cía dos décadas, lucía igual de sombría que en sus recuerdos. Las mismas fachadas envejecidas, los mismos edificios apretados entre sí, luchando por hacerse notar en una urbe que parecía
ía vuelto con un propósito claro, una misión que había alimentado durante años en lo
llos nunca le perdonaron: quedar embarazada del hombre al que amaba, Roberto De La Cruz. El mismo hombre con el que había compar
una madre que no tuvo reparos en manipular a su hijo para que olvidara a Sofía, a quien consideraba una amenaza para sus planes. Roberto, en su juventud, había sucumbido a la presió
umillación y destrucción que la había marcado para siempre. La habían desterrado de la ciudad, obligándola a huir sin más que sus pertenencia
os. Y ahora, Sofía volvía p
a arquitectura era tan grandiosa como su historia. No había cambiado en nada, a excepción de la verja, que ahora estaba
dea de enfrentarse a ellos, de estar frente a la familia que la había desterrado, la aterraba tanto como la excitaba. C
e que había sido, una mujer que había dirigido la familia con mano de hierro desde que su esposo, Alejandro, había muerto. Ella había sido la que había dictado la sentencia contra Sofía, y ahora, veinte años desp
do por el paso del tiempo y las decisiones que lo habían llevado a traicionar todo lo que alguna vez había sido importante para él. Aunque nunca lo
ón. Sofía se encontraba frente a la entrada, con el corazón acelerado, el miedo y la rabia mez
jo, con una expresión
ó sin dudar, tomando control de la situación. Sabía lo que hacía, sabía c
ntados alrededor de una mesa llena de lujos. Margarita, la madre, y Roberto, el hijo, conversa
ver a Sofía, su expresión de sorpresa rá
rgarita, levantándose de su s
adre, mirando primero a ella y luego a Sofía. Por un momento, el tiempo pareció detene
ontrastaba con el tumulto que sentía en su
ipulación y venganza mientras desentraña los secretos de la familia De La Cruz y enfrenta las consecuencias de