an en la pequeña cesta en sus brazos envueltos
, amamantar... bueno a sus hijos que en este caso no eran humanos sino dos pequeños cachorros de lobo, en cambio atravesaba el bosque huyen
ó un poco de afecto aún si era ilusorio en los brazos de aquel... lobo, estimulado por el celo había sentido que su vida podría term
suelo notando que el vestido que tenía estaba sucio, desgarrado después de enredarse en las ramas y una gra
este con el pie corriendo las hojas para ocultarlo. No podía permitir ser encontrada, no cuando hab
era una opción, no era un matrimonio por amor después de todo, al menos no de su lado, y él no
iño que hasta la había aturdida. Aún podía sentir el calor con que la había abrazado. Sacudió la cabeza olvid
omo ahora que tenía que
aída de nuevo a su pueblo, tampoco es que pudiera estar cerca. Recordaba que el camino recorrido cuando hab
achorros, completamente sola. Y llorar no era una op
s de comer lo antes posible, temía que fallecieran. Su corazón se apretó y caminó un poco más hasta
ontra la pared se dejó caer y luchó por no quedarse dormida, había perdido
ótica pero de seguro serían unos rompecorazones y los hijos más guapos del mundo. Sin embargo, y a pesar de que ahora eran pequeños, ella sabía lo grande que podrían ser, su padre lo era, un lobo de impresionantes dimenciones, patas gruesas, denso pelaje que se sentía suave, cálido y delicioso, una cabeza perfecta para abrazar, un lomo duro que
*
mientos por cada parte de su cuerpo haciéndole gemir en medio de su soñolencia. Aquellos labios calientes dejando
ento después del sexo... lo único en lo que ambos eran compatibles. Si, solo se llevaban bien en
le habían otorgado una humana que tenia de todo menos sumisión. Quizás por eso desde el momento 1
ra ella estaba allí, con su descendencia en brazos, y no solo uno, sino cachorros gem
o se fue dispersando en med
endo. Se maldijo, había sido casi toda la noche. Eso era un problema. Revisó a sus cachorros y estos dormitaban despué
adre de sus hijos... que se hubiera responsable