ant
antalón. Se apoyó en el coche para cogerlo. Al ver la pantalla, se sobresaltó un poco, ya que era alguien qu
al otro lado, interrumpida por sollozos y pareciendo estar llora
ha ocurrido? Es
línea, respiró hondo y cont
e la mañana y te necesitamos aquí. Eres nuestra única familia. Mi madre está destro
or su prima, con la que no tenía mucho contacto, pero que era su única familia. S
a ayudarte en lo que necesites, ¿vale? Voy a ver si consigo ent
ía que renunciar a todo lo que había conseguido para ayudar a su única familia. No podía dejarlos así, t
tard
a. Navegando por las páginas web, encontró un billete que, aunque no era muy barato, costaba poco más de seiscientos reales y tenía una duración de vuelo de aproximadamente una hora. Como sus finanzas esta
casa con cara triste. Tendría que marcharse a otra ciudad, pero se prometió a sí misma q
nminente mudanza, ya que se sentía
más ta
os ojos y controló su corazón. Dio gracias a Dios porque todo hubiera salido bien antes de subir al avión. En aproximadamente un
, aunque sabía que estarían tristes. Samantha
tard
salir del aeropuerto. Recorrió las calles en busca del barrio donde vivía su p
aso, arrastrando su equipaje con un poco de estrépito, y los ojos de su prima se encontraron finalmente con los suyo
taba a punto de recoge
y juntas se dirigieron a la h
orar. Samantha intentó consolarla, pero su tía siguió llorando en sus brazos. Sama
la madr
dormida y se levantó con cuidado de la cama que le habían preparado. Se puso las zapatillas y caminó despacio hasta la cocina,
sobre todo en Río de Janeiro, como ya le había advertido su primo. D
ones de chándal. Llevaba una chaqueta gris y sintió el ligero frío del aire. Sonrió y caminó por las calles del barrio, manteniéndose
a un hombre que salía de un coche a toda velocidad. Saltó del coche casi al instante, ileso. Samantha se llevó la
o corriendo, a
stada, y el hombre, mirándola a los ojos, dejó de correr. No había nadie más, solo ellos dos. Miró al hombre más de cerca y se di
correr. Quédate qu
. Samantha era hermosa, con el pelo castaño que le caía por debajo de los hombros, ojos castaños claros, un perfume d
r su físico musculoso y sus tatuajes. Tenía los pantalones sucios y el pelo revuelto de tanto correr, pero recogido en
cuentas a nadie lo que ha pa
, se dejó arrastrar por aquel hombre fuerte, sin saber quién era ni por qué lo hacía. Lo que no sabía