a y Amir continuaban conversando en la pequeña mesa de la cafetería. Para Alicia, la tarde había sido como un sueño; su fascinación por la cultura de Qatar y la presencia
s y aromáticas, y las dejó con una pequeña reverencia. Amir leva
sperados -dijo él, con
mente y levantó
bios. El sabor era fuerte y refrescante, un poco amargo al pr
había algo en su mirada que seguía pareciéndole intrigante, como si escondiera algo. Cada vez que él hablaba,
onocer algo más sobre él-. Hasta ahora, sé que te gusta el zoco y
rando su taza de té por un
tar es mi hogar, y también mi deber. Nací aquí, y siento una con
ia, sintiendo que aquella respuesta
claramente consciente de que
contribuir en lo que puedo para ayudar a que Qatar siga creciendo y conservando su esen
arlo de manera respetuosa, algunos incluso inclinaban la cabeza brevemente. Fue entonces cuando comenzó a so
Alicia, buscando las palabras-, pero
pregunta, con una sincerid
dre es uno de los príncipes de Qatar. Y en cier
e. La palabra tenía un peso que ella no esperaba, y de pronto, todo el día comenzó a tomar otro sen
ula-. Nunca imaginé... Quiero
tó una c
respondió, con un tono que denotaba una mezcla de humor y resignación-. Aunque, debo admitir, he disfrutado mucho de
a conversación seguía fluyendo de manera natural. Era como si, en realidad, e
ipe aquí? ¿Tienes que cumplir con much
ia y yo tenemos la responsabilidad de apoyar a nuestro pueblo, de preservar nuestras tradiciones mientras avanzamos hacia la modernidad.
sentir. Ella no tenía ninguna responsabilidad parecida, y,
ito tan claro, de saber que estás ayudando a construir algo más grand
undo -respondió Amir, mirándola con una mezcla de aprecio y admiración-. A veces, la g
e la conexión que se había establecido entre ellos en tan poco tiempo. La intensid
al, como si necesitara aclararse. Bajó la mira
. Y te encontré a ti -dijo, con una sonrisa suave que revelaba algo más profundo-. Es como si e
terior, como si, de alguna manera, ella también hubiera estado buscando algo, aunque no supiera
pondió ella, mirando sus propias manos, in
amente, con una e
radas -dijo, su voz suave, pero firme-. A veces, un encu
cor en la boca. Sintió que quería preguntarle mucho más, conocer más sobre él, sobre su vida, sobre cómo era ser príncipe en u
nzaba a caer sobre Doha. Las luces de los rascacielos se encendían poco a
con una sonrisa-. Mis responsabilidades me llaman, como siempre
ero al mismo tiempo, inevitable. No podía explicar por qué, pero algo
ió ella, con una sonris
en un gesto que parecía tan
pronto,
licia sola en aquella pequeña mesa de la cafetería, con su ta
cer entre la multitud, Alicia su