í
s ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habit
brándose.–¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamo
intentó
vor, déjame
s mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cu
mamos... No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y
llo. –¿Y me lo dices así? ¿Después de todo lo
ándome sin aliento. -Son una porquería, los do
lágrimas nublaban mi visión mientras subía al coche. No tenía idea de a
stación. Me estacioné y me quedé sentada en silencio por unos minutos,
a después de esto?- pensé. Todo lo que había
mesa oscura. Un mesero se acerc
dka mezclado
é Luis. Ahora quería hablar. El muy cobarde no había tenido la decencia de enfrentarme antes, y ahora pretendía arreglarlo con una llam
e le mande
SOBRE LAS COPIAS DE LOS
y luego gua
arganta, pero sin aliviar el dolor. ¿Qué hice mal? ¿En qué momento empezó todo esto? Bianca lo d
mesero. Al pagar decidí que ya era hora de irme. Ya eran más de las doc
gruñó el hombre con
itada. –Tú fuiste el que n
mpre encuentran a quién culpar–
lo. No tenía energía para discutir. S
s lágrimas seguían fluyendo sin control. Llegué a casa tarde, casi a la una
ada. Grité en silencio, ahogada por la tristeza y el enojo. Todo lo que creía conocer, todo lo que pensaba que era mío, se había esfumado. Cerré los oj
*
arrastré hasta el espejo del baño, y lo que vi me dejó aún más abatida: mi rostro parecía un campo de batalla. El rímel estaba corrido, for
y cuidadosos, tratando de borrar no solo los restos del maquillaje, sino también los recuerdos de la noche anterior. No quería pensar
metí bajo la ducha, esperando que el agua caliente lavara algo más que la suciedad de mi piel. Pero incluso el placer del agua tibia no lograba borrar esa sens
desaparecer en esas sábanas, olvidar el día que me esperaba. Pero no tenía opción. Justo cuando estaba a
su voz sonaba tranquila, pero con un to
para irme al trabajo. Se me hace tarde
la madrugada...– insistió. Sabía q
o puedo faltar –le corté,
el desayuno– su tono era suave, casi comprens
un chaleco. Quería esconderme en ese atuendo, que mi ropa fuera una barrera contra el mundo exterior. Secar mi cabello fue un proceso lento, pero lo dejé c
re y mi padre me miraban en silencio, ambos con el mismo g
reguntó mi mad
spondí casi
agregó con un tono casual, pero lo conocía demasiado bien. Sa
con una sonrisa forzada mientras trataba de comer. Pero las náuseas me invadieron.
disimular, engañar a todos, pero sobre todo a mí misma. Me despedí de mis padres y salí rumbo a la oficina. En el coche, los pensamientos
tratando de mantener la compostura. Pero la mirada de Sonya, mi asist
egunté mientras intenta
perando en su oficina –dijo co
directo a la oficina, pero antes de entrar, mi mano tembló sobre la puerta. Llamé a José Lu
res?– dijo
asó con las 100 copias de la corrección que te mandé a
espondió con
abes? ¡Búscalo aho
jo antes de colgar. Lo llamé varías veces más,
CEO. Su mirada era fría, y me sentí
pasó con las copias?
ñor, José Luis
asco con esas copias? Me roba
Las lágrimas comenzab
a devolver cada centavo que has costado a la emp
lizada, sin p