IPE EDUAR
L TRONO DE
ño d
informe de la conveniencia de otra opinión en el caso. ¡No desistiremos! ¡Lo intentaremos todo madre!. ¡No dejaremos que el Rey muera sin haber agotado to
nte a estas alturas sacarlo de este palacio- ahoga la frase y hace un leve y sofisticado ademán por detenerme junto a ella- Espera Eduard..., él no es solo el Rey... No lo llames así..., también es tu padre... A veces me da la impresión de que has olvidado los sentimientos h
Suelto un suspiro intento parecer afable - Lo sé mamá- admito. - Soy consiente que es mi padre y por respeto a eso, madre, es que estoy dispuesto a hacer todo lo necesario para mantenerlo con vida aunqu
erceptible con los labios. Los últimos años no han sido generosos con su belleza. Mi madre también suf
ncos y tomo una de su
adre cobijarían las mías. Ahora soy yo quien a
- susurro en su regazo-. Más tratare de l
e es imposible sentir. Guardo silencio pensando responder algo, más las palabras mueren en mi
ar el estado de mi padre. Salgo de la habitación real , a la que tantas veces fui buscando refugio cuando era niño. L
a mucho por delante aún, hasta que se acaben mis fuerzas diarias, y sol
Condil es un muchacho de unos veintisiete años, pero
s que me descubrí enfermo y desahuciado la libere de su trabajo conmigo. Al igual que a todas las mujeres que traba
dor y saber que nunca más podría disfrutar el sexo o s
esculpido que me cargo... las atraía como abejas a la miel. No podía caer en trampas de seducción, menos si eso significaba
ere. Me hace cada vez más falta aunque nunca me permita volver a estrechar a una mujer entre mis brazos. Fui un joven candente, que tuvo sexo a montones y jamás me imaginé t
lescente. Por eso evito las tentaciones. ¡Dios! Me duelen las erecciones con que me levanto a mitad de la madrugada. Ya las
eza. Cada vez se me torna más difícil controlar lo q
ntal convulso. Entramos en mi despacho y qu