banda y su mochila colgada del hombro. - Es real, Isabelle, como en los libros, incluso tartamudeé cuando me preguntó mi nom
hecho hacía cinco años, y consideró que una mujer que calzaba botas vaqueras no era una mujer cualquiera, tenía fibra, era del campo, trabajaba mucho. Bueno, así era como funcionaba su mente cuando se sentía completamente jodida. Juntó todas las fuerzas de su ser y empujó el bendito carro, notando que lo peor era el apalancamiento inicial, entonces solo debía no pensar en la pesada carga que estaban sufriendo sus brazos. Luego todo empezó a ir mal cuando llegó a la carretera. El tráfico había aumentado, un vehículo tras otro adelantaba a los camiones cargados que avanzaban lentamente por la carretera. Tuvo que detenerse al costado de la carretera. Aprovechó para descansar los brazos y secarse la frente. Antes de que le invadiera la autocompasión, volvió a agarrar las dos manijas y levantó el carrito, esperando que se redujera el movimiento de los vehículos que cruzaban la calle. Un coche se detuvo. La mujer al volante le indicó que cruzara la calle. Le agradeció con una sonrisa y empujó la carretilla con gran dificultad, ya que el asfalto no era ni liso ni nuevo y el peso de la carga exigía fuerza muscular en sus brazos. Tal vez era cansancio o rencor contra su madrastra por hacerla cargar todo ese peso y encima andar con carga robada, sustraída o de contrabando, en otras palabras, se sentía como una delincuente a punto de ser atrapada por el policía de Albuquerque. , lo que la dejó con los nervios de punta. Y aún quedaba el sol quemándole la espalda, la sed, el sudor goteando por su cuero cabelludo y la vergüenza de detener una fila de vehículos para cruzar la calle empujando una carretilla vieja y oxidada y, por Dios, esperaba que no, pero tal vez el El neumático estaba pinchado. ¡Esa cosa no podría pesar tanto! Fue entonces cuando las cosas empeoraron. Pisó en falso o tropezó, no sabía muy bien lo que pasó, pero de repente se encontró de rodillas sobre el asfalto, frente al auto de la mujer que tenía una camioneta y varios autos populares detrás. En cuanto dobló las rodillas, se llevó consigo las manijas que inclinaron el carro hacia un lado, derribando parte de la mercancía. Se puso de pie en poco tiempo, incluso con las rodillas desolladas sangrando y trató de levantar las bolsas de azúcar del suelo. Temblaba de pies a cabeza, nerviosa, escuchando los impacientes motores rugiendo a unos metros de distancia y también alguna que otra bocina. No pude lograr armar todo rápidamente. Sus brazos se sentían débiles por el esfuerzo r