ero negra que estaba tirada sobre mí. La textura áspera de la chaqueta contrastaba con la suavidad de mi pi
contra el peso invisible que oprimía mi pecho. Parecía que cada inhalación arrastraba consigo la memo
del miedo persistía en mi boca. Me sentí miserable, acurrucada bajo la protección solitaria de l
ima de la crueldad de la noche. Mis pasos eran inciertos, cada uno reflejando mi confusión y desesperación. No quería
e amenazaba con consumirme por completo. El frío de la mañana aún se aferraba a mi piel mientras la chaqueta de cuero intentaba ofrecer un
del fl
mente perturbada. Sin embargo, hoy no había alivio en ese acto repetitivo. Al notar que se me había roto un plato mientras lo lava
temblor de mis manos y el eco persistente de mis traumas pasados. Solo pude mirar las numerosas piezas que aún
olpe en una serie de reveses que amenazaban con
ón de mis propios pensamientos oscuros y la incertidumbre de un futuro que se desmoronaba. Cuando abrí la puerta,
con consumir todo a su paso. Los sobres me recordaban que debía dos meses de alqui
campo de estudio universitario resultaba infructuosa debido a los absurdos requisitos de exper
hombros. Envié currículums a diestra y siniestra, pero las respuestas eran escasas y las oportunidades, inexis
abrió paso entre las sombras cuando recibí una respuesta a uno de mis correos electrónicos: una entrevista en la prestigiosa empresa «Prim
imponente edificio, me vi confrontada con la indiferencia del recepcionista, cuya frialdad me heló hasta los huesos. Mientras ascendía en el elevador hacia el piso 35, mis nervios
nsiosos por asegurarse un lugar en el mundo laboral competitivo. A pesar de que las manecillas del reloj indicaban las
hacia la puerta de la oficina, donde la secretaria, con gesto amable, me indicó el camino y abrió la puerta para mí. C
Me pregunté si estaría repasando mi expediente, una mezcla de emociones se agolpaba en mi interior, especialmente al dejar en bl
hombre sin levantar la mirada de los papel
s ojos se encontraron, noté un ligero fruncir de sus labios, como si estuviera evaluando más que mis palabras. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre el escritorio, un gesto casi im
smayo y luché por mantener la compostur
stro. Aunque sus rasgos eran distintos, había algo en él que me resultaba conocido, como si nos hubiéramos cruzado en algún momento anterior, tal vez en un