ío que se filtraba por las rendijas de las ventanas. El trabajo nunca disminuía; cada día, más soldad
a pesar del dolor, a ofrecer palabras de consuelo mientras sostenía una mano temblorosa o colocaba un paño húmedo sobr
abían convertido en más que simples palabras. Eran su refugio, un escape de la realidad que la rodeaba. Cada v
deseo de descansar. Sin embargo, al ver un sobre colocado cuidadosamente sobre su mesa,
ida E
sigo el polvo de la tierra, como si intentara borrar todo rastro de nosotros. Me pregun
nte el día, el caos nos mantiene ocupados: órdenes, disparos, explosiones... Pero cuando
oles meciéndose en el viento. Pero entonces la realidad me golpea de nuevo. No sé si alguna vez te lo mencioné, pero tengo un he
ano en medio de todo esto. La respuesta es simple: tus cartas. Cada palabra tuya m
me
La guerra no solo le estaba arrebatando vidas, sino que
tarle el cansancio, tomó p
erido
r algo más que escribirte. Pero si mis palabras te ayudan a recordar que aún
ue, si cierro los ojos, puedo fingir que todo es normal. Ayer, un niño pequeño pasó frente al hospital vendiendo flores. No pude evitar comprar una, aunque no s
los saben lo mucho que piensas en ellos. ¿Les escribes tan seguido como me escribes a mí? Deberías h
af
en
as se hicieron más personales, más profundas. James comenzó a contarle cosas que no le decía a
a en España, sobre cómo su familia emigró a Inglaterra cuando era una niña y sobr
aunque aún no lo decían abiertamente, ambos
largo día en el hospital, E
le
porque el sol salió después de días de lluvia, y recordé que me
s veces que casi puedo imaginarla. Me pregunto si es suave como la
na vez podré escuch
me
carta entre sus manos y cerró los ojos, permitié
o de un hombre al q