í la cabeza y luego me froté la frente. Me dolía la cabeza. No iba a hundirme en estos pensamientos irracionales. No había nada malo. Bueno, eso esperaba. Habíamos reservado en un lujoso restaurante
la espalda al darme cuenta de que algo iba mal. - ¡Jamie! - llamó mi madre primero. - Cariño, ven con nosotros. - Miré primero a mi madre, parecía emocionada de verle, pero su sonrisa era extraña. Casi robótica. La miré extrañado y luego me di la vuelta, también sorprendido por su presencia. Habíamos roto hacía unas semanas, bueno, yo sí. En fin, hacía tiempo que no hablábamos. Ni siquiera tiene red social y yo no conozco a ninguno de sus amigos o familiares. Jamie siempre ha sido muy discreto, callado, observador. Esto no me irritaba, pero me hacía sentir un poco incómoda. Algo en mi alma temblaba cuando él estaba cerca, y no de un modo positivo. No sé, era algo que llevaba consigo. Como su pelo o algo así. No era su culpa, era quien era. Jamie, llevaba consigo ese tipo de energía furiosa apenas contenida, era tan densa que cuando caminaba la gente parecía inclinarse al instante. Como si fuera un maldito dios. Lo que sabía era que los hombres con esa energía en algún momento se queman. - ¡Jamie! - exclamé. - Qué sorpresa, ¿qué haces aquí? - Mis cejas rojas se alzaron, disimulando a duras penas mi asomb
te. Apenas podía disimular su antipatía por Jamie. Mientras, mi madre y yo intentábamos manejar la situación lo más educadamente posible. - ¿Cuándo piensas irte de la ciudad, Jamie? - preguntó mi madre, de nuevo con esa sonrisa tensa en la cara. - No tengo intención de perder mucho más tiempo. - dijo en voz baja. No me había dado cuenta de que se iba. - De hecho, llevaba mucho tiempo queriendo irme de la ciudad. - Dio un sorbo a su vino y carraspeó. - Cuando vine a vivir a la ciudad, vine pensando que me quedaría poco tiempo, pero acabé cambiando de planes porque ocurrieron algunas cosas. - ¿Qué tipo de cosas? - No sé por qué pregunté. Pero mi pregunta quedó flotando en el aire como algo inconveniente. - ¡Oh, mira! El postre. - advirtió mi madre, con la alegría de una niña. Y parpadeó nerviosa en mi dirección. ¿Qué carajo? ¿Han bautizado la bebida de mi madre? - Espera -Jamie se aclaró la garganta. Y se pasó la mano por su perfecto smoking azul marino. - Bueno, antes de comer el postre, tengo que hacer un brindis. - Jamie se levanto con su copa, atrayendo la atencion de todo el restaurante. - Por la mujer más magnífica, hermosa y extraordinaria que conozco. Nos levantamos y brindamos al unísono. - ¡Por Alice! - ¡Un momento! - dijo Jamie antes de sentarse-. - A