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a del restaurante y le pedí al mesonero (quien increíblemente me reconoció) que no le dijera que yo hab
ergía que provocaba en ella tras varias copas. Entonces decidí enviarle un poco de ese amado líquido, para nada reluciente y para nada a
en donde la conocí. No lo pude creer a la primera. La Napolitana era un lugar exclusivo, pero no tanto para agendar
ntrarme bastante alejado. Ella en la delantera y yo detr
erré los ojos por un instante. Miré hacia aquella mesa y m
no de aquel, quien agregó unas palmadas en mi brazo op
días vi a tu prima en el banco.
on casi sesenta años de edad para quien trabajé una vez-. También está
e le envíe un presente de bodas. Tu prima ha sido
presa, prometo no decirle. -Me r
andas aho
objetivo principal de la noche esperaba por mí y
ndez, si me
de nuevo-. Visítame en la oficina. Tengo alguien que me asiste con las cuenta
nara hacia su mesa -la cual ya tenía personas alrededor-, y me dirigí hacia la de ella... ¡En donde no había nadie
bérmela llevado a la cama y proponerle un nuevo encuentro en ese
ionista el número personal de mi cita. La cajera solía encajar facturitas en un objeto punzante con un montón de dígitos telefónicos anotados allí, dat
pedí al mesonero que le dijera
n su mesa, señor? -
esa vacía delante de mí. Y creo que le hablé alg
ñorita de esa
os? Ac
no me di cuenta de más nada. Allí estaba ella, recta y feliz, con una mueca ligera de cejas y labios de mediana sonrisa. Su cabello castaño oscuro suelto, manos juntas al frente sosteniendo su pequeño bolso, el
ue te ha
n meras pretensiones de burla, con ese tono de vo
ngua en las encías. Seña
o más? ¿Pediste
e que sí,
. No pude evitar sonreírle, eso no me lo esperaba-. El me
mirando po
habías
jas. Entonces volví a quedar en el limbo, anonadado
s tus cosas con
da luego de decirle aque
uiero
nía hambre de comida. Le concedí el deseo y como el caballero que aprendí a ser, me dirigí a la mesa, saqué la silla para ella y luego de un gr