La determinación y el coraje no serían suficientes para liberar a Áymé de ese matrimonio. La única heredera de la compañía multimillonaria, pronto a la quiebra, estaba obligada a casarse con el hombre más frío de la sociedad y fingir ser la pareja perfecta por el lapso de un año para salvar la empresa que con tanto esfuerzo le costó construir a su familia. Por su parte, los padres de Leon Montenegro le debían un favor a la familia de ella y que mejor gesto de agradecimiento que ayudarlos a levantar nuevamente su imperio, uniendo en matrimonio a sus herederos. ¿Pero qué pasará cuando comiencen a sentir sentimientos por el otro? ¿Cuándo los celos los vuelvan loco? ¿Hasta dónde son capaces de fingir para no aceptar que se han enamorado el uno del otro?
El matrimonio no es una aventura, mucho menos un "disparo en la oscuridad", el matrimonio es más bien un proyecto de vida serio entre dos personas. Esto es lo que Ayme creció sabiendo, según ella, que la unión entre un hombre y una mujer debe ser fuerte y los sentimientos recíprocos casi palpables alrededor de ambos.
-Tal vez una sonrisa mejoraría... - Saly todavía insistía en mejorar a su amiga.
Al ver que desde lejos Ayme estaba completamente infeliz, a punto de casarse con el hombre más frío de la sociedad. Ni siquiera vio al niño sonreír una vez, se sintió triste por el amigo que siempre veía sonreír.
- Nada mejorará. - Ayme respondió con un suspiro lento.
Se había mirado en ese enorme espejo durante horas y no le importaba cómo iba a caminar por esa alfombra roja, si su maquillaje la hacía lucir más bonita para la ocasión, si los mechones de su cabello estaban en los lugares correctos, a Ayme no le importaba nada. Estaba segura de que a su futuro marido tampoco le importaba poco, ya que su unión era de puro interés por parte de sus padres.
Bien arreglada con un largo vestido rojo llegó la madre de Ayme. - Déjanos en paz Saly.
Su amiga se alejó rápidamente, salió del camerino después de una reverencia y cerró la puerta detrás de ella. Saly siempre temió a la madre de su amiga, una mujer con una postura rígida y casi siempre de mal humor, evitaba encontrarse con ella y cuando las ocasiones la obligaban, hacía todo lo posible para intercambiar menos de dos palabras con ella.
-No quiero hablar, mamá -dijo Ayme de pie.
Echó el dobladillo de su vestido hacia atrás y miró a su madre con la misma expresión que la ha estado dirigiendo durante una semana.
-¡Deja de actuar inmadura! - Su madre pronunció las palabras que contenían la altura de su voz, no quería llamar la atención de las personas que corrían por el pasillo para terminar los preparativos de último minuto. "No somos cualquier familia Ayme, ¡eres un Bustamante!" Debe lidiar con el peso del nombre.
Cansa de escuchar las mismas cosas, dejó escapar una sonrisa de sus labios.
-¿Lidiar con el peso del nombre de la madre? -preguntó desacreditada. Su madre seguía insistiendo en esta tontería que apenas entendía. -¿Casarse contra mi voluntad está lidiando con el peso nuestro apellido?
-¡Necesitamos esta unión Ayme! -La mayor dio un paso adelante perdiendo algo de su paciencia.
-¿Por qué? - La novia abrió los brazos con curiosidad. -¿Tienes miedo de perder tu valioso dinero? ¡No necesitamos dinero!
-Realmente no entiendes. - Su madre hablaba entre una sonrisa indignada. - Naciste en una cuna de oro, no tienes idea de lo que es empacar tu propia ropa, ¡no sabes hacer nada! Has nacido y vivido con personas que hacían todo por ti, ¿realmente crees que podrás vivir como estas personas que trabajan toda su vida y aún no tienen nada?
Ayme cerró los ojos y tiró del aire lentamente, estaba cansada de ver a su madre degradar los esfuerzos de otras personas. Cansada de verla actuar como una emperatriz que lo gobernaba todo.
-¡Te vas a casar y punto! Montenegro León es el marido ideal. - Su madre habló hacia el tocador, agarró un lápiz labial rojo de allí y reforzó el suyo que ya brillaba en sus labios. - Tenemos suerte de que su padre nos deba, de lo contrario ni siquiera lo tendríamos.
Qué tontería. Eso era en lo que Ayme solo podía pensar, no se veía casada con León, intercambiaron palabras durante esta semana y no fueron las mejores. ¿Cómo iba a poder mantener este matrimonio sin al menos sentir algo de afecto por el marrón?
-¡Señorita Bustamante! - Dos golpes en la puerta llamaron su atención.
Su madre abandonó el lápiz labial encima del tocador y alisó la tela de su falda.
-En unos minutos serás una Montenegro -habló sin mirarlo. - No lo arruines.
Caminó erguido hacia la puerta y la abrió dando una vista a una mujer, ella mantuvo la cabeza gacha y las manos juntas frente a su cuerpo, no tuvo el coraje de enfrentar a la mujer elegante y molestarla con una sola mirada.
"El Sr. Bustamante espera a su hija. - Habló en voz baja. - El novio ya ha entrado.
Ayme sintió que su pecho se cerraba por completo, estaba a punto de casarse y no podía mantener ni siquiera una sonrisa en su rostro. Una vez soñó con el día en que entraría a la iglesia vestida de blanco sosteniendo el brazo de su padre y sonreiría a la persona que lo esperaba frente a él, pero nunca imaginó que este día sería todo lo contrario de lo que deseaba.
-Ve Ayme, y no me decepciones. - Su madre habló mientras le abría el camino para entrar por la puerta y encontrarse con su infelicidad.
No había otra opción, Ayme buscó desesperadamente salidas durante esta semana y estaba decepcionada por cada fracaso que tenía. Ese sería su destino y tendría que aceptarlo, le gustara o no. Respiró hondo, se levantó la pesada falda y salió por la puerta.
Su padre la estaba esperando en la puerta de la iglesia, Ayme vio entrar a sus damas de honor y ni siquiera sabía los nombres de todos. Saly fue la única con la que habló y eso fue suficiente para hacerla menos desesperada.
-Se ve hermosa querida. - Su viejo padre sonrió dulcemente.
-¿En serio? -preguntó abatida y con total indiferencia respondió - Lástima.
Vio de un vistazo lo mismo bajando la cabeza, sabía cuánto estaba haciendo infeliz a su única hija, pero no tenía nada que pudiera hacer para salvar su compañía.
-Sé que eres infeliz hija... - Trató de consolar de alguna manera a su hija, pero en el fondo sabía que sería imposible, ella estaba allí en contra de su voluntad y sabía que nunca sería perdonada por ello.
- No, no lo sabes. - Ayme habló fríamente, solo estaba esperando que la marcha nupcial comenzara y terminara pronto con eso, tal vez el ayuno sea lo menos doloroso.
Antes de que su padre pudiera volver a intentar algo que la hiciera menos triste, el sonido del piano resonó dentro de la iglesia y las puertas crujieron cuando se abrieron. Lo último que hizo antes de dar el primer paso fue cerrar los ojos, Ayme sabía que era para ayudar económicamente a su familia, pero no podía entender cómo sus propios padres no podían ver cuánto estaba destrozado su corazón.
Sintió que el antebrazo de su padre tiraba ligeramente de su cuerpo y tan pronto como abrió los ojos, vio a su futuro esposo esperándola ...
Y ni siquiera la miró.
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