir en un palacio que está bajo la constante amenaza de ataques violentos por parte de los rebeldes.
PARA CONSTRUIR UN NUEVO MUNDO, VIOLET DEBE DESTRUIR SU PASADO. La Sociedad de la Llave Negra está preparando su ataque contra la realeza. Violet se encuentra en medio de esta guerra, pero ella arriesga algo mucho más personal: la Duquesa del Lago tiene a su hermana Hazel como prisionera. Violet tendrá que hacer todo lo posible por regresar a la Joya para salvar la vida de su hermana y el futuro de la Ciudad Solitaria. ¿QUIÉN GANARÁ LA BATALLA FINAL?
Violet, Ash y Raven escaparon de las garras de la Duquesa del Lago, pero los soldados harán todo lo que esté en su poder para capturarlos. Los tres jóvenes dependen de Lucien y su sociedad secreta para sobrevivir. Si logran llegar con vida a la Rosa Blanca, el único sitio seguro, tal vez Violet pueda ayudar a Lucien a derrocar a la realeza.
La Joya es riqueza La Joya es belleza La Joya es realeza Pero para chicas como Violet, la Joya no es más que sumisión. Ella nació y creció en el Pantano. Durante años, la entrenaron para cumplir con un solo objetivo: servir a la realeza. Pero una realidad brutal y violenta se oculta detrás de la brillante fachada de la Joya. Allí, Violet conocerá qué tan lejos puede llegar una persona con tal de obtener poder. Y lo que es aún peor, se dará cuenta de que las vidas de las jóvenes como ella valen menos de lo que jamás imaginó. Ahora debe encontrar una manera de sobrevivir, de escapar de ese futuro para el que tanto la prepararon, antes de que sea demasiado tarde...
Lascivia. Lujuria y Deseo Las vacaciones acabaron y Rachel debe volver a su puesto como teniente en el ejército de la FEMF, encontrándose con que la central de Londres no es lo mismo. Llegó un nuevo coronel, soberbio y con una belleza que no parece humana. Hombre que no tiene ojos sino dagas de acero que la ponen entre la espada y la pared al sentirse tentada por su superior. Ella sabe que no es sano, bueno, ni correcto sencillamente porque quien incita deseos impuros es el mejor amigo de su novio; Bratt Lewis. Christopher Morgan no es solo el coronel, verdugo y dictador del ejército más importante del mundo, tambien es el terror de la mafia italiana y a futuro el arma que dañara al que predica ser su hermano. Él tenía claro a lo que iba, pero Rachel despertó tentaciones sexuales regidas por aquel pecado desconocido llamado lascivia, demostrando que en cuestiones de pasión no hay amigos, alianzas ni compromisos. Él esta casado y ella sueña con lo mismo, pero la tentación desencadenará entre ellos un torbellino de pasiones, lujurias y deseos que solo viven aquellos que se hacen llamar amantes. "Sus actitudes son las de un desalmado sin sentimientos, pero su físico... Joder, su físico me humedece las bragas." Mafias, ejércitos secretos, infieles, adicciones y engaños. ¿Complicado? No, complicado es convivir con la tentación hecha hombre.
Linsey fue abandonada por su novio, quien huyó con otra mujer el día de su boda. Furiosa, ella agarró a un desconocido al azar y declaró: "¡Casémonos!". Había actuado por impulso, pero luego se dio cuenta de que su nuevo esposo era el famoso inútil Collin. El público se rio de ella, e incluso su fugitivo ex se ofreció a reconciliarse. Pero Linsey se burló de él. "¡Mi esposo y yo estamos muy enamorados!". Aunque todos pensaron que deliraba. Entonces se reveló que Collin era el hombre más rico del mundo. Delante de todos, se arrodilló y levantó un impresionante anillo de diamantes mientras declaraba: "Estoy deseando que sea para siempre, cariño".
Carolina Navarro fue obligada por su padre a casarse con un hombre desfigurado para salvar a su familia de la ruina. Maximo Castillo tenía todo lo que cualquiera deseaba, hasta que un accidente aéreo destruyó su cuerpo, su alma y su relación, haciendo su vida desesperada. Sin embargo, independientemente de eso, todavía necesitaba una esposa y un heredero. ¿Podría funcionar un matrimonio entre estas dos personas? ¿Sería solo un matrimonio de conveniencia o crecería el amor entre dos almas heridas?
Paola Fischer vive un matrimonio aparentemente feliz hasta el día en que, al regresar a casa, encuentra a su esposo, Lucas Hotman, en la cama con su secretaria, Rose Evans. La traición la deja destrozada, y, sin saber cómo enfrentar el dolor, se marcha de su hogar. Esa noche, en un bar, conoce a un enigmático desconocido que le ofrece una compañía inesperada. Buscando escapar de su desilusión, Paola se entrega a una noche de pasión con él, dejando que el dolor de su traición se diluya en la intimidad. Al día siguiente, trata de seguir adelante, pero pronto se enfrenta a una sorpresa que cambia el curso de su vida: está embarazada, y el padre no es Lucas, sino aquel hombre al que apenas conoció.
Ibiza fue invitada a un evento importante de la empresa para la que trabaja y allí se encontró con una desafortunada situación. Sin que se dieran cuenta le suministraron un fuerte afrodisiaco, el cual la hizo pasar la noche con un hombre supuestamente desconocido. Sin embargo, aquel hombre resultó ser uno de los hijos de su jefe, pero todo se tornó complicado cuando producto de esa noche ella quedó embarazada. ¿Qué sucederá cuando un padre rechace a su bebé sin haber nacido y encima de eso pretende que lo aborten? Esa es una buena pregunta si resulta que años después regresas en busca de perdón para enmendar el error que jamás debió de haber sucedido.
A veces el amor aparece de la manera más inesperada y en la forma de la persona menos pensada. Para Daniel, la vida a sus 40 años es una rutina entre sus tres hijos y su cargo de CEO de la empresa familiar. El fallecimiento de su esposa lo deja inmerso en la tristeza; creando, con el correr de los años, una coraza fría a su alrededor. Deanna tiene una vida normal, trabaja medio tiempo y estudia en la Universidad de Artes porque quiere lograr su sueño: cantar en la ópera. Solo le falta un año para terminar su carrera cuando su amigo Harry le pide ayuda desesperado. Una antigua regla familiar le impide casarse con su novia, la cual está embarazada. Para hacerlo, Daniel, su hermano, debe casarse primero. Para ayudarlo con su problema Daniel y Deanna acceden a fingir una relación y un matrimonio. Son tan opuestos que la atracción es inevitable. Él encuentra en ella la calidez que faltaba en su vida y Deanna el amor luego de una ruptura desastrosa. Finalmente, Daniel puede volver a tener una familia. Pero hay muchos intereses ocultos que buscan separarlos y alejarlos. El viaje es difícil, deben enfrentarse no solo a terceros que les complicaran las cosas, sino también a sus propios miedos e inseguridades. No es sencillo equilibrar 15 años de diferencia. Pero el corazón tiene razones que la misma razón nunca entenderá.