"Los amigos con beneficios olvidan que deben pagar intereses en el banco de los sentimientos. Billy Anne quiere salir de la sombra de su apellido y trazar su propio camino. Para ella, la vida adulta es algo nuevo, pero acepta el desafío con gusto. Su familia le ha enseñado que nada es imposible. Por otro lado, Jaden Ridsley es un exjugador de fútbol americano que ama las fiestas y espera que el éxito y la estabilidad mental le caigan del cielo tras haber tenido una vida muy dura. Cuando estos opuestos terminan atados en el trabajo y, también bajo el mismo techo, la reacción química de su atracción se vuelve imparable. Mientras se desdibujan los límites de su relación, las inseguridades tienen luz verde para avanzar y provocar un choque de secretos en una calle llamada Destino. Un juego terminado ofrece la posibilidad de empezar uno nuevo, pero... ¿Puede un final romperte para siempre? "
Billy Anne
-¡Billy Anne Beasley Shepard! -grita el horrorizado anciano al tomar algo que sobresale de un bolso en el baúl del Jeep.
Mataré a Tyra, es oficial.
-No es lo que parece, abuelo. -Mis neuronas tejen una mentira mientras reacomodo la caja de mudanza entre mis manos-. Es... es la nueva batidora eléctrica PFG 500, multiuso, y con pilas recargables al sol para ir de camping.
No sé qué es lo que acabo de inventar. Sin embargo, Shepard arquea una ceja con auténtico interés. Supongo que juega a mi favor ser honesta la mayor parte del tiempo dado que ahora me cree sin dudar.
-A mí me parece un consola... -interviene Ciro, pero se queda sin aire cuando lo interrumpo al estampar la caja contra su pecho. La toma con una maldición y alzo la cabeza para dispararle una advertencia con los ojos-. Un consuelo para sus manos, coach. Ya no necesitará batir la salsa a mano -corrige.
Bill escudriña el artefacto y lo sacude de un lado al otro. Por suerte sus anteojos están en el auto y no es capaz de ver la diferencia entre un juguete sexual y un electrodoméstico.
-No se necesita una batidora para hacer salsa, estúpido Hyland.
Se nota que no heredaste el cerebro de tu madre.
-No, de ella heredé la belleza -informa el rubio con una sonrisa engreída antes de desaparecer dentro del edificio.
El entrenador, como insiste en que lo llamen a pesar de estar retirado, no es muy fan de los que se apellidan Hyland.
Le quito la tecnología de autoplacer para guardarla lejos de los ojos curiosos que transitan la calle. No quiero que se pregunten por qué un hombre de setenta y dos años usa un consolador a modo de maraca mexicana.
-Todavía no puedo creer que mamá y papá hayan aceptado esta clase de humillación para la única descendencia directa que dejarán en el planeta. -Me doblo por la cintura y tomo la última caja-. No es normal compartir piso con una compañera de veintitrés y tu abuelo. Es perturbador.
Me echo el bolso al hombro y lanzo la supuesta batidora a la caja.
-Solo serán tres meses. Deja de quejarte antes de que te haga correr para que conozcas el vecindario. Sabes que no soy tan anciano,
¿verdad? Si pude cargar con más de dos equipos y cuatro generaciones de zopencos en mis días como entrenador, puedo con un bolso y la PFG 500, multiuso, y con pilas recargables al sol para ir de camping, la cual quiero quedarme, por cierto. Haré pasteles.
Tyra tendrá más de un funeral por esto y me aseguraré de que haya la suficiente cantidad de donas como para que lamente no estar viva.
-Tu columbra vertebral con más de siete décadas de existencia no dice lo mismo.
Salto para alcanzar la puerta del maletero del Jeep. Me lleva unos dos intentos cerrarla mientras sostengo las cosas apretadas contra mi pecho con el brazo derecho.
Heredé muchas cosas de mis padres como, por ejemplo, mi cabello. Mi madre es castaña y mi padre rubio, y como si hubieran puesto sus cabezas dentro de una licuadora, terminé con lo que parece una peluca multicolor con más de cinco tonalidades diferentes. También tengo los rasgos faciales de Kansas Shepard y el IQ de Malcom Beasley.
Pero no tengo la altura de ninguno. Soy una especie de liliputiense de dieciocho años, con mis cinco pies de estatura.
-Acompañé a mis dos hijas, tanto a Kansas como a Zoe, en sus primeros años de universidad, así que no te librarás de mí tan fácil, cariño. -Deposita un burlesco beso en mi sien antes de añadir-: Por cierto, átate los cordones antes de que caigas sobre tu ya sabes qué.
-Pero ya me gradué de la universidad, voy a empezar a trabajar como un adulto real -objeto-. ¿Lo recuerdas o tu memoria comenzó con los cortocircuitos?
Bufa mientras caminamos hacia la entrada.
-Cortocircuito, mi trasero. Mi memoria funciona tan bien como las articulaciones de mi pie en caso de que me vea obligado a metérselo a alguien en su retaguardia.
-¿Qué hablamos sobre espantar a los posibles amigos y compañeros de mi recién empezada vida adulta usando tu extremidad como bate de béisbol, abuelo?
Levanta las manos con inocencia:
-No firmé ningún contrato. Niego con la cabeza.
Puedes alejar los traseros del pie de Bill Shepard pero no al pie de Bill Shepard de los traseros.
No estoy muy conforme con la idea de que él deba mudarse conmigo. En primer lugar, porque otra persona, en este caso una tal Ibeth Ridsley, tendrá que sufrir las consecuencias y, en segundo lugar, porque todo lo que quería era independizarme.
Supongo que estas son las consecuencias de tener un cerebro que va a toda velocidad. No es que me esté regodeando, pero tuve la suerte
-o la perdición- de que mis neuronas cooperaran antes de tiempo respecto a cualquier cosa. Salté del kínder al preescolar y luego de unos pocos años empecé la preparatoria, la cual terminé tan rápido como para adentrarme a la universidad con quince años y hacer la carrera de periodismo en tiempo récord.
Mis padres estaban orgullosos, aunque también aterrados. Creyeron que me costaría adaptarme al ritmo de una vida adulta y conseguir un trabajo. Como tenía planeado mudarme a otra ciudad, pensaron que necesitaría a alguien que me acompañara hasta que las cosas se estabilizaran. Tengo a mis mejores amigos, Tyra y Ciro, quienes asisten a la Kordell Central University, pero eso no fue suficiente.
El abuelo, desde que se retiró, quiso comenzar a recorrer el mundo con la abuela Anneley. Sin embargo, con su lado sobreprotector y entrometido a la vista, estuvo más que de acuerdo con mis padres, y fue el primero en ofrecerse a ser mi chaperón temporal.
Su esposa visitará durante estos tres meses de primavera a sus nietos en California, los hijos de Sierra Montgomery y Logan Mercury, mientras él me seguirá como Scooby-Doo y Shaggy tras una scooby-galleta.
Para el comienzo del verano, se hará una fiesta de despedida antes de que la pareja emprenda su viaje. Mientras tanto, debo sobrevivir a la sobrealimentación con pasta del abuelo y a su problema de gases, que...
Ahogo un grito cuando me piso los cordones y tropiezo hacia adelante. Hago el desesperado intento de no perder el equilibrio... y me comienzo a caer con la caja, pero un sujeto lo suficientemente rápido me la quita.
Y voy de cara al piso.
«Gracias por nada, desconocido».
Llego a poner las manos para que el impacto no desfigure mi rostro, pero de todas formas mi nariz hace contacto con la losa y mis codos al desnudo se raspan. Un ardor se extiende por mis brazos y, si tuviera abdominales, tal vez la colisión contra mi estómago no dolería, pero como soy partidaria de las hamburguesas, eso no pasa. Mis rodillas también se llevan una buena parte del golpe; estoy segura de que si tuvieran mente y cuerpo propio irían a denunciarme ante un juzgado por maltratarlas desde que nací.
Mi dedo pequeño del pie también las acompañaría a pesar de no estar involucrado con este incidente.
-¡Te dije que te ataras los cordones, Billy Anne! -grita el abuelo desde atrás.
Detesto que me llame así. Si lo dice otra vez, será mi pie el que se incruste en su prehistórico trasero, aunque si no pude evitar que me diga Billy Anne en los 219 meses de vida que llevo, no lo lograré ahora.
Fui víctima de los problemas incluso antes de nacer. El obstetra de mi madre, quien ya estaba cerca de su jubilación, les dijo a mis padres que era un niño. Ahora es claro que ese médico no veía ni un león de Katanga dentro de un vaso de agua.
Todo el mundo creyó que vendría con un pequeño pene al mundo, pero no fue así. Cuando nací y mi tía Zoella fue a conocerme junto al abuelo, pensaron que era un varón envuelto en una manta. Le dijeron a ella que querían que escogiera mi nombre y de su boca salió Billy en honor al viejo Shepard. Mis padres no se opusieron. Sin embargo, cuando tía Zoe fue a cambiar mi primer pañal, notó que no había dos canicas colgando al sur de mi cuerpo. Ella dijo que no podría llamarme Billy cuando era una niña, así que votó por Anne.
Al entrenador no le gustó ni un poco el cambio, por lo que llegaron a un consenso y desde entonces tengo un nombre compuesto: la jodida Billy Anne.
Utilizo tal adjetivo porque ahora estoy sobre mis manos y mis rodillas, con la cabeza levantada hacia el extraño que decidió salvar una caja antes que a otro ser de su misma especie. Esto es humillante a nivel espacial, con agujeros negros, planetas y el elenco completo de Star Wars incluido.
-Estoy acostumbrado a que me veneren, pero ninguna chica había sido así de literal antes. -Su sonrisa es ladeada y traviesa.
Lo miro un segundo más desde mis cuatro patas -si hablamos en términos caninos-, hasta que reacciono y en un parpadeo vuelvo a estar en posición vertical. Me agacho para recoger el bolso y regresarlo a mi hombro antes de sacudir mis manos para quitarme los restos de tierra.
-Fingiré que no acabo de oír el comentario más arrogante del año y que no decidiste salvar de una caída a un cuadrado de cartón en lugar de a mí.
Le quito la caja de las manos. Excepto que no puedo.
Intento tirar de ella, pero este moreno de genética indudablemente buena y un ego en potencia no la deja ir. La retiene y ambos nos vemos enfrentados por sostenerla.
Debo estirar el cuello para verlo en su totalidad sobre la caja. Es altísimo, más que mi padre. Su cabello está desordenado, brillante y aparenta ser sedoso, lo que me obliga a morderme la lengua para no preguntarle qué champú usa porque el mío es desastroso. Sus cejas naturales son más bonitas que las mías y acentúan un par de ojos cafés que destellan con picardía.
Entonces su mirada se desvía de la mía y cae en la caja.
Mis ojos se amplían y el rubor intenta prender fuego mis mejillas por el consolador. Pensamientos violentos se arremolinan en mi cabeza al recordar a Tyra. Me aseguraré de que sea la última Timberg que haya pisado la Tierra cuando regrese de su cita semanal.
La sonrisa del extraño crece en proporciones épicas.
-Es bueno saber que algunas chicas saben entretenerse a sí mismas -reflexiona.
Admito que tiene la voz ideal para usar en un comercial de condones. Creo que le compraría todos los sabores y texturas.
-Mi nieta no disfruta de la PFG 500 -se entromete el abuelo. Las cejas del extraño se disparan hacia arriba cuando Bill se acerca, mete la mano en la caja y saca el artefacto-. Yo le daré mucho más uso. A mí me encantan este tipo de cosas. -Señala con el consolador al chico y luego a mí-. No estoy muy viejo, sé usar esto en contra de tu creencia sobre que no manejo la tecnología actual.
¿Por qué se me ocurrió decirle que era una batidora eléctrica?
Mis ojos se deslizan del rostro del vejestorio al del moreno, quien aprieta los labios con educación para evitar lanzar una carcajada. Aprovecho el momento y le quito la caja. Sus manos quedan suspendidas en el aire y aclaro mi garganta:
-¿Saben qué? Creo que fue suficiente sociabilización por un día.
-Como tengo los brazos ocupados, giro y pego mi espalda a la del abuelo para guiarlo dentro del edificio-. Las cosas no se desempacan solas y todavía tenemos que conocer a la desgraciada que tendrá que vivir con nosotros.
Bill sacude el objeto como si fuera una bandera en el Día de la Independencia para despedirse del desconocido. Logro hacerlo atravesar el umbral al mismo tiempo en que Ciro sale del elevador. Le hago un ademán con el mentón para que regrese a su lugar; él retrocede, sigiloso, como en las películas de espías que le gustan, y sostiene las puertas para esperarnos.
-¡Hey! -llama el extraño desde la acera, y me vuelvo hacia él.
-¿Sí?
-Espero que tu abuelo se divierta con la PFG 500. -Tose para disimular la risa y esconde las manos en los bolsillos de sus jeans .
Corro hacia el ascensor en el intento de escapar de mi vergüenza.
-Me encontré con ese tipo aquí mismo -comenta Ciro al tomar con gentileza la caja de mis manos mientras los tres ascendemos tras presionar el botón-. Creo que vive en el mismo piso que vivirás tú, ¿acaso te molestó, Annie?
Con un suspiro me cruzo de brazos, cierro los ojos y apoyo la frente en su hombro. Bueno, no en su hombro, porque no llego, pero sí en su brazo.
-No, pero por alguna extraña razón siento que en algún momento lo hará.
-En ese caso, no dudes en avisarme. Podría darle una advertencia verbal y Tyra... -chequea su reloj para asegurarse de que todavía no debe recogerla- se encargaría de la física. Ya sabes que es bastante agresiva cuando quiere.
-Me sorprende que a veces uses el cerebro como algo más que un mero objeto decorativo que tienes ahí adentro, Hyland -reconoce Bill antes de levantar el consolador-. En fin, si ese sujeto te molesta, me lo dices de inmediato. Le meteré mi batidora por el trasero.
A diferencia del extraño, Ciro ríe sin piedad. Su cuerpo entero tiembla de gracia y me aparto cuando el abuelo empieza a preguntarle qué es tan gracioso.
Miro las puertas del elevador y reprimo una sonrisa. Es hora de conocer a Ibeth Ridsley.
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